Permanece aún vivo en nuestro recuerdo el encuentro que tuvimos con el Santo Padre Benedicto XVI el numeroso grupo de fieles madrileños que, con motivo de la clausura de nuestro tercer Sínodo diocesano, acudimos a Roma para visitar los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo y expresar nuestra comunión con el Sucesor de Pedro, palpitando al unísono con toda la Iglesia universal. Esta inolvidable audiencia con el Papa, del pasado 4 de julio, nos ha confirmado en la fe, nos ha llenado de la esperanza tan vivamente alumbrada en el Sínodo y ha encendido la caridad que nos urge cada día con ímpetu creciente. Este don precioso del Espíritu Santo para nuestra Iglesia diocesana de Madrid ha sido extraordinariamente reafirmado en el posterior encuentro con Benedicto XVI en Colonia, con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, teniendo a Cristo Eucaristía en el centro de nuestra mirada y nuestro corazón, el «Pan partido para el mundo» que proclama el lema del DOMUND de este año 2005. No podíamos tener mejor obertura para la ya cercana celebración del Domingo Mundial de la Propagación de la Fe, la Jornada misionera por excelencia.
En la Audiencia del 4 de julio, el Papa nos decía: «Hay que ir hasta los confines de la sociedad para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de la vida, de la familia y de la sociedad, llegando a las personas que viven en el desierto del abandono y de la pobreza, y amándolas con el amor de Cristo». ¿Cuáles son tales confines? El Santo Padre se refería, dada la ocasión, al amplio grupo social en que nos hallamos inmersos, a los límites o confines territoriales de nuestra archidiócesis de Madrid; pero, indudablemente, este «nuevo ardor misionero, infundido en los corazones por el Espíritu Santo como en un nuevo Pentecostés», excede con mucho los confines inmediatos de nuestra «sociedad», para abarcar los del mundo entero. Es, en definitiva, la misma afirmación misionera del propio Jesús a los Apóstoles: «Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, con su fuerza seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra».
En este contexto, resuenan con fuerza especial las palabras de Benedicto XVI en Colonia, bajo el lema «Hemos venido a adorarlo», que no puede hermanarse mejor con la «Misión: Pan partido para el mundo» de este DOMUND 2005: «Ahora estáis aquí vosotros, jóvenes del mundo entero, representantes de aquellos pueblos lejanos que reconocieron a Cristo a través de los Magos y que fueron reunidos en el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que acoge a hombres y mujeres de todas las culturas. Hoy corresponde a vosotros la tarea de vivir el aliento universal de la Iglesia. Dejaos inflamar por el fuego del Espíritu, para que un nuevo Pentecostés renueve vuestros corazones. Que por vuestra mediación, vuestros coetáneos de todas las partes de la tierra lleguen a reconocer en Cristo la verdadera respuesta a sus esperanzas, y se abran a acoger al Verbo de Dios encarnado, que ha muerto y resucitado para la salvación del mundo».
La fuerza de este «nuevo Pentecostés», justamente, está aquí, en el Memorial de la muerte y resurrección de Cristo que es la Eucaristía, «Pan partido para el mundo», centro de la XX Jornada Mundial de la Juventud, y asimismo del mensaje de nuestro queridísimo Juan Pablo II para este DOMUND 2005: «La Eucaristía -nos dejó escrito el Papa- conlleva ‘el significado de la universalidad’. De tal manera que, mientras hace comprender plenamente el sentido de la misión, anima a cada creyente, y especialmente a los misioneros, a ser ‘pan partido para la vida del mundo'». Este Año de la Eucaristía es una inmensa gracia de Dios, centrando la vida entera allí donde todo tiene su origen, su aliento y su destino. En este marco eucarístico, Benedicto XVI decía así en Colonia: «Muchos testimonios de jóvenes y parejas demuestran que la experiencia de estos Encuentros mundiales, cuando continúa en un camino de fe, de discernimiento y de servicio eclesial, lleva a opciones maduras de vida matrimonial, religiosa, sacerdotal y misionera». Quiera el mismo Espíritu que tales testimonios continúen repitiéndose por parte de nuestros jóvenes cristianos, con especial fuerza en la vocación misionera en todas sus modalidades. Se acrecentará así el número de los misioneros a quienes llamamos «pioneros» a la hora de «partir el Pan», aquellos que «hacen resonar -en palabras de Juan Pablo II en su Mensaje para este DOMUND 2005-, con su acción, las palabras del Redentor: ‘Yo soy el Pan de vida’; ellos mismos se hacen ‘pan partido’ para los hermanos, llegando a veces hasta el sacrificio de la vida. ¡Cuántos misioneros mártires en este tiempo nuestro! ¡Que su ejemplo arrastre a muchos jóvenes en el camino de la heroica fidelidad a Cristo!» Con ello, queridos jóvenes, estaréis siendo fieles al mismo tiempo, precisamente, al deseo de infinita felicidad que anida en vuestro corazón, y en el corazón de la Humanidad entera, pues «sólo Jesús puede apagar el hambre de amor y la sed de justicia de los hombres; sólo Él hace posible a cada persona la participación en la vida eterna: ‘Yo soy el Pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este Pan, vivirá para siempre’ (Jn 6, 51)».
A nosotros nos ha cabido la dicha de recibir a manos llenas este Pan, que es nuestra Vida, recibida en plenitud, y por ello no sólo para nuestro propio sustento, sino para obedecer a la voz de Jesús, cuando dice a los discípulos ante la multitud: «No tienen por qué marcharse, dadles vosotros de comer» (Mt 14, 16). A ello se refería Su Santidad Benedicto XVI en su alocución a nuestra Iglesia diocesana de Madrid el pasado 4 de julio: «Este amor es solícito, generoso, incondicional, y se ofrece no sólo a los que escuchan al mensajero, sino también a los que lo ignoran o rechazan». Porque es el Amor mismo, Cristo Eucaristía que se entrega para la vida del mundo: aquí, justamente, radica el carácter esencialmente misionero de la Iglesia. El Mensaje para este DOMUND 2005 nos lo dice con toda claridad: «El Sacrificio eucarístico es ‘para todos’… El amor apasionado por Cristo conduce al anuncio valiente de Cristo». Esta condición de ser «pan partido para la vida del mundo» -de todo el mundo-, intensamente vivida individual y comunitariamente en parroquias, asociaciones y movimientos, contenida sin duda en los documentos y conclusiones de nuestro Sínodo diocesano, ha de tener su expresión viva en una auténtica conversión que lleva a cooperar activamente en la misión universal de la Iglesia, incluidas las vocaciones específicamente misioneras, con la certeza de que así se enriquece más aún nuestra Iglesia particular. Buena ocasión para recordarlo es la próxima Jornada del DOMUND, que no puede reducirse a la mera difusión de un lema, ni tampoco a una colecta, que será tanto más generosa, además, cuanto más vivo esté el ardor misionero.
Finalmente, os invito a todos a volver los ojos, en este año en que celebramos el 150 aniversario de la proclamación del dogma de su Inmaculada Concepción, a Aquella en cuyas entrañas se ha cocido ese mismo Pan para la vida del mundo del que hemos de ser distribuidores, y que hace de Ella la «Mujer eucarística» por excelencia, la figura ejemplar, el modelo acabado de la Iglesia que todos estamos llamados a seguir. A Ella, invocada en nuestro Madrid como Santa María la Real de la Almudena, a su intercesión maternal, encomiendo los frutos de este DOMUND 2005.
Con mi bendición más cordial para todos,