La luz del amor de Cristo para alumbrar el camino de la Iglesia y de la humanidad en nuestro tiempo
Mis queridos hermanos y amigos:
El Santo Padre Benedicto XVI acaba de regalarnos su primera Carta Encíclica con el título “Deus Caritas est” –Dios es Amor– , como una ayuda doctrinal y pastoral ¡como una luz! para descubrir de nuevo “el corazón de la fe cristiana” en un momento de la Iglesia y del mundo necesitado especialmente de esa Luz que es Cristo y que Juan Pablo II, su antecesor, había propuesto incansablemente a la humanidad de nuestro tiempo como el Redentor del hombre. Benedicto XVI, profundizando en esa senda quiere presentarnos a la luz de la Verdad del Amor “la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen cristiana del hombre y de su camino”. Con un propósito: que consigamos comprender mejor y más vivencialmente que ser cristiano y vivir como cristiano descansa en un conocimiento y una experiencia de amor, mejor dicho, del Amor: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él”. Así pues el cristiano ya puede expresar la opción fundamental de su vida confesando: “hemos creído en el amor de Dios”.
Conocer y creer en ese Amor de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo es el inmenso don que hemos recibido los hijos de la Iglesia y, a la vez, el impulso espiritual que ha de movernos a transmitirlo y comunicarlo a los demás, precisamente en un mundo en el cual –como dice el Papa– a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia. Y, en cualquier caso, en una sociedad como la nuestra –la europea y la española– en donde el plantearse la vida como si Dios no existiese y buscarse la felicidad al margen de Él es moneda corriente del existir diario y tentación permanente que acecha a los cristianos para que olviden ese conocimiento del Amor Divino que nos salva y lo cambien por el seguimiento y la adoración de tantos ídolos que sólo pueden garantizar una cosa: la satisfacción egoísta y, al final, frustrante y mortal de nuestras pasiones más instintivas. ¡Qué providencialmente oportuna resulta pues esta Encíclica de Benedicto XVI para nuestra Archidiócesis de Madrid inmersa en la aplicación de las Constituciones y el Decreto General de su III Sínodo Diocesano, orientado todo él a la transmisión de la fe ofrecida desde una vivencia honda y renovada de la Comunión eclesial! La lectura y la meditación de estas primeras páginas del Magisterio solemne de Benedicto XVI sobre esa primera y fundamental verdad de nuestra fe –“Dios es amor”– deberá ya acompañar todo nuestro esfuerzo personal y comunitario para llevara a la práctica en nuestra vida cristiana y en nuestros compromisos apostólicos los frutos de nuestro Sínodo Diocesano.
Benedicto XVI nos lleva de la mano a través de una reflexión iluminada por la fe y la razón a que conozcamos la infinita gratuidad y belleza del amor con que Dios nos ha amado en la creación y en la historia de la salvación. Amor único y uno, encendido y ardiente desde toda la eternidad en el seno misterioso de la Trinidad Santísima y manifestado en el Corazón Divino de Jesús traspasado por la lanza del soldado en el Calvario. Amor que permite al hombre descubrir su capacidad innata de amar, la gran y profunda herida que ha sufrido en la historia del pecado, los peligros que la siguen amenazando aún después de que hubiera sido puesta en condiciones de ser vivida en toda su integridad, más aún, en una plenitud de entrega y de oblación –de “agapé”– que nunca el hombre hubiese podido soñar, a no ser por una muestra de amor divino tan insondable como la que se nos manifestó y dio en el Misterio de la Encarnación del Hijo y de su Muerte en la Cruz y en su Resurrección. El Papa dice muy bellamente: “Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta Encíclica: ‘Dios es amor’ (1Jn 4,8). Es allí, en la Cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar”. Un acto de entrega que Jesús ha perpetuado definitivamente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Acto oblativo de Jesús que se nos actualiza sin censar eucarísticamente y en el que se nos ofrece como alimento para la vida eterna el Cuerpo y la Sangre del LOGOS –de “la Sabiduría eterna”– como amor. O, dicho con otras palabras, como el manjar de los santos y para la santidad.
La “mística” del sacramento de la Eucaristía, como dice el Papa, lleva consiguientemente a descubrir lo que significa la comunión en el Cuerpo y en la Sangre del Señor para la Iglesia como “Comunión de Amor” y para el ejercicio del amor por su parte: “la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí: únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán: “No se puede ya jugar con la contraposición del amor a Dios y el amor al prójimo o su separabilidad y menos, por tanto, con la separación de promoción humana y evangelización. Ambos amores, decía el Papa, “viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así pues no se trata ya de un ‘mandamiento’ externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado al otro. El amor crece a través del amor”. ¡Cómo evoca esta afirmación de la Encíclica la famosa exclamación de Santa Teresa de Jesús: ‘amor saca amor’! Desde esta fuente inagotable del amor eucarístico de Cristo desarrolla el Papa en la segunda parte de la Encíclica todo un programa para comprender evangélicamente el Mandamiento del Amor y vivirlo en nuestro tiempo en todos los ámbitos de la sociedad: desde los más personales y privados hasta los más públicos, incluyendo los que afectan a la comunidad política y a la paz.
Su luminosa explicación de la relación íntima existente entre los postulados teóricos y prácticos de la justicia y la posibilidad de su realización en la vida y donación del hombre expresada y comprometida en el amor y por el amor, resulta especialmente actual; así como su llamada de atención a la importancia de “la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo”. ¡Todo un programa pastoral alentado por la esperanza cristiana y formulado con una fina y sensible percepción de los signos de los tiempos para la nueva Evangelización! Al final, el Papa, después de afirmar la unidad intrínseca entre fe, esperanza y caridad y de invitarnos a “vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo”, nos pone a los Santos como los modelos permanentes y nunca pasados del testimonio del amor verdadero que convierte al mundo y nos remite con ternura a Aquella que es la Madre del Amor Hermoso, a Santa María, Madre de Dios, la que ha dado al mundo la verdadera luz, Jesús, su Hijo, Hijo de Dios, para que, imitándola y confiándonos a su cuidado maternal, acertemos en el camino el Amor del Dios que nos salva.
A Ella, Virgen de La Almudena, nos encomendamos en esta nueva etapa de la vida de la Iglesia, iluminada por la fe que nos ha llevado al conocimiento del amor que Dios nos tiene y a haber creído en Él.
Con todo afecto y mi bendición,