El paso imprescindible para vivir el don de la fe con nuevo impulso
Mis queridos hermanos y amigos:
El Tercer Sínodo Diocesano de Madrid –sus Constituciones y su Decreto General– merecen una meditación atenta y una asimilación interior intensa si queremos avanzar ya con pasos decididos en ese camino apostólico de un nuevo impulso en la transmisión de la fe a todos nuestros hermanos de Madrid, los que están dentro y los que están o se han quedado fuera de la Iglesia. En el pórtico mismo de las constituciones se advierte que la posibilidad de acoger y de vivir el don de la fe con un impulso nuevo sólo es viable a partir de “un avivar nuestra conciencia de bautizados” y además de “intensificar nuestra conciencia de pertenecer a la iglesia”.
El Sínodo parte de una exigencia primera a la hora de hablar de una intensificación de la conciencia eclesial: la de “que cada cristiano reavive la experiencia personal de su fe mediante el encuentro con Cristo en la Iglesia”. La pretensión de querer encontrarse con Cristo fuera de su Iglesia a través de “Iglesias” proyectadas y realizadas a la medida humana de sus “inventores” ha constituido una tentación siempre al acecho en la historia de su vida y misión y muy viva en sus últimas décadas. ¿Quién no recuerda el slogan “Cristo, sí; la Iglesia, no” de los años setenta del pasado siglo, por no remontarse a épocas tristes y dramáticas donde se sembró la ruptura y el alejamiento eclesiales en el mundo cristiano; por ejemplo, en el siglo XVI? Cristo es inseparable de la Iglesia que es su Cuerpo y su Esposa, como ha enseñado tan lúcidamente el Concilio Vaticano II; es inseparable de la Iglesia tal como Él la quiso. La Iglesia es obra suya, visible y espiritual a la vez, Misterio que se inserta en el Plan de Salvación del Padre, que se realiza en la Misión del Hijo y por el don del Espíritu Santificador. Comunidad de fe, esperanza y caridad que se expresa y vive como comunidad apostólica de la palabra, de los sacramentos y del amor de Cristo; unida y presidida por el Sucesor de Pedro y los Sucesores de los Apóstoles; Una, Santa, Católica y Apostólica; Iglesia Universal que existe, vive y opera en y a partir de las Iglesias Particulares, formadas a su imagen. Esta es la Iglesia que “es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Sólo pues dentro de la Comunión de esta Iglesia es posible vivir verdaderamente la experiencia personal del encuentro con Cristo. Sólo “en el rostro” de la Iglesia resplandece, como enseña el Concilio Vaticano II, “la luz de Cristo”: ¡“Cristo, Luz de las Gentes”! (LG 1). Pero, si únicamente en la Comunión de la Iglesia es posible vivir la verdad plena del conocimiento de Jesucristo Salvador del hombre, se debe recordar también con no menor insistencia y con urgente gravedad que “la comunión de la Iglesia” no es utilizable para otros fines que los de hacer presente y operante la vida y la salvación de Cristo en medio del mundo, es decir: para poder conocer el amor que Dios nos tiene y así creer en Él (cf. Benedicto XVI; “Dios es amor”, 1).
No puede extrañar, por lo tanto, que nuestro Sínodo Diocesano haya insistido detalladamente en aspectos prácticos que afectan a la vivencia plena y fiel en nuestra Archidiócesis de Madrid de la comunión eclesial, cuyo centro, principio y bien substancial es Cristo. Por ello ha subrayada con fuerza lo importante que es “mantener en la memoria y dar a conocer el ejemplo y belleza de los testigos del Evangelio mostrando su atractivo y su capacidad humanizadora y santificadora “y lo decisivo que resulta desde el punto de vista del compromiso pastoral “promover el conocimiento y aprecio de las aportaciones de los testigos del Evangelio al servicio de la Iglesia y desde ésta a la Humanidad en el campo de la misión, el apostolado, la familia, la educación, la atención a los pobres y enfermos, el progreso de la civilización y las expresiones culturales” (Const. 11 y 12). De igual modo ha recalcado la importancia de vivir la comunión eclesial concretamente; es decir, en el marco de la vida y de la acción de la Iglesia Diocesana, unidos todos en torno a su Pastor diocesano y a los grandes objetivos pastorales que propone para su animación apostólica y su acción evangelizadora. Hay que intensificar pues y fomentar en este contexto “el conocimiento mutuo, la estima, la comunión y la cooperación entre las parroquias y las instituciones y grupos eclesiales presentes en la Iglesia diocesana”; y, a la vez, el encuentro dentro de este riquísimo mundo de los grupos y realidades espirituales y apostólicas, antiguas y nuevas, los pertenecientes a la vida consagrada y a la vocación cristiana laical, frutos de carismas extraordinarios con los que el Señor ha enriquecido y enriquece incesantemente a su Iglesia, tan numerosos en la comunidad diocesana de Madrid; intercambiando y comunicándose los dones recibidos, pero, a la vez, dentro de “la única comunión eclesial evitando contraposiciones que lleven a una falta de estima por la Iglesia” (Cf. Consts. 6-8).
Queremos con las propuestas sinodales que esta unidad de experiencia, de vocación y de misión al servicio de la transmisión de la fe encuentre cauces de expresión concretas tanto en relación con la Iglesia Universal –¡búsquense gestos que favorezcan su conocimiento y visibilicen “la pertenencia a ella en los ámbitos de vida comunitaria”! (Const. 9)–, como con la Iglesia Diocesaza, estimando la tradición viva de su piedad y religiosidad popular y renovándola evangélicamente siempre (cf. Const. 10). A fin de ir consiguiendo y afirmando en la vida diaria esta unidad diocesana de comunión eclesial, se dispone en el Decreto General que se debe participar en los actos convocados a nivel diocesano en los distintos campos de la pastoral y en los que se convoca a todos los fieles, “especialmente en las celebraciones litúrgicas presididas por el Obispo diocesano, como signo de la unidad en la caridad de la Iglesia particular”. Encarece el Decreto a todos los responsables en la vida pastoral diocesana –párrocos, superiores de los institutos de vida consagrada, los dirigentes de asociaciones y movimientos apostólicos, etc.– a que estimulen la participación en estos actos de los miembros de sus comunidades, “promoviendo así el conocimiento de toda la riqueza de la vida de la Iglesia Diocesana y la unidad de acción pastoral y evangelizadora en torno al Obispo diocesano” (cf. Art. 1).
Estoy seguro que con la cercanía –la intercesión y el cuidado maternal– de María, la Madre del Señor y de la Iglesia, Virgen de La Almudena, iremos intensificando y llevando a la práctica nuestra conciencia viva, fiel y misionera de la comunión eclesial en Madrid.
Con todo afecto y mi bendición,