Familia y escuela en diálogo educativo
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El próximo 11 de marzo vamos a celebrar en nuestra Archidiócesis de Madrid la XXI Jornada de Enseñanza. Como en jornadas anteriores es un momento oportuno para que conozcáis más de cerca la realidad del mundo educativo, tan importante para la misión evangelizadora de la Iglesia, así como la delicada situación por la que está pasando en esta hora de la historia de España. Un objetivo fundamental de estas jornadas ha sido siempre el procurar un ámbito de encuentro, de comunión en la fe y en la oración y de compromiso para ser testigos del Evangelio al servicio de la educación de las nuevas generaciones.
El Concilio Vaticano II exhorta a los padres a “crear en la familia un ambiente animado por el amor y la piedad hacia Dios y hacia los hombres que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos”; pero, a su vez, siendo consciente de que en esa tarea necesita la colaboración de toda la sociedad, reconoce la importancia de la vocación de todos los que, “ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y actuando en representación de la comunidad humana, asumen la tarea de educar en las escuelas” (cfr. Gravissimum educationis, 3-5). De ahí que familia y escuela sean dos realidades que no pueden caminar ignorándose mutuamente, pues los niños y jóvenes, como destinatarios de una misma tarea educativa, requieren del esfuerzo compartido de ambas instituciones. La coordinación de ambas, siguiendo la misma dirección, potenciará su capacidad educativa; la descoordinación o dejación de responsabilidades de cualquiera de ellas, la disminuirá.
Este es el sentido que tiene el lema de la Jornada de este año: “FAMILIA Y ESCUELA EN DIÁLOGO EDUCATIVO”. Siendo conscientes de los cambios que están experimentando estas dos realidades tan fundamentales para la sociedad y para la Iglesia y del auge que están tomando otras instancias sociales a la hora de conformar los valores de las nuevas generaciones, no debemos olvidar que la familia, en cuanto comunidad de vida fundada en el amor fiel del hombre y la mujer, sigue teniendo una misión insustituible en la educación de los hijos. Por eso, el surgimiento de una cultura antifamiliar, que intenta imponerse en las convicciones y en las costumbres sociales, provoca un vacío humano y espiritual en las vidas de los más indefensos, de los niños y de los jóvenes, que se puede pretender llenar desde el poder con el objetivo del dominio y manipulación personal y comunitaria del hombre en contra de su conciencia libre y de su relación con Dios. Ante este nuevo fenómeno, la Iglesia nos recuerda que una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo individualista o colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de atención en cuanto fin y nunca como medio (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 213). La familia, como responsable primera de la educación de los hijos, tiene todo el derecho a intervenir en la educación escolar, eligiendo el tipo de escuela que mejor responda a su modelo educativo. A su vez, la escuela, en cuanto institución educativa que ha de formar a la persona en sus distintas dimensiones, no, en último término, mediante la transmisión sistemática y crítica de la cultura en la que se inserta, no debe relegar al ámbito privado las creencias morales y religiosas de los alumnos, pues éstas tienen suma importancia a la hora de configurar plenamente su personalidad y han de poder ser estudiadas en el ámbito escolar de acuerdo con las convicciones morales y religiosas de sus padres. Es un derecho que asiste a los padres y que las autoridades públicas han de garantizar.
Ante la nueva Ley de Educación, a punto de ser aprobada parlamentariamente, tenemos motivos para estar preocupados. Cuestiones como la libertad de enseñanza, la posibilidad de los padres de elegir el modelo educativo que desean para sus hijos, la consideración estatalista de la educación al concebirla como servicio público y al introducir en el currículo una nueva asignatura, educación para la ciudadanía, que preocupa a las familias por lo que puede suponer de imposición a los alumnos, por parte del Estado, de una formación moral contraria a las convicciones morales y religiosas de sus padres, primeros educadores de sus hijos, y la de una deficiente presencia de la enseñanza religiosa escolar, que sigue sin alcanzar el estatuto de materia equiparable al resto de las otras asignaturas fundamentales, nos llevan a contestar que el tan ansiado pacto escolar sigue siendo más un deseo que una realidad alcanzable en un plazo previsible. Difícilmente se va a conseguir así la necesaria estabilidad del sistema educativo, sometido a los vaivenes de la alternancia política; estabilidad por lo demás, indispensable para adoptar las medidas efectivas que permitan acabar con el elevado porcentaje de fracaso escolar y lograr una mejora de la calidad educativa en todo el sistema escolar.
Finalizado el Tercer Sínodo Diocesano de Madrid, con la publicación de las Constituciones y el Decreto de aplicación, son varias las propuestas que, dentro del capítulo sobre la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y misión de la Iglesia, tratan de salir al paso de las cuestiones anteriores. Concretamente, una de ellas pide “fomentar la conciencia de responsabilidad y participación ciudadana a propósito de los problemas del ámbito educativo, y especialmente de la libertad de educación. Para ello, en colaboración con la pastoral diocesana: acompañar el trabajo de los profesores y alumnos tanto en la escuela estatal como de iniciativa social; apoyar la clase de religión y garantizar la formación y ayuda de sus profesores; estimular la presencia de los padres en las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos y Consejos escolares, e impulsar las Escuelas de Padres”. El conjunto de estas propuestas contiene una valiosa aportación para asumir con nueva urgencia nuestro trabajo apostólico en la familia y la escuela.
El mensaje de Benedicto XVI, que ha querido iluminar el proceso de la aplicación de nuestro Tercer Sínodo Diocesano, nos recordaba, entre otras cosas, que la comunidad de los creyentes hemos de ir hasta los confines de la sociedad “para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de la vida, de la familia y de la sociedad, llegando a las personas que viven en el desierto del abandono y de la pobreza, y amándoles con el amor de Cristo resucitado”. Con ocasión de esta Jornada Diocesana de Enseñanza hagamos nuestro este deseo de ser portadores de esta luz, procurando, con la ayuda de María, Madre de la esperanza y Virgen de La Almudena, la decidida colaboración de padres y profesores en la consecución de un proyecto educativo común que permita a las nuevas generaciones conseguir la deseada formación integral, la que se corresponde con su condición y vocación de los hijos de Dios.
Con mi cordial afecto y bendición,