Mis queridos hermanos y amigos:
Va a cumplirse en el atardecer de este domingo exactamente un año de la muerte de ese Papa tan querido y venerado por todos que fue Juan Pablo II. La Iglesia lo recuerda hoy con memoria viva y agradecida, cada vez más consciente de haber sido “pastoreada” en un período crucial de su historia, desde la Sede de Pedro, por un verdadero Santo. Hoy su oración se dirigirá al Señor desde todos los rincones de la tierra, desde las comunidades eclesiales más humildes, dispersas por toda la geografía del mundo, hasta las celebraciones en Roma, suplicándole que su proceso de Canonización ya iniciado llegue pronto a buen término. La identificación con Aquél a quien representaba como su Vicario en la tierra aparece como el guión fundamental de su vida a la mirada retrospectiva de los que hemos vivido su Pontificado día a día, desde aquella fecha de octubre de 1978 en la que fue elegido sucesor de Pedro y, sobre todo, desde el 13 de mayo de 1981, el día del gravísimo atentado sufrido en la Plaza de San Pedro, hasta el dos de abril del 2005 en el que falleció.
La biografía de Juan Pablo II ha estado marcada por el seguimiento martirial de Jesucristo con un realismo impresionante del que la Iglesia y el mundo fueron testigos atónitos: martirio prolongado y nunca interrumpido hasta las horas últimas de su larga y dolorosa agonía, coincidente con la celebración litúrgica del Misterio de la Pasión y de la Resurrección de su Señor y Maestro. Las imágenes tan frecuentes del Papa abrazado a su Cayado de Pastor, tallado en forma de Cruz, reflejaba con la belleza elocuente del lenguaje simbólico del arte la verdad interior de toda una existencia entregada completamente al amor de Cristo, de la Iglesia y de la humanidad de nuestro tiempo. Lloramos y rezamos aquellos días con incontenible emoción. Oramos y suplicamos con serena y gozosa esperanza uno año después para que no le falte a la Iglesia el valor y el compromiso cuando se trate de mantener y proclamar el testimonio de la Salvación de Jesucristo ante el mundo y para el mundo con el arrojo personal y la suavidad de la caridad con que lo hizo aquél Papa venido de Polonia de la mano de la Virgen para conducir a la Iglesia hasta los umbrales del Tercer Milenio del Cristianismo y abrirle sus puertas al hombre contemporáneo, sediento de Dios y de su Buena Noticia, la de la Encarnación y la Pascua de su Hijo Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador.
Muchos son los rasgos con los que se ha definido la personalidad y servicio pastoral de Juan Pablo II. Algunos son especialmente significativos:
– Juan Pablo II ha sido el Papa de la Nueva Evangelización: desde “el abrid las puertas a Cristo” y el “no tengáis miedo” pronunciados con tanto vigor físico y espiritual, dirigiéndose a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro el día de su elección y de la Eucaristía de inauguración de su ministerio petrino, hasta sus últimos mensajes, entrecortados por la fatiga de su garganta enferma, leídos desde su ventana de los aposentos pontificios el domingo de Resurrección ante los numerosísimos fieles reunidos para escucharlo y acompañarlo con oración y amor filiales en aquellos momentos últimos de la llamada inminente del Señor a su siervo bueno y fiel. Su vida al servicio del Pueblo de Dios y de la humanidad fue una constante proclamación de Cristo, Salvador del hombre.
– Juan Pablo II ha sido el Papa del Concilio Vaticano II. Mírese como se mire la trayectoria pastoral de sus 27 años de servicio de Pastor de la Iglesia Universal, nos encontraremos con un perseverante objetivo: guiar a Pastores y fieles, consagrados, religiosos y laicos, por las sendas abiertas por el Concilio para una vida cristiana renovada y para un apostolado animado por la vivencia renovada y actualizada del Evangelio de Jesucristo, atentos a “los signos de los tiempos”.
– Juan Pablo II ha sido el Papa de “la Civilización del amor”. Lo que había sido una fórmula propuesta inicialmente por Pablo VI para precisar y urgir la presencia de la Iglesia y del reino de Dios en la sociedad actual y su forma de actuar evangélicamente en las realidades temporales a la luz conciliar del Vaticano II, lo lleva a la práctica su Sucesor Juan Pablo II con su actitud y su actuación incansable del servicio a los más pobres de la tierra, enseñando la solidaridad interna dentro de los pueblos y naciones de la tierra, urgiendo incansablemente el establecimiento de un orden internacional más justo y convocando al mundo a guardar y a salvaguardar el bien precioso de la paz.
– Finalmente, Juan Pablo II ha sido el Papa de los jóvenes, como, probablemente, ningún otro en toda la historia de la Iglesia. Las “Jornadas mundiales de la Juventud” constituyen una prueba, de belleza y autenticidad excepcionales, del amor con que el Papa ha querido a la juventud de la Iglesia y del mundo en esta encrucijada de los dos milenios de la que van a ser –y son ya– los protagonistas históricos: ¿lo serán con Cristo y su Evangelio? o ¿lo serán al margen de Él y –¡Dios no lo quiera!– contra Él? Las respuestas, si rememoramos la experiencia que hemos vivido en España de la íntima relación “Juan Pablo II – Jóvenes” desde el encuentro del “Bernnabéu” hasta el de “Santiago de Compostela” y el de “Cuatro Vientos”, creemos y esperamos que no pueden ser otras que la del “Sí a Cristo y a su Evangelio”.
La vida martirial de Juan Pablo II y de su entrega sacerdotal al Señor Crucificado y Resucitado en el servicio inagotable a la Iglesia y al hombre tiene una clave de explicación mariana que Él siempre confesó, diciéndole confiadamente a María: “Totus tuus”. Todo su pontificado ha estado envuelto por el amor maternal de la Virgen. Benedicto XVI lo recordaba con exquisita sensibilidad humana y teológica en la Homilía de la Eucaristía de la entrega de los anillos a los nuevos Cardenales, el pasado día 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación de Nuestra Señora: “Todo en la Iglesia –decía el Papa–, toda institución y ministerio, incluso el de Pedro y el de sus sucesores, está ‘custodiado’ bajo el manto de la Virgen en el espacio lleno de gracia de su ‘Sí’ a la voluntad de Dios”. Bajo esa custodia tierna y amorosa de la Virgen vivió, amó, sufrió y murió Juan Pablo II; acogiéndose a ese regazo maternal también España –“la Tierra de María”, como Juan Pablo II gustaba repetir– está en condiciones, y lo estará en el futuro, de permanecer dinámicamente fiel a lo que él nos invitaba ser en las palabras últimas con las que se despedía de nosotros en la Plaza de Colón el 4 de mayo del 2003:
“España evangelizada. España evangelizadora, ése es el camino. No descuidéis nunca esa misión que hizo noble a vuestro País en el pasado y es el reto intrépido para el futuro. Gracias a la juventud española que ayer vino tan numerosa para demostrar a la moderna sociedad que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo. Ellos son la gran esperanza del futuro de España y de la Europa cristiana. El futuro les pertenece… Adiós España”.
¡Qué ese adiós a España de Juan Pablo II nos sirva de llamada del Señor y de estímulo apostólico para ser “sus testigos” en esta hora tan crucial de nuestra historia común!
Con todo afecto y mi bendición,