Ante la inminencia de la Visita del Santo Padre,
Benedicto XVI
Mis queridos hermanos y amigos:
Sí, esperamos al Papa con sentimientos mezclados de anticipada gratitud y de alegría abierta y esperanzada. Lo esperamos porque estamos seguros de que su presencia entre nosotros los días cumbres del V Encuentro Mundial de las Familias va a significar un momento excepcional de gracia del Señor para toda la Iglesia, cada vez más consciente de la importancia decisiva de la familia para el ejercicio de su primera misión y de su más sagrado deber: la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. Si la Iglesia no se nutre en su vida diaria, en su testimonio de fe, esperanza y caridad que ha de dar al mundo, de esa fuente primaria de la experiencia del amor cristiano que es la familia fundada en el sacramento del matrimonio, signo del amor esponsal del Señor a su Iglesia, perderá energía vital y vigor interior a chorros a la hora de seguir a Jesucristo por el camino de su amor: amor gratuito, de desprendimiento absoluto, de entrega sin límites al Padre para la salvación del hombre pecador y del mundo ególatra: ¡Amor fecundo que genera constantemente nueva vida! ¡Vida natural y Vida sobrenatural! El Papa decía hace pocos días en su catequesis sobre el oficio de Pedro y sus Sucesores en la Iglesia: “Este es el primado para todos los tiempos. Pedro debe ser el custodio de la comunión con Cristo, guiar a la comunión con Cristo y guiar la comunión, de modo que la red no se rompa, sino que sostenga la gran comunión universal por medio de la cual estamos con Cristo, que es Señor de todos nosotros. Esta es su responsabilidad, garantizando así la comunión con Cristo, con la caridad de Cristo, realizando esta caridad en la vida cotidiana”. A esto viene el Papa a Valencia, a guiar la comunión de la Iglesia para que la red de la familia cristiana –de “la Iglesia doméstica”– no se rompa, antes bien, para que se sostenga como el elemento esencial para la gran comunión universal en la caridad de Cristo que es su Iglesia: que no se rompa por el desconocimiento o la adulteración de su verdad tal como aparece en el plan creador y redentor de Dios; que no se rompa por desfallecimiento o por cobardía escéptica al propagar la especie de que se trata de un ideal de vida, imposible; y, por supuesto, que no se rompa porque se enfríe la caridad de los hijos de la Iglesia que ni siquiera están dispuestos a vivirla hasta ese punto fundamental de querer a sus hijos, más aún, de querer tener hijos para la vida temporal y eterna, para compartir la felicidad y la Gloria de Dios.
¡Cómo no vamos a alegrarnos y a preparar activamente y con gozo la venida del Santo Padre a Valencia con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias! Y, sobre todo, ¿cómo no nos vamos en España a sentir y a cultivar una actitud de expectante y comprometida alegría por su presencia en Valencia los días 8 y 9 de julio? Presencia del Vicario de Cristo. Presencia del testigo primero del Evangelio de la Familia, como tanto le gustaba repetir a Juan Pablo II. Si hay un país, donde la experiencia y la tradición de familia cristiana han configurado profunda e imborrablemente la biografía personal de sus hijos, sus formas culturales, su sentido de la convivencia y de la solidaridad social, la vivencia religiosa de sus gentes, la conciencia de patria común y, no en último y específico lugar, la historia y la vida de la Iglesia Católica en sus momentos y rasgos más generosos y fecundos… ese país es España. ¿Es que acaso se puede explicar su multisecular y heroica vocación misionera, la historia de sus santos, sin el aliento humano y espiritual de sus familias que no han conocido ni vivido otro modelo hasta muy recientemente que no fuese el de la familia cristiana? Y, también, si hay un país donde se haya cuestionado más radicalmente política, jurídica y culturalmente en los últimos tiempos la verdad de la familia, nacida del verdadero matrimonio, sujeto de derechos y responsable primaria de una misión social importantísima, anterior al Estado y a la comunidad política… ese es España.
Sí, esperamos al Papa en España, y con una estimulante y vibrante impaciencia, todos los hijos de la Iglesia: sus Obispos y sacerdotes, consagrados y consagradas, los religiosos y los seglares… Y, naturalmente, lo esperan, en primer lugar, sus familias cristianas y, con ellas y en ellas, sus hijos, los jóvenes de España. Lo esperan también desde lo escondido, abnegado y humilde de su estilo de vida de clausura, las comunidades de vida contemplativa, objeto especialmente hoy del recuerdo agradecido y orante de toda la Iglesia, que ofrecerán, sin duda, “el sacrificio espiritual” de sus plegarias constantes y de la oblación de su vida personal y comunitaria por el fruto de la Visita del Santo Padre y del V Encuentro Mundial de las Familias.
La Iglesia en Madrid es y quiere ser partícipe viva y pastoralmente dinámica de esa espera que se traducirá en una participación masiva de los católicos madrileños en los actos de esa visita. ¡Que ninguna parroquia de Madrid, que ninguna asociación y movimiento apostólico falten a la cita de Valencia con el Papa! ¡Intensifiquemos todos la preparación espiritual y pastoral de esos días de gracia que nos esperan! Estoy seguro también de que el acontecimiento eclesial de Valencia de los días 8 y 9 de julio con Benedicto XVI es acogido ya desde ahora y será celebrado por prácticamente toda la sociedad española, incluidas sus autoridades, con la gentileza y la gratitud propia de la mejor tradición hospitalaria de España.
A la Virgen de La Almudena encomendamos el V Encuentro Mundial de las Familias con Benedicto XVI. A Ella le pedimos que nos anime y apiñe a todas las familias madrileñas y a todos los madrileños junto al Papa.
Con todo afecto y mi bendición,