Una fiesta sumamente actual
Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo martes día 25 de julio la Iglesia celebra la solemnidad de Santiago Apóstol, Patrono de España. De nuevo hay que volver a lamentar que en muchas de las comunidades autónomas españolas, incluida la Comunidad de Madrid –en donde precisamente se asienta la Capital de España– no sea Fiesta, un día no laborable: una prueba reiterada en los últimos tiempos del no raro divorcio entre las grandes y milenarias tradiciones populares de los españoles y su tratamiento jurídico-administrativo. Es ciertamente Día de Galicia, como no podía ser menos, siendo Santiago Apóstol el que la ha proyectado al horizonte de la historia española, europea y universal. Tristemente, sin embargo, no es ya un día que pueda celebrarse con el necesario respaldo civil en toda España. Lo que choca con el hecho de que sin la tradición jacobea no sólo resulta incomprensible la historia de la Iglesia en España sino también la de la misma España desde los comienzos de su formación histórica en la “Hispania” romana hasta las últimas décadas de la edad contemporánea.
Con Santiago se vincula indisolublemente “la memoria” de los primeros pasos de la evangelización y de la implantación de la Iglesia entre los habitantes y pueblos de aquella sociedad hispano-romana que iniciaba su andadura histórica con los primeros albores del cristianismo. ¡Memoria de la predicación apostólica con la que se siembra por primera vez el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo en una comunidad humana que se deja fecundar e impregnar por la fe cristiana y católica como muy pocas en Europa y en el mundo! Juan Pablo II lo expresaba con una nitidez pastoral admirable en su Homilía del Aeropuerto de Labacolla en Santiago de Compostela el último día de su inolvidable viaje apostólico, el 9 de noviembre, refiriéndose a aquella España que acababa de visitar de finales de un año, el 1982, denso en cambios culturales y políticos de hondo calado: “Así perdura en Compostela el testimonio apostólico y se realiza el diálogo de las generaciones a través del cual crece la fe, la fe auténtica de la Iglesia, la fe en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para ofrecernos la salvación. El, rico en misericordia, es el Redentor del hombre. Una fe que se traduce en un estilo de vida según el Evangelio, es decir, un estilo de vida que refleja las bienaventuranzas…”
La memoria de Santiago, cultivada espiritual y litúrgicamente en el lugar de su sepulcro, la ciudad de Santiago de Compostela, y en toda la geografía española, incluso más allá del Atlántico en el continente hermano de América, se traduce pronto en una viva e imborrable tradición de la piedad popular que supera todas las crisis internas de la fe y de la comunión eclesiales y se convierte una y otra vez, a través de las épocas más difíciles y dramáticas de la historia de la Iglesia, en fuente limpia de fidelidad cristiana y de ardor misionero para España y Europa. El Camino de Santiago llevó a los peregrinos con intensidad creciente, sobre todo en las coyunturas más delicadas y convulsas de la Europa y de la España cristianas, a beber el agua de la verdadera Palabra del Evangelio y de la Comunión Católica en torno al Primado del Sucesor de Pedro en la tumba del Apóstol Santiago en su Santuario Compostelano. Recordemos, por ejemplo, la Europa amenazada por el Islam después de consolidar su dominio en España, los siglos de la Reforma Protestante y los más próximos del laicismo radical iniciados por la Revolución Francesa con sus persecuciones intermitentes, cruentas tantas veces e incruentas otras. Celebrar litúrgica y pastoralmente a Santiago Apóstol en España supone siempre reavivar la memoria agradecida por el don de la fe y actualizar la llamada a la conciencia eclesial de pastores y fieles a mantenerse firmes, perseverantes y apostólicamente entregados al empeño, nunca acabado, de la evangelización de nuestros hermanos: los conciudadanos y la sociedad española de nuestro tiempo.
“La memoria de Santiago” importa también y decisivamente a España como una comunidad histórica de hombres y de pueblos unidos por una historia bimilenaria común que ha compartido y comparte proyectos y concepción de la vida en los aspectos más valiosos para la realización digna del hombre como persona y como copartícipe en el bien y en el destino comunes, labrados y vividos con la fuerza espiritual única de una solidaridad fundamentada en la gracia y en el mandato del amor: del amor que es Dios –“¡Deus caritas est!”– y que hemos conocido por la vía de la guarda y transmisión de la memoria cristiana de nuestros orígenes, generación tras generación, en la familia y en la Iglesia, a través de las instituciones culturales más arraigadas en el alma popular y en los usos y costumbres sociales: orígenes inseparables de la predicación apostólica ¡de Santiago! Esa memoria, hecha presencia orante y suplicante, presencia aleccionadora y alentadora, comunicada con la humildad de los peregrinos, hizo posible, como uno de sus factores históricos más creativos, la formación de esa gran comunidad de valores humanos y cristianos que es España, configurada a lo largo de tantos siglos en profunda hermandad con los pueblos de Europa y, de un modo excepcionalmente fecundo, con los pueblos hermanos de América.
Nuestro Santo Padre, Benedicto XVI, imploraba abundantes gracias especialmente para las familias españolas y para “ese querido pueblo español” al que se dirigía en sus primeras palabras de saludo al tocar tierra de España en el Aeropuerto de Valencia, invocando muy significativamente junto a Nuestra Madre, la Santísima Virgen, a Santiago Apóstol; y se despedía agradecido desde los cielos azules del Levante español reconociendo con emoción visible la hospitalidad ofrecida y vivida en las dos jornadas memorables del V Encuentro Mundial de las Familias y confiando “en que con ayuda del Todopoderoso esa noble nación prosiga por los caminos de la prosperidad y de la paz en consonancia con sus más nobles tradiciones y raíces cristianas que han caracterizado a sus hijos durante siglos”.
Unámonos hoy con fervor a las intenciones del Papa y oremos juntos por la paz en el Oriente Medio y por España, acogidos a la intercesión de su Patrono, Santiago Apóstol, y al amor maternal de la Virgen de la Almudena.
Con todo afecto y mi bendición,