La Urgencia de “la Misión Joven”
Mis queridos hermanos y amigos:
“El que cree no está solo”. Este fue el lema de la Visita del Santo Padre a Baviera (Alemania) la pasada semana, que tantos frutos humanos, espirituales y eclesiales ha producido ya. En el hondo y actual magisterio del Papa de estos días se traslucía una y otra vez la intención de hacer llegar a todos –jóvenes y mayores– la verdad de esa afirmación, que él mismo había acuñado anteriormente y que es tan suya.
Si hay algún aspecto de nuestra cultura europea contemporánea, que la caracteriza en su relación con la situación del hombre, visto en su dimensión personal y en su contexto social, es la de su impregnación creciente por el fenómeno humano de la soledad. Soledad que se expresa y se manifiesta en primer lugar en las circunstancias más ordinarias de la vida: se ha puesto de moda, por ejemplo, el estilo solitario de existencia y de vivienda; las crisis matrimoniales y familiares arrastran consigo repetidamente abandonos y rupturas a costa de los más débiles, con las consecuencias últimas de su soledad, sino física, sí afectiva; las relaciones entre las personas en el mundo del trabajo, de las instituciones e, incluso, en el campo educativo rezuman, individualismo cerrado y hosco, con el que se encubren una intensa orfandad y soledad interior… etc. Pero, el factor más decisivo en la creación de ese clima personal y social, dominado por la experiencia generalizada de la soledad, es el de la pérdida de la fe en Dios. Cuando una persona lo rechaza o lo ignora se queda totalmente sola frente a los grandes interrogantes de la existencia humana: la vida y la muerte, la esperanza y la desesperación, la felicidad y la desgracia, el odio y el amor. Se produce entonces una radical soledad que no es curable ni superable, ni siquiera refugiándose en el remedio de la simple y pura compañía humana.
El servicio de la fe resulta, pues, el más fundamental y el más imprescindible en el ejercicio de la misión de la Iglesia y no digamos en la configuración de la existencia cristiana, iluminada y guiada por el conocimiento de que “Dios es amor”: de que El es el Amor. El Papa precisaba luminosamente la relación de fontalidad que une a la fe en Dios con “lo social”: “lo social y el Evangelio son sencillamente inseparables”, decía él en su homilía del domingo pasado en Munich, y lo explicaba de la mano de la experiencia de los obispos africanos, según la cual “la evangelización ha de ir por delante; el Dios de Jesucristo ha de ser conocido, creído, amado; los corazones se han de convertir, para que los empeños sociales avancen y progresen; para que se produzca reconciliación, para que, por ejemplo, el sida pueda ser combatido realmente desde sus causas profundas y los enfermos puedan ser cuidados con la necesaria cercanía y amor…” Y, podíamos añadir nosotros: para que se curen de raíz todas las soledades del hombre.
Por ello fue muy acertado que nuestro III Sínodo de Madrid se hubiera centrado todo él ¡en todas sus fases! en el gran objetivo de la transmisión de la fe a todos los madrileños, especialmente a las generaciones más jóvenes. Y, no de otro modo se comprende la importancia pastoral y el interés eclesial de nuestra gran apuesta apostólica por “la Misión Joven” en el presente curso pastoral. Con esta gran empresa evangelizadora no se trata en definitiva de otra cosa que de dar cumplimiento, entre otras, a aquella Constitución Sinodal –la 161– que reza así: “En circunstancias especialmente significativas se podrán promover iniciativas unitarias de anuncio y misión, en comunión con el Obispo Diocesano”. Misión y anuncio van estrechamente unidas desde el primer envío misionero de los Apóstoles en el día de la Ascensión del Señor. ¡Somos bautizados para ser salvados y para ser enviados! Enviados a anunciar a todos los hombres la salvación de Dios que nos viene por Jesucristo en el Espíritu Santo. Esta verdad sobre la condición misionera de toda vocación cristiana la condensa y expresa bellamente la Constitución Sinodal 136, respondiendo a las exigencias del momento presente de nuestra historia: “Educar la conciencia de que el cristiano, con su presencia y su palabra, es luz para que los hombres se encuentren con Cristo y su Iglesia”. ¡Una excelente formulación, la de nuestro III Sínodo Diocesano ante el reto evangelizador que nos presentan “los signos de los tiempos” respecto a los jóvenes de Madrid! ¡Ser luz para que con nuestra presencia y nuestra palabra la juventud madrileña se encuentren con Cristo y su Iglesia!
Anuncio y testimonio del Dios vivo, que se nos ha revelado y dado en Jesucristo, su Hijo, Nuestro Señor, con el don y la gracia del Espíritu Santo, para que llegue vibrante, en especial para nuestros jóvenes de Madrid, los nacidos aquí y los venidos de otras partes de España y del mundo… ¡Eh ahí el contenido esencial y el objetivo primero de nuestra “Misión Joven”! Sí, es preciso que reciban “creíblemente” la noticia no de cualquier Dios, como nos decía el Papa en Baviera, sino la del Dios vivo y verdadero.
A María, Ntra. Sra. de la Almudena, la Virgen al pie de la Cruz en aquel momento culminante del amor redentor del Hijo de Dios, ofrecido al Padre por la salvación del hombre, encomendamos con perseverante fervor “la Misión Joven” de Madrid.
Con todo afecto y mi bendición,