Colegiata de San Isidro; 15.V.2007; 12’00 horas
(Hech 4,32-35; Sal 1; St 5,7-8.11.16-17; Jn 15, 1-7)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
San Isidro: una figura evangélica
El Patrono de Madrid vuelve a ser actualidad en la vida de la Iglesia, de la Ciudad y de la Comunidad de Madrid. El calendario litúrgico nos lo acerca un año más a las vicisitudes o circunstancias de nuestras vidas en este año 2007 en el que la historia sigue su curso: no solamente la historia humana, la historia general, sino también la historia de la salvación. El tiempo de Pascua, en el que cae siempre la Fiesta de nuestro Patrono, nos vuelve a recordar que Jesucristo Resucitado es el Señor de la historia, “el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin”. Por eso la Iglesia, con el Libro del Apocalipsis, repite una y otra vez en el momento después de la consagración eucarística: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Cf. Ap. 22, 13 y 20).
Cuando uno repasa de nuevo y revive los datos esenciales de la biografía de aquel sencillo pocero y labrador madrileño de finales del siglo XI, nacido posiblemente en 1082 –tres años antes de la Reconquista de Toledo por el Rey Alfonso VI en 1085–, casado con una joven de Torrelaguna, a la que la piedad popular venera desde hace siglos como Santa María de la Cabeza, y fallecido tras una dilatada vida –¡noventa años!– al parecer el 30 de noviembre, día de San Andrés del año 1172, llama la atención el contraste entre su extraordinaria sencillez y humildad, vista desde la escala de valores que los hombres y la sociedad suelen apreciar, con la fama creciente de su figura que irradia una extraordinaria simpatía más allá de los límites de su Madrid natal y que alcanza a toda la geografía de la Iglesia Universal. Resulta extraordinariamente significativo a este respecto que en el día de su canonización, el 12 de mayo de 1611, por el Papa Gregorio XV, fuese colocado nada menos que junto a Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Teresa de Jesús, famosos ya en vida y protagonistas de la historia espiritual, cultural y eclesial del siglo XVI.
¿Cuál fue la fórmula de vida escogida y practicada por San Isidro que pueda explicar la fascinación popular, ejercida por él en Madrid, Capital del Reino, en España, en la Iglesia y en el mundo? La respuesta a la pregunta la encontramos en la Oración colecta con la que acabamos de iniciar la celebración solemne de la Eucaristía en este día de su Fiesta: “Señor Dios nuestro, que en la humildad y sencillez de San Isidro, labrador, nos dejaste un ejemplo de vida escondida en ti, con Cristo”. Efectivamente, eh ahí la clave de la fecundidad humana, cristiana y eclesial de San Isidro Patrono de Madrid: ¡una vida escondida en Dios con Cristo! Todo lo demás: sencillez, humildad, matrimonio y familia ejemplar, operario y labrador servicial, noble, entregado y solidario con sus patronos, compañeros y vecinos, amigo fiel de los pobres –¡en la mesa diaria de su casa siempre estaba dispuesto el plato para el indigente que llamase a su puerta!–… nacía de esa fuente de la fe, de la oración y del trato con el Señor, cultivado día a día desde el amanecer de su Misa diaria hasta la permanente presencia de Dios a lo largo de toda la jornada. ¡Un contemplativo en la acción! ¡Qué conmovedora resulta la conocidísima y difundida tradición de Isidro auxiliado por los Ángeles en la labor de la arada de las tierras de su amo Vargas, mientras que oraba y para que pudiese hacerlo con paz!
En el quehacer cotidiano, y en todo el vivir de Isidro, se hacía verdad lo que acabamos de leer en el Evangelio de San Juan: ¡permanecía en Cristo como el sarmiento en la vid y así daba fruto abundante! Y por ello, su gozo era la ley del Señor. ¡Toda su vida discurría en la alabanza de Dios! Lo alababa de acuerdo con la regla espiritual de San Agustín: “…procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones” (De los comentarios sobre los salmos, Salmo 148, 1-2).
¡Qué importante es, a la altura del año 2007, para los cristianos y la Iglesia en Madrid y, también, para la sociedad madrileña, comprender y apreciar en toda su verdad el valor permanente e insustituible de la fórmula de vida de su Patrono si quieren afrontar su presente y, todavía más, su futuro con la confiada y esperanzada perspectiva de la salvación, es decir, de la salud del alma y del cuerpo para el tiempo y para la eternidad! El Domingo pasado, 13 de mayo, conmemorábamos el noventa aniversario de la primera aparición de la Virgen en Fátima a los tres pastorcillos, Lucía, Francisco y Jacinta. El apremio de su mensaje –¡urge la conversión, la reparación de los pecados del mundo, la oración del Rosario por los pecadores!– no ha perdido un ápice de actualidad en toda su sencillez evangélica.
¡La Vida en Dios con Cristo es la solución!
El hombre y la cultura contemporánea han apostado en los dos últimos siglos frecuentemente por unas claves de existencia al margen de la herencia cristiana, pasando sin más de Dios, cuando no alejándose deliberadamente de Él y oponiéndose activamente a su presencia, primero en la vida pública y, luego, en la privada. ¡Un humanismo sin Cristo y sin Dios fue la consigna de movimientos culturales y socio-políticos del siglo XX extraordinariamente influyentes y poderosos en el decurso de la historia europea y americana! La consigna parece que vuelve a cobrar nueva fuerza cultural y política al iniciarse el siglo XXI. ¿Queremos volver a tropezar en la misma piedra ideológica de los factores históricos que condicionaron y caracterizaron dramáticamente el pasado europeo contemporáneo, el de las dos guerras mundiales y el del dolor y la tragedia de pueblos divididos, esclavizados y deportados, de pobreza y de injusticias sin precedentes para las personas, las familias y las sociedades antiguas y nuevas de todo el planeta? La fórmula del humanismo de San Isidro –¡humanismo auténtico de la mejor calidad espiritual y moral!– es la verdaderamente garante de un futuro justo y solidario en paz y libertad.
Benedicto XVI animaba al mundo, en su Mensaje del primero de año para la Jornada de la Paz del 2007, a recorrer de nuevo el limpio camino de la fe en Dios que dispone las voluntades de los ciudadanos y de los responsables de los pueblos para reconocer y aplicar en la práctica los principios de un derecho natural, al abrigo de posibles manipulaciones humanas, siempre tentadoras. Y, en la Homilía de la Misa de canonización de Fray Galvão, el pasado 11 de mayo en São Paulo, refiriéndose al nuevo Santo, afirmaba que “el mundo necesita de vidas limpias, de almas claras, de inteligencias simples que rechacen ser consideradas criaturas de objeto de placer”.
¡Sí, el mundo necesita, hoy, con urgencia “vidas escondidas con Dios en Cristo”!
Sí, lo necesita, porque de otro modo no comprenderá dónde y en quién se encuentra la fuente del verdadero amor, el único que puede salvar al hombre.
Vivir en la Comunión de la Iglesia: imprescindible para vivir con Dios en Cristo el mandamiento del amor
San Isidro vivió su fórmula de vida en una sincera y ferviente comunión con la Iglesia que alimentaba diariamente participando en el Sacrificio y Mesa de la Eucaristía. En la Iglesia de Santa María –pronto ¡la de “La Almudena!– iniciaba regular y fielmente su jornada de trabajo. El contribuía con el ejemplo de su vida personal y familiar piadosa, sencilla y humilde a que en el Madrid de aquel tiempo de su primera e inicial andadura histórica la Iglesia mozárabe viviese con paciencia cristiana los avatares tormentosos de la frontera de una Reconquista que buscaba el avance hacia la mitad sur de la península. Lo hacía compartiendo con todos sus hermanos en la fe la oración, la confesión de los pecados, el consuelo en la enfermedad y todos los demás bienes espirituales y materiales. En el Madrid de San Isidro se trataba de hacer realidad en todos los momentos de aquella encrucijada histórica –dolorosos y gozosos– el modelo de la primera comunidad de Jerusalén, donde “todos los creyentes pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía…” y “los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús con mucho valor” y en la que los fieles ofrecían “sus bienes”, para que, luego, éstos los distribuyesen “según lo que necesitaba cada uno”.
La Iglesia en Madrid ha tratado de seguir, constantemente, el ejemplo de San Isidro en la vivencia de la Comunión eclesial plena, fundada en la fidelidad a los Sucesores de los Apóstoles, presididos por el Sucesor de Pedro, como un itinerario de fe y santidad, sembrado de frutos de caridad y amor cristiano, con debilidades y pecados ciertamente, pero iluminado siempre por las figuras y testimonios, conocidos o anónimos, de innumerables hijos e hijas suyos que, por amor a Cristo y en el amor de Cristo, han amado heroicamente a sus hermanos, creyentes o no creyentes. Y así lo practica también hoy. La Iglesia diocesana de Madrid, a través de Cáritas Diocesana, de la red de sus parroquias, que cubre todo el territorio de la Ciudad y de la Comunidad madrileña, y de las innumerables comunidades de vida consagrada y de grupos apostólicos de seglares, acoge y cuida por millares a pobres, enfermos, marginados, de toda condición, con no menor grado de entrega heroica que mostraron sus mayores y padres en la fe. A los que hay que añadir todos aquellos madrileños que, sin eco mayor en los órganos de la opinión pública, viven en la comunión de la Iglesia su vida de familia, de vecinos, de profesionales y de ciudadanos dando testimonio diario, sacrificado y difícil, del amor de Dios, comprobado y puesto a prueba permanente en el amor al prójimo, con efectos no advertidos, pero insustituibles, para el logro del bien y de la paz social. Movidos e iluminados por la fe y el amor a Jesucristo y unidos a sus Pastores se saben sostenidos por los lazos invisibles de la oración y del amor de toda la Iglesia.
Ser Testigos de Jesucristo: el imperativo de la hora presente para la Iglesia y los cristianos hoy en Madrid
El III Sínodo Diocesano de Madrid, que clausurábamos solemnemente hace escasamente dos años, nos abrió puertas y señaló direcciones pastorales para la transmisión de la fe en Jesucristo, Redentor del hombre, a los madrileños de hoy, sobre todo a la juventud de Madrid: la fe que fue la razón de ser y explicación última de la biografía de San Isidro Labrador. “La Misión Joven”, que anunciamos aquella tarde del 14 de mayo de 2005 en la Eucaristía de la explanada de “La Almudena” con la que culminaban las sesiones de la Asamblea Sinodal, ha entrado de lleno en la vida diocesana e, incluso, en la ciudadana de Madrid con la ilusión y el entusiasmo desbordante, propio de los jóvenes, y ha llevado durante todo este curso el anuncio de la persona y del mensaje de Jesucristo a los más distintos ámbitos –la calle, los lugares de diversión y de trabajo, los colegios, la Universidad…– en los que se encuentran los jóvenes madrileños. ¡Los jóvenes de Madrid han evangelizado a los jóvenes con un estilo y una gallardía verdaderamente admirables! En estos días ha venido repetidas veces a nuestra memoria aquél envío, dirigido a los jóvenes de España por Juan Pablo II en “Cuatro Vientos” el 3 de mayo de 2003, en el que resonaba la voz del Señor a sus discípulos: ¡seréis mis testigos!; y, también, las palabras de Benedicto XVI en la Audiencia especial que nos concedió a los sinodales Madrileños el 4 de julio de 2005: “en una sociedad sedienta de auténticos valores humanos y que sufre tantas divisiones y fracturas, la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es ante todo comunicación de la verdad”.
María, la Madre del Señor y Madre nuestra, Patrona de Madrid bajo la advocación de La Almudena, reunió con su amor maternal a “los Doce” con “Pedro en el Cenáculo “ el día de Pentecostés, junto con los otros discípulos, para recibir el don del Espíritu Santo e iniciar el camino histórico de la Iglesia como el Misterio de comunión en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, visible en la participación de la Palabra de los Apóstoles, en los Sacramentos, singularmente, en el de la Eucaristía, manifestada en el cumplimiento del mandato del amor fraterno dentro y fuera de la comunidad eclesial: ¡como el nuevo y definitivo testimonio del Reino de Dios en el mundo! Apoyados en la intercesión de San Isidro y de Santa María de la Cabeza, le suplicamos a esa Madre bendita:
¡Guárdanos y aliéntanos en la vocación y tarea de ser testigos del Evangelio de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, en la Comunión de su Iglesia! ¡Consuela y conforta a todos tus hijos de Madrid que sufren de cualquier mal del alma y del cuerpo y a todos sus familiares! ¡Bendice a la ciudad y a la comunidad de Madrid, especialmente hoy en la fiesta de quien fue tan devoto tuyo, San Isidro Labrador!
Amén.