“Convertíos a mí de todo corazón”
(Jl 2, 12)
Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo miércoles comenzamos una nueva Cuaresma. Es tiempo de emprender de nuevo el camino no sólo eclesial, sino también, personal, que nos lleve con toda la carga pecadora de nuestras vidas ante Cristo Crucificado que murió por nosotros: por ti y por mí. San Ignacio de Loyola, en el Libro de los Ejercicios Espirituales, al invitar al ejercitante a meditar sobre los pecados de los ángeles, de nuestros primeros padres y sobre nuestros propios pecados, aconseja imaginarse a Cristo Nuestro Señor delante y puesto en Cruz y hacer con Él el siguiente coloquio: “cómo de Criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna a nuestra temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo” (53).
Si Él, Cristo, me amó hasta el punto de hacerse hombre y de morir clavado en la Cruz por mí y por toda la familia humana ¿voy de nuevo a corresponderle, cuando la Iglesia me lo presenta con la nueva actualidad del año litúrgico, pasando de largo, agarrándome a un estilo de vida a ras de tierra, pendiente sólo del poder, del placer y de las riquezas de este mundo? Después de la oblación en la Cruz vino la Resurrección. El amor misericordioso triunfó: triunfó sobre el pecado y sobre la muerte. Triunfó esa inefable forma de la justicia divina que se realiza a través del Padre, al enviar al Hijo para que se haga uno de tantos de sus hermanos –menos en el pecado– y siendo tratado como un malhechor, se inmole libre y amorosamente en la Cruz con la fuerza del amor del Espíritu Santo. ¿Vamos a ignorar una vez más el don de la vida nueva que recibimos el día de nuestro bautismo o a no dejarla crecer y madurar en nuestros corazones quizá por miedo a las exigencias de la santidad o por cobardía ante los retos apostólicos y misioneros que se siguen de ser sus testigos: testigos de la Cruz y de la Resurrección de Cristo? No perdamos la nueva oportunidad salvadora que nos proporciona el Señor por medio de su Iglesia en el nuevo ejercicio de la santa cuaresma. Recordemos con San Pablo: “ahora es tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación” (2Cor 6,2). Sí, es hora de convertirse de nuevo al Señor de todo corazón, concretamente, en el contexto de la realidad y de las circunstancias de la Iglesia y de la sociedad de este año 2008 que acaba de iniciar su andadura histórica.
El Santo Padre, en su Mensaje para esta Cuaresma, nos exhorta a fijarnos en lo que es irrenunciable para avanzar en el itinerario de la verdadera penitencia cuaresmal que lleva y conduce a la conversión personal y comunitaria, a saber: en que “Jesucristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre” (2Cor 8,9) en tal medida, que “se despojó de su rango, tomando condición de siervo y haciéndose uno de tantos…” “y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y una muerte de Cruz” (Flp 2,6ss). Jesús se dio todo a los hombres, sus hermanos; les dio no sólo todo lo que poseía como hombre, hijo de su familia y de su pueblo, sino que, además, se dio a sí mismo, a su misma Persona: se les dio como el Hijo Unigénito de Dios: ¡todo Él se hizo Don para nosotros, para salvarnos por el amor y para el amor de Dios! La práctica cristiana de la Cuaresma incluye necesariamente la limosna: el don de nuestros bienes materiales para los más necesitados ¡Son tantos! Los pobres y las formas de indigencia material y espiritual de nuestro tiempo se multiplican incesantemente. La Iglesia se siente fuertemente interpelada por ello y trata de responder especialmente a través de “Cáritas” y de “Manos Unidas”. Pero no es suficiente. Cada uno de nosotros debe de comprometerse generosamente no sólo con estas obras, signo y testimonio eficaz de la caridad eclesial, sino que también ha de hacerse protagonista diario de la caridad cristiana con todos los pobres que encuentre a su paso: en casa, en la familia, en el vecindario, en el lugar del trabajo, en la calle…
La limosna cristiana, recuerda el Papa, es auténtica solamente cuando no busca “la vanagloria”: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 6, 3-4). Es decir, es auténtica cuando se hace desde el amor de Cristo y por el amor de Cristo que nos lleva a amar a nuestros hermanos gratuitamente: sólo por amor. “Si al cumplir una buena acción –nos advierte el Papa– no tenemos como finalidad la Gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la óptica evangélica”.
Dar y darse cada vez más en sintonía con el amor de Cristo… ¡he ahí el gran objetivo personal y pastoral para nuestra Cuaresma de este año 2008 en la Archidiócesis de Madrid! La Misión Joven entre los emigrantes y las familias es para nosotros un campo urgente donde ejercer esa ascética integral que posibilita y facilita “ese despojo” de nosotros mismos y nos prepara, dispone y robustece interiormente para vivir en nuestras “cruces” cotidianas la gran esperanza pascual de que Dios, que es Amor ¡el Amor!, por su perdón y misericordia nos haga partícipes de su gracia salvadora con una nueva efusión de su Espíritu.
A María, la Virgen de La Almudena, que siempre nos alienta y acompaña hasta llegar al pie de la Cruz de su Hijo, nos encomendamos confiadamente al iniciar este nuevo itinerario cuaresmal con corazón humilde y abierto a la gracia de la conversión.
Con todo afecto y mi bendición,