Una necesidad vital para la Iglesia
Mis queridos hermanos y amigos:
La Iglesia dedica desde hace cuarenta y cinco años el IV Domingo de Pascua, conocido en su Liturgia tradicionalmente como el Domingo del Buen Pastor, a la oración por las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada. En pleno Concilio Vaticano II, Pablo VI, al instaurar esta jornada vocacional para toda la Iglesia en un día vocacionalmente tan significativo, se hacía eco de una necesidad siempre vital para el ejercicio de su misión evangelizadora y santificadora y que comenzaba a manifestarse en una buena parte de los países y sociedades del mundo occidental, especialmente en Europa, como un problema alarmante no sólo pastoral, sino también doctrinalmente. Aparecían los primeros síntomas de escasez numérica de vocaciones y se insinuaban dudas sobre la razón teológica de ser del ministerio sacerdotal vinculado al celibato y vivido según el modelo de vida apostólica que el Señor pidió y exigió a los Doce cuando les mandó dejarlo todo para seguirle incondicionalmente adonde quiera que Él fuese. La tentación secularizadora se asomaba, también, por otra parte, a la concepción de la vida consagrada por el Reino de los Cielos y a los criterios espirituales y pastorales de su renovación que el Concilio Vaticano II se proponía guiar e impulsar. Lo que entonces fue captado certera y providencialmente por el Supremo Pastor de la Iglesia como un aviso del Espíritu Santo, se fue desvelando hasta el día de hoy, año tras año, como un problema y un reto eclesial formidable al que la Iglesia y su Magisterio –el del propio Concilio, el de Juan Pablo II y, ahora, el de Benedicto XVI–, han ido ofreciendo respuestas muy concretas, evangélica y apostólicamente lúcidas y estimulantes. Respuestas que han dado ya sus frutos en un número creciente de seminarios y de presbiterios diocesanos rejuvenecidos física y espiritualmente, en el nacer y crecer de nuevas formas espirituales, apostólicas y misioneras de vida consagrada y, no en último lugar, en el despertar de la conciencia de muchos fieles laicos que comprenden de nuevo –y cada vez mejor– la importancia del compromiso de su vida cristiana con la creación del clima humano y eclesial preciso para que en las nuevas generaciones de bautizados se escuche la voz del Señor que llama a su seguimiento incondicional y radical, la acojan y la sigan para el bien de toda la Iglesia y de todos los hombres. Un clima que se logra únicamente instaurando y favoreciendo un ambiente espiritual de intensa oración, cultivada y practicada muy cerca del Señor en el Sagrario, es decir, vivida y experimentada eucarísticamente.
En nuestra Archidiócesis de Madrid, junto con otras Diócesis de España, hemos venido propiciando e impulsando la oración de toda la comunidad diocesana por las vocaciones a través de nuevas y bellas iniciativas como las de la Cadena de Oración, con la que nuestra Delegación de Pastoral vocacional ha querido renovar y revitalizar la meritoria Obra de las vocaciones sacerdotales, y las veinticuatro horas de adoración ante el Santísimo Sacramento, expuesto en la Iglesia del Seminario Conciliar, desde el amanecer del sábado, víspera del Domingo del Buen Pastor, hasta las doce de la mañana siguiente, culminando con la solemne celebración de la Santa Misa en la Catedral de La Almudena. Así, desde las primeras horas de ayer, sábado, se han venido turnando ininterrumpidamente ante el Señor Sacramentado, presente en el lugar vocacionalmente más emblemático de nuestra Iglesia Diocesana, nuestro Seminario Conciliar, grupos de oración formados por parroquias, comunidades de vida consagrada, asociaciones de apostolado seglar y nuevos movimientos y realidades eclesiales, rogando al Buen Pastor que no le falte a su Iglesia el don abundante de las vocaciones, imprescindibles para que pueda realizar su misión de ser “en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG, 1). ¡Urge que esta plegaria sea compartida ferviente e intensamente por todos los fieles durante todo el año, sin pausa alguna!
Si “la mies” siempre fue y seguirá siendo mucha en todos los tiempos; hoy, en el nuestro, es inmensa (cfr. Mt. 9-38). No se trata de ser pesimista en la valoración del estado actual de la comunidad eclesial y de la sociedad en Europa; pero sí es necesario y apremiante reconocer, con la objetividad de la mirada del alma de la mirada sincera y fiel a la verdad, la situación de carencia vocacional que nos aflige y el olvido de Cristo y de Dios que nos invade y que tanto desamparo interior y tantas frustraciones existenciales causa en nuestros niños y jóvenes. ¡Es la hora, –y continúa siendo la hora– de la Nueva Evangelización, a la que nos convocaba el Siervo de Dios Juan Pablo II y en la que insiste con su palabra y sus gestos tan evangélicamente transparentes nuestro Santo Padre Benedicto XVI, de cuya elección como Sucesor de Pedro se cumple en estos días el tercer aniversario! Para que se logre esta iniciativa del Papa con frutos abundantes de conversión y de profunda evangelización, son necesarias ¡vitalmente insustituibles! las vocaciones. “La Iglesia es misionera en su conjunto y en cada uno de sus miembros” –nos recuerda Benedicto XVI en su Mensaje para esta XLV Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones– pero “la dimensión misionera está especial e íntimamente unida a la vocación sacerdotal”. Jesús actúa en persona a través de los Doce Apóstoles y sus Sucesores, los Obispos, y los presbíteros en comunión con ellos. También muestra el Señor cual es la medida última de la auténtica vivencia de su Evangelio en todos aquellos hombres y mujeres que han escogido vivirlo con la radicalidad de los consejos evangélicos en pobreza, castidad y obediencia. “Esas pléyades de religiosos y religiosas, pertenecientes a innumerables institutos de vida contemplativa y activa –nos dice el Papa, rememorando el Dec. “Ad Gentes” del Vaticano II– tuvieron hasta ahora, y siguen teniendo, la mayor parte en la Evangelización del mundo”.
Reunidos hoy en torno a Virgen María, Reina y Madre de los Apóstoles, Nuestra Señora de la Almudena, pedimos con Ella al Señor: ¡danos abundantes vocaciones de sacerdotes santos, entregados ardientemente a tu amor para llevarlo y prenderlo en el corazón de tantos contemporáneos nuestros, desiertos de amor verdadero y estériles de nueva y auténtica vida! ¡danos nuevas y abundantes vocaciones de vidas consagradas a ti y a tu Reino, Señor! Porque sólo así se abrirá para el hombre de nuestro tiempo, sobre todo para los jóvenes, el surco limpio y fecundo del único amor que nos salva: ¡el Tuyo, Señor!
Con todo afecto y mi bendición,