A los familiares de los misioneros diocesanos
Mis queridos padres y familiares de los misioneros y misioneras madrileños:
Un año más me dirijo a vosotros con motivo de la Jornada Diocesana de Misiones, que en esta ocasión es antes de lo habitual, en la solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos, el próximo domingo 4 de mayo. En este día estaremos todos juntos, a pesar de los kilómetros que nos separan, con vuestros hijos e hijas, hermanos y familiares misioneros, celebrando con alegría que el Señor ha puesto en nuestras manos el trabajo de sembrar el Evangelio en el corazón de todos los hombres.
Ellos, los que tanto queréis y ahora están en tierras lejanas llevando a Jesús a los hombres, son un don de Dios. Vosotros lo experimentáis porque son parte de vuestra familia, y por ello de vuestro corazón; y lo experimenta toda la Iglesia diocesana de Madrid de la que son miembros muy queridos, y desde la que han sido enviados a la misión en países que esperan anhelantes esa siembra maravillosa del Evangelio. Pero os tengo que decir aún más: vosotros mismos sois un don para ellos, por vuestro apoyo, vuestra oración, vuestro amor; y sois un don también para nuestra Iglesia diocesana, porque mostráis a todos los que os ven que hay algo grande por lo que vale la pena entregar a un hijo o a un hermano: el Reino de Dios, la Persona misma de Jesucristo. Vuestra vida es todo un testimonio para quienes no terminan de entender la vocación de vuestros seres queridos. Su consagración y la renuncia a los propios planes son puestos en duda, y hasta en ridículo, por muchos, incluso algunos de ellos que se dicen cristianos y que, en realidad, piensan como los hombres y no como Dios. Por eso sois importantes para ellos, y para toda la Iglesia, y yo aquí os lo quiero agradecer de corazón.
Tal como reza el lema escogido para la Jornada de este año, nuestra diócesis debe estar abierta a las misiones. Es verdad que una diócesis tan grande como la de Madrid tiene muchas necesidades y muchos problemas. No se puede negar que siguen haciendo falta trabajadores para la viña del Señor en este inmenso Madrid, pero nuestra propias limitaciones no deben impedirnos ver las necesidades y graves situaciones en las que viven tantos hermanos nuestros en lugares donde los medios son realmente muy escasos. La diócesis que no es generosa con los que más necesitan, tampoco podrá recibir de Dios las gracias oportunas para sus necesidades. Es algo que seguro que habéis experimentado vosotros mismos en vuestras familias. A la generosidad por entregar un hijo o una hija o un hermano o hermana, el Señor ha correspondido con mayores y más abundantes gracias.
Ojalá sepamos transmitir estas certezas a las familias de nuestra diócesis. El año que viene, que lo dedicaremos de modo especial a la familia, será una buena ocasión para pedir al Señor que descubra a los matrimonios que una vocación que se entrega a Dios para servir en tierras de misión es una verdadera gracia también, y de una manera muy especial, para ellos. Ojalá sepamos también enseñar a nuestros jóvenes que la entrega a Dios es una ocasión de experimentar la alegría incomparable de ser instrumentos del amor infinitamente misericordioso del Señor. Os pido, queridos familiares de nuestros misioneros, que recéis por toda nuestra Iglesia diocesana, como lo hacéis por ellos, para que en Madrid surjan muchos corazones generosos que sigan la llamada de Cristo a la misión, como la han seguido vuestros familiares misioneros.
Recibid mi saludo cordial, al tiempo que os encomiendo a la Madre de Dios y Madre nuestra, Santa María de la Almudena, para que, con su intercesión, recibáis todas las bendiciones del Señor.
Con todo afecto y mi bendición,