Queridos hermanos y hermanas:
En la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la Iglesia celebra el Día de la Caridad, porque la caridad cristiana nace del amor de Dios, que Jesucristo nos manifiesta en la Eucaristía. En la Eucaristía, en efecto, los cristianos somos testigos del Amor de Dios a todos los hombres.
Dios quiere que todos vivamos y seamos felices y en lo más intimo de cada persona Él nos hace una llamada a la plenitud y a la vida. El pecado, sin embargo, nos impide ser felices y, al alejarnos de Dios, no sólo nos encerramos en nosotros mismos de forma egoísta, sino que nos despreocupamos de los demás y contribuimos a la infelicidad de los hombres.
Cáritas Diocesana en la Campaña Diocesana del Día de Caridad nos presenta el lema: “Si no te gusta lo que ves, ayúdanos a cambiarlo” invitando a toda la comunidad diocesana a no pasar de largo ante las enormes dificultades de tantos hermanos nuestros y a no ser indiferentes ante el espectáculo tremendo de tanto sufrimiento que acecha a muchas personas y familias rotas. No podemos acostumbrarnos a malvivir en medio del pecado y sus consecuencias.
En nuestra sociedad hay una multitud de personas que viven en la pobreza y la marginación: personas sin hogar, inmigrantes explotados, familias rotas, ancianos solos, jóvenes frustrados, niños con fracaso escolar, poblados chabolistas, malviviendo en medio de la miseria y derribos, desequilibrios psicológicos y afectivos… La solución no está en pasar de largo y no ver. Jesús nos propone el camino a seguir en la parábola del Buen Samaritano y a sus discípulos nos invita a hacer lo mismo con nuestros prójimos: “vete y haz tu lo mismo” (Lc 10, 37). “El programa del cristiano es el programa del Buen Samaritano -el programa de Jesús”-, “es un corazón que ve” (D.C.E. 31.b). Ese corazón que ve se pone en movimiento y responde implicándose ante las realidades de sufrimiento que nos rodean. Este corazón va donde se necesita amor y actúa en consecuencia.
“El pan que yo daré es mi vida para la vida del mundo” (Jn 6,51). En la Eucaristía Jesús nos hace testigo de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. “Nace así, en torno al misterio eucarístico el servicio de la Caridad para con el prójimo, que consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro interior con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a otra persona no sólo con mis ojos y sentimientos sino desde la perspectiva de Cristo. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias, puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Jesucristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse pan partido para los demás y a trabajar por un mundo más justo y fraterno” (SC. 88).
Sólo el amor de Dios puede salvar el mundo. El amor de Dios que nos manifiesta Cristo en la Eucaristía es la fuente inagotable de donde brota la vida que el corazón humano necesita vivir.
Ante la presencia eucarística de Jesús nosotros tenemos la oportunidad de hablar a Dios y también de dejar que Dios nos hable y de este modo llegar a ser capaces de Dios e idóneos para servir a los hombres. “Así nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás y es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un ‘final perverso’, es también esperanza activa en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios. Sólo así permanece también como esperanza verdaderamente humana”. (S.S.34)
En el presente curso Cáritas Diocesana ha detectado un número significativo de familias desestructuradas en toda la geografía diocesana, que junto a la falta de medios económicos para vivir con dignidad carecen de muchas posibilidades para rehabilitarse, necesitan corazones que les ayuden a levantarse y manos fuertes donde apoyarse para reiniciar el camino de la vida.
Los que hemos conocido el amor, tenemos que ser cauces del amor de Dios para los otros y ahora se nos ofrece esta oportunidad de ver, acercarnos y caminar con ellos, generando amor y esperanza a nuestro alrededor. Debemos ser conscientes de que “Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (S.S. 38).
Invito a las parroquias y a todas las comunidades cristianas de nuestra diócesis a que, en estrecha colaboración con Cáritas, se acerquen a estas familias desestructuradas y sean para todos sus miembros cauces del amor de Dios y motivo de esperanza para mirar el futuro con ilusión.
Pidamos a Santa María, Madre la esperanza, que nos ayude a estar atentos a las situaciones de necesidad, que están a nuestro alrededor, que no pasemos de largo ante el sufrimiento de tantos hermanos nuestros y que participando en la eucaristía seamos portadores del Amor de Dios a tantas personas que lo necesitan.
Con todo afecto y mi bendición,