Nuestro Compromiso pastoral con el Evangelio de la Familia y de la Vida para los próximos tres años pastorales
Mis queridos hermanos y amigos:
El pasado Domingo, coincidiendo con la celebración de la solemnidad de la Dedicación de nuestra Santa Iglesia Catedral de La Almudena, hacíamos pública la Carta Pastoral: “La Familia: Vida y Esperanza de la Sociedad”. Una coincidencia litúrgica y pastoral pretendida y buscada intencionadamente. No se puede entender ni vivir en toda su verdad, hondura y belleza el matrimonio y la familia si no es a partir de la confesión fiel y de la celebración eucarística del Misterio de Cristo, Redentor del hombre. La luz de su Evangelio ha iluminado la verdad primera del matrimonio como la unión indisoluble entre el varón y la mujer por amor y para fructificar en el don de la vida: ¡ésta fue su verdad desde el principio y desde los fundamentos puestos por el Creador! Dios los creó así varón y mujer para que fuesen el reflejo del Misterio de amor que se escondía y revelaba a la vez en su acto creador. Su condición sexual no sólo los diferenciaba en toda la realidad de su ser personal como creaturas e imágenes suyas, sino que también los ordenaba por naturaleza al encuentro mutuo en el amor, complementándose y perfeccionándose recíprocamente, y capacitándose en el cuerpo y el alma para andar el camino de la existencia en este mundo como un itinerario hacia la participación de la gloria de Dios y el logro consiguiente de la vida y de la felicidad plenas. El don del Creador fue rechazado por el hombre con su primer pecado de soberbia: de desobediencia y rechazo del mandato de su Amor. El matrimonio y la familia quedaron heridos en lo más hondo de su propio ser, en la raíz íntima del corazón del hombre, inclinado ya a amarse más a sí mismo en su orgullosa y egoísta individualidad que amar al otro por el amor de Dios. A la pregunta de los fariseos, al otro lado del Jordán, en Judea, sobre si era lícito repudiar a la mujer, les contestó Jesús: “¿No habéis oído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y mujer y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer’ y los dos se hacían una sola carne?… Lo que Dios unió no lo separe el hombre”. La tolerancia de Moisés se la explica Jesús a sus provocadores por la dureza del corazón del hombre (Mt 19, 3-9). Esa dureza va a ser rota por el sacrificio de Jesucristo en la Cruz: por la ofrenda de su Cuerpo y Sangre sacratísimos como víctimas de su amor humano-divino, rebosante de misericordia, que atrae hacia el hombre pecador el perdón infinitamente bondadoso y amoroso del Padre que derrama la gracia y el don del Espíritu Santo –la Persona-Amor en la Santísima Trinidad– sobre los hijos de la familia humana, santificándolos en todo lo que son, personas, varón y mujer, llamadas a vivir y a gozar del Amor verdadero que ha brotado con una insuperable riqueza y para siempre del Corazón divino de Jesús. Sí, el Evangelio no sólo ha iluminado definitivamente la verdad plena del matrimonio y de la familia, sino que también nos ha traído la gracia de poder vivirla sin recorte alguno. Más aún, los esposos cristianos, unidos a Cristo, Esposo de la Iglesia, participan de su amor a ella, su Esposa, hasta el punto de convertirse por el Sacramento del matrimonio en un signo eficaz y fecundo de ese amor.
A la proclamación, a la vivencia plena y gozosa y al testimonio fiel y valiente de ese Evangelio, invitó Juan Pablo II a todos los hijos de la Iglesia con una frecuencia y una intensidad inusitadas. Ahondando en la percepción del problema, percepción ya pastoralmente clarividente, por parte de sus predecesores, los Papas del siglo XX; y, de modo sumamente significativo, desarrollando con un genio espiritual y apostólico muy personales las enseñanzas del Concilio Vaticano II, Juan Pablo II nos ha urgido con sus palabras ardientes y con su acción, obras y gestos de Pastor de la Iglesia Universal en favor del matrimonio y de la familia cristianas, a plantear y a centrar nuestras responsabilidades y tareas pastorales más acuciantes al iniciarse un nuevo siglo y un nuevo milenio de la historia de la Iglesia en el servicio preeminente al Evangelio de la Vida y de la Familia. Benedicto XVI nos confirma también y de forma reiterada y particularmente próxima y luminosa en este camino emprendido por la Iglesia en el umbral del Tercer Milenio y nuestro III Sínodo Diocesano, acogiendo, meditando y reflexionando fiel y diligentemente este Magisterio acuciante, extraordinariamente sensible a las necesidades más hondas de nuestros contemporáneos, ha puesto una de sus preferencias pastorales más llamativas en orden a la transmisión de la fe en una renovada pastoral familiar. ¡No se puede esperar un minuto más en nuestra comunidad diocesana de Madrid si queremos seriamente y con auténtico espíritu apostólico evangelizar a la sociedad madrileña de nuestros días! ¡No es posible ya vacilar respecto a la prioridad pastoral del matrimonio y de la familia cristiana! La honda y extendida crisis en que hoy se ven sumidas afectan no ya solamente al futuro de la fe y de la Iglesia, sino también, e incluso más radicalmente, a la vida y a la esperanza misma de la humanidad. Los hechos en los que se manifiesta esta crisis de esos bienes, más primeros y más esenciales para el destino del hombre, que son el matrimonio y la familia, saltan tanto a la vista, son tan patentes y masivos, que sólo a los ciegos de razón y de corazón les pueden pasar desapercibidos.
Nos proponemos, pues, en estrecha unión de propósitos, de acciones y de voluntades, compartidos por toda la comunidad diocesana, dedicarnos con alma y corazón, por la gracia de Dios y el amor del Corazón de Cristo, al anuncio y a la enseñanza el Plan de Dios sobre la Familia a lo largo del primer curso de nuestro Plan Pastoral; a comprender y, consiguientemente, a vivir la verdadera realidad de la familia cristiana en su ser primigenio y específico de Iglesia doméstica, en el segundo curso; y a ofrecer un testimonio misionero de la verdad plena y salvadora del matrimonio y de la familia cristiana para la sociedad, en el tercero. Se trata de un compromiso de vida y acción pastorales, vinculante para todos los miembros de la Iglesia Diocesana: sus Pastores, sus consagrados, sus fieles laicos y, especialmente y sobre todo, para nuestros matrimonios y familias cristianas. ¡Su testimonio presentado con la autenticidad que aporta la experiencia de una vida matrimonial y familiar cristiana, fiel al amor de Jesucristo, es de un valor excepcional!
Nos encomendamos ya desde ahora a la Sagrada Familia de Nazareth, Jesús, María y José con nuestra confianza filial puesta en el Corazón y en el amor maternal de María, Madre del Señor y Madre Nuestra ¡Virgen de La Almudena! ¡Madre del Amor Hermoso! A Ella, que desde hace siglos guarda los muros de nuestra Villa como los de un hogar, dirigimos los deseos y las ilusiones de las familias de nuestra diócesis y a Ella le pedimos que nos abra los caminos de esta nueva evangelización a la que nos sentimos llamados. “¡Muestra que eres Madre!”
Con todo afecto y mi bendición,