Mis queridos hermanos y amigos:
El pasado lunes, 16 de marzo, el Santo Padre anunciaba a los participantes en la sesión Plenaria de la Congregación para el Clero “un año sacerdotal” que comenzaría su andadura el próximo 19 de junio, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y que concluiría el 19 de junio del próximo año 2010.
La figura de San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, del cual conmemoraremos el 150 Aniversario de su muerte, acaecida el 4 de agosto de 1859, ha movido al Papa en esta decisión que busca favorecer “la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio”. Y de la eficacia de ese ministerio –habría que añadir– depende en buena medida la fecundidad misionera y santificadora de la acción de la Iglesia en las almas y en el mundo. ¡Sí, de la santidad de los sacerdotes depende la salvación de las almas! O, lo que es lo mismo, el bien del hombre, visto en toda la profundidad e integridad de los aspectos que lo constituyen y conforman en el tiempo y en la eternidad, esta estrechamente vinculado a la vida santa de unos hombres que han seguido la llamada de Cristo, que les invita a ser sus amigos, a estar con Él y a configurarse con Él, Cabeza de la Iglesia y Salvador del mundo. El Cristo Glorioso, cuyo “paso” sacerdotal por la Cruz significó el triunfo del amor infinitamente misericordioso de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo sobre el pecado y la muerte en la que el hombre se había precipitado, actúa y actualiza ese “sacerdocio nuevo y eterno” a través del ministerio de aquellos que Él elige y consagra para que lo “re-presenten” sacramentalmente en la Iglesia; es decir, para que lo hagan presente como el Sacerdote de la “Nueva y Eterna Alianza” en la predicación de la Palabra, en la celebración de los Sacramentos –singularmente, en el de la Eucaristía– y en la vivencia común –en “comunión”– de la Caridad, que se ofrece a todos los hombres. ¿Y cómo va el sacerdote a ejercer ese ministerio de “representación” sacramental de Cristo, fundido en su propio ser por el carácter sacerdotal recibido en el día de su ordenación presbiteral, con autenticidad misionera y santificadora, en una palabra, como un servicio evangélico a las almas, sin esa tensión espiritual hacia una identificación dinámica y siempre creciente de toda su vida y existencia con Jesucristo, con el que dio la vida por él y por sus hermanos? El sacerdote o trata de ser y de vivir como un enamorado de Cristo o su existencia caerá en el precipicio de la esterilidad pastoral y de la frustración personal.
El Santo Cura de Ars es un ejemplo preclaro de esa fecundidad sobrenatural de una vida sacerdotal, sembradora de perdón y de gracia para el hombre de “los tiempos modernos”, que siente cómo el ser y el estar en el mundo, por mucho que quiera asegurarse su felicidad con conquistas siempre nuevas de metas de progreso técnico y del dominio de recursos materiales siempre más abundantes y complejos, si no se asienta en el fundamento de una vida interior sanada moralmente y cultivada en la fe y esperanza en alguien que le ame y espere con verdadero amor, es decir, en Dios, se convierte en un absurdo insufrible. Toda la Francia post-revolucionaria, culta y progresista de la primera mitad del siglo XIX, peregrinaba hasta el confesionario de aquel sencillo, humilde y pobre Cura de aldea, Juan María Vianney, que acogía a los pecadores en el nombre de Jesucristo y con sus mismos sentimientos de ternura misericordiosa y de perdón que iba aprendiendo a entender y asimilar en el trato diario de la oración con Aquél, de cuyo Divino Corazón había brotado la salvación del mundo.
Hoy concluimos una semana intensa de vida diocesana, centrada en el Seminario, en nuestros Seminarios diocesanos. La información sobre su situación actual, el conocimiento más detallado de sus comunidades, la ayuda material y espiritual que necesitan, han llenado los momentos más intensos de la actividad parroquial y han ocupado el lugar más destacado en la acción pastoral y apostólica de toda la comunidad diocesana: de sus pastores, de sus consagrados y consagradas, de las familias y de los fieles lacios. La oración por los seminaristas, los futuros sacerdotes, ha llenado de fervor y de autenticidad cristiana la preparación y celebración del Día del Seminario. La experiencia y el instinto espiritual del Pueblo de Dios acierta siempre cuando pide al “Señor de la mies” “Operarios” para su Iglesia que sean verdaderamente santos y cuando acude a la Virgen María, la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote y Madre de la Iglesia, como a la Madre espiritual por excelencia de sus sacerdotes, pidiéndole que cuide a nuestros seminaristas, que interceda ante su Divino Hijo para que los haga santos sacerdotes para el bien de ese nuevo Pueblo de los Hijos de Dios, que constituye la única y verdadera esperanza para conseguir la humanidad nueva que anhelamos: una humanidad que se vaya configurando por los caminos de la historia, del presente y del futuro cada vez más nítidamente como una familia en la que se comparten con amor tristezas, dolores, crisis, gozos y alegrías, los bienes de este mundo y los dones de la vida eterna.
El próximo sábado “ordenaremos” a doce nuevos sacerdotes en nuestra S.I. Catedral de Ntra. Sra. la Real de La Almudena, en el día en que también conmemoramos el 50º Aniversario de nuestra propia ordenación sacerdotal. ¡Orad por ellos con todo el fervor de vuestro corazón y orad por mí! Rogad para que busquemos siempre en nuestras vidas ser fieles y humildes instrumentos de la Misericordia del Señor.
Con todo afecto y mi bendición,