«Qué hermosos los pies de los que anuncian buenas noticias»
(Rom 10,15)
Pentecostés, 31 de Mayo de 2009
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Al celebrar un año más la solemnidad de Pentecostés y la Jornada del Apostolado Seglar y de la Acción Católica, me dirijo a todos vosotros para alentaros en la ineludible tarea de proclamar el evangelio a todos los hombres, de modo que, como en Pentecostés, las maravillas de Dios sean anunciadas en todas las lenguas y todas las naciones reconozcan el Señorío de Cristo Resucitado. No nos cabe duda alguna de que el evangelio es la verdadera buena noticia que el hombre de hoy, como el de todos los tiempos, necesita escuchar. Pero también sabemos que el hombre no siempre tiene los oídos abiertos para escuchar la Buena Noticia. Por ello es preciso decisión y entrega a la misión evangelizadora.
En los inicios del cristianismo S. Pablo no se encontró con menos dificultades que nosotros para anunciar el evangelio y, sin embargo, tanto con su palabra como con su vida, se entrega al evangelio y a su predicación con la conciencia clara de que de ello depende la vida y la salvación de los hombres. Detrás del «ay de mí si no evangelizara» se esconde, en realidad, el ay de los hombres si no reciben la Buena Nueva de la salvación. El encuentro con Jesucristo resucitado ha transformado la vida de Saulo, el fariseo, en Apóstol de Aquel a quien perseguía, de modo que el anhelo de su corazón y toda su oración a Dios se resume en que todos conozcan al Mesías para que se salven (cf. Rom 10, 1). La preocupación por la salvación de todos y cada uno de los hombres es un imperativo del amor del Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tm 2, 4). Esta salvación consiste en el conocimiento y la aceptación de la alianza de amor que Dios Padre ha establecido con el mundo en su Hijo Jesucristo.
Pero, ¿cómo creerán si nadie les anuncia?, se preguntaba el Apóstol (Cf. Rm 10, 14). Es necesario repetir hoy las palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles Laici, al poco de haberse cumplido el XX aniversario de su publicación: «En verdad, el imperativo de Jesús: “Id y predicad el Evangelio” mantiene siempre vivo su valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer. Sin embargo, la actual situación, no sólo del mundo, sino también de tantas partes de la Iglesia, exige absolutamente que la palabra de Cristo reciba una obediencia más rápida y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona; ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9, 16)» (ChL 33).
La predicación del evangelio no consiste en la simple defensa de unos valores o ideas que se proponen frente a otros distintos, sino en la propuesta de una Vida Nueva que tiene su origen en el Espíritu Santo derramado sobre nosotros gracias al misterio Pascual de Cristo. El evangelio nos propone la Vida nueva que brota del corazón abierto de Cristo en la cruz. Esta es una vida de infinita belleza, pues brota de la misma comunión divina. Si damos testimonio del Amor Divino que habita en nosotros, un amor que tiene su origen en el mismo Dios, ofreceremos al mundo la buena noticia que permitirá afrontar con esperanza la crisis económica, social y moral del tiempo en que vivimos. Para esto «urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales» (ChL 34). En este sentido, quiero bendecir y alentar todos los esfuerzos que se hacen en el campo del asociacionismo católico. Es misión importante del apostolado seglar y de la Acción Católica colaborar precisamente en esto, trabajando al servicio de la revitalización de todas las comunidades eclesiales, para un mayor vigor de la nueva evangelización. Si hay comunidades vivas, que se toman en serio la evangelización de la sociedad, no faltarán nunca seglares que se conviertan en testigos convincentes del Señor resucitado.
A este respecto debemos estar muy agradecidos por la celebración en Madrid de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en el año 2011, que hemos comenzado a preparar con la acogida, primero en Roma y después en Madrid, de la Cruz de los jóvenes acompañada del Icono de la Virgen María. Su peregrinación el próximo curso por toda la archidiócesis y por las diócesis españolas ha de servir para anunciar el contenido fundamental del evangelio: en la Cruz el hombre es amado por Dios hasta el extremo.
Ante esta misión, en nuestro corazón como en el de S. Pablo, resuenan las palabras del profeta Isaías que anunciaban la liberación de Jerusalén y la llegada del Reino de Dios: « ¡Qué hermosos son los pies del mensajero del evangelio!» (Is 52, 7). Ciertamente es hermosa la misión del ser mensajeros del Amor, pues sólo una vida llena del Amor de Dios puede comunicar con verdad esta Buena Nueva que encierra en sí misma la capacidad de salvar al hombre de todos los tiempos.
Pido a la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de La Almudena, Madre del Amor Hermoso, que bendiga todos los trabajos apostólicos de las asociaciones de apostolado Seglar y de la Acción Católica y os animo a todos a ser mensajeros de la Buena Noticia de la salvación.
Con mi afecto y bendición.