Modelo de una vida para “la caridad en la verdad”
Mis queridos hermanos y amigos:
Ayer celebramos la Fiesta de San Benito, Patrón de Europa, modelo de una vida cristiana vivida en la caridad que se funda en la verdad del hombre y es su instrumento de realización más precioso. San Benito ha dejado una huella imborrable en la forma de asumir la vocación del hombre a la luz del Misterio de Cristo Redentor del hombre y en íntima relación de amor con Él. Huella, además, profunda que no sólo es perceptible en el modelo de vida monacal, que él instauró con la fundación de la Orden Benedictina y orientó y condujo espiritualmente con su famosa “Regla” presidida por el principio de “Ora et Labora” –“reza y trabaja”–, sino también en la marca cultural, social y humana que se refleja en el perfil más característico de la Europa de ayer y de hoy. Toda la existencia del benedictino se cifraba y concentraba en una primera y fundamental tarea: realizar “el Opus Dei” –‘la obra de Dios’– en su vida personal y en la vida comunitaria. La comunidad benedictina se constituía, consecuentemente, en torno a un eje principal que vertebraba todo el quehacer diario: la celebración de la Liturgia, expresada y vivida como la alabanza a Dios, Creador y Padre por, en y con Jesucristo, el Hijo encarnado, muerto y resucitado para la salvación del hombre, en la Comunión del Espíritu Santo visible y operante en la Iglesia. De esa primacía de “la obra de Dios” brotaba, en primer lugar, un estilo de vida en común configurado por la paternidad del abad y la fraternidad de los monjes y, en segundo lugar, una concepción del trabajo como cooperación de la criatura mas excelsa, el hombre, llamado a ser hijo de Dios por adopción, a la obra de Dios, Creador, Redentor: Creador de todo lo que existe y Salvador del hombre. Los benedictinos cultivarán la ciencia y la tierra con primor, compartiendo entre ellos sus frutos sin envidias y con amor, y como una oferta desprendida a todas las personas y a la sociedad circundante.
En la vocación del benedictino primaba un exigente aspiración: no anteponer nada a Cristo en ninguno de los momentos ni de la realización personal de la existencia ni de la convivencia fraterna, ni de su proyección al mundo. Una nueva civilización inspirada en la caridad de Cristo querida, sentida y practicada en la verdad, se abría camino en los albores de la formación histórica de la cultura y de la sociedad europeas, imprimiéndole el sello inconfundible de noble y cristiana humanidad que ha distinguido después los mejores momentos de su historia y que nos debía de servir hoy, en la delicada situación de encrucijada en la que nos encontramos, de luz y modelo para acertar con las fórmulas económicas, sociales, políticas y jurídicas que configuren su futuro hacia dentro y hacia fuera de la Unión Europea en justicia, solidaridad y caridad.
El Santo Padre Benedicto XVI acaba de publicar su tercera Encíclica titulada “Caritas in Veritate”, “La Caridad en la Verdad”. No sería nada atrevido afirmar que en las grandes propuestas y en el espíritu que la animan se pueden vislumbrar las intuiciones y la experiencia espiritual de San Benito ¿Cómo no reavivar en este contexto la memoria de las palabras con las que él, el nuevo Papa recién elegido, explicó y justificó el nombre que quería darse como Sucesor de Pedro inmediatamente después de su aceptación de su elección por el Colegio Cardenalicio? Siguiendo el ejemplo de San Benito, a quien evocó y citó expresamente, confesó que no quería anteponer nada a Cristo. Benedicto XVI, en medio de una tormenta histórica que sacude la economía mundial como no sucedía hace mucho tiempo –los expertos se ven obligados a remontarse a la gran crisis financiera, provocada por la caída de la Bolsa de Nueva York en el año 1929– vuelve a recordar con nuevas palabras, fina y lúcidamente sensibles a lo que sucede en esta hora crítica de la humanidad, la siempre nueva y siempre actual respuesta del Evangelio: si no se produce un movimiento de conversión de las personas a Dios, dejándose guiar, iluminar e impulsar en verdad y de verdad por su amor, no se conseguirá la renovación ética ni de las conciencias de los ciudadanos, ni, sobre todo, de los responsables y agentes de las finanzas y de la vida económica del mundo y, consiguientemente, no se podrá salir de la crisis. La ciencia y la técnica son necesarias para salir de ella ¡ciertamente!; pero más necesario aún es vivir la caridad en la verdad, el presupuesto humano y espiritual imprescindible para el buen uso del poder técnico y científico. Volver a retomar, a estas alturas de la historia, la dirección del verdadero desarrollo, que había señalado con oportuna y clarividente valentía Pablo VI en 1967 con la Encíclica “Populorum Progresio”, y, ante la gravedad de la situación de dolor, sufrimiento y pobreza que aflige no sólo a la población de los países más atrasados sino también a la de los más avanzados, resulta para nosotros los cristianos y todos los hombres de buena voluntad una urgencia inaplazable. Benedicto XVI reclama de nuevo que volvamos la mirada a la persona, al hombre concreto, contemplado en la integridad de su ser y en el horizonte de la trascendencia de su vocación de hijo de Dios, y que orientemos toda la acción de las personas, de las sociedades, de los Estados y de las organizaciones internacionales a promover su verdadero y pleno desarrollo: un desarrollo integral que implica cuerpo y alma, tiempo, historia y eternidad. Es todo el hombre y son todos los hombres los que han de ser llevados a la realización plena de su vocación temporal y eterna.
Hoy, al resaltar muy sobriamente la perspectiva teológica que ilumina las enseñanzas de nuestro Santo Padre Benedicto XVI en su Encíclica “Caritas in Veritate”, se nos presenta providencialmente San Benito de Nursia como un modelo de vida austera, santa, entregada sin límites al amor a Dios y al prójimo mostrándonos fórmulas y experiencias concretas y fecundas para el verdadero desarrollo del hombre y de los pueblos. Un modelo que puede y debe guiar y estimular un renovado compromiso de evangelizar este mundo de nuestros días, dentro y fuera de Europa, a la medida del corazón de Cristo.
¡Que San Benito, Patrono de Europa, ruegue por nosotros! ¡Que acompañe y acoja nuestra súplica la Virgen María, la Madre del Amor Hermoso, Ntra. Sra. de La Almudena!
Con todo afecto y mi bendición,