Queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Estamos concluyendo la Cuaresma y muy próximos para celebrar la Semana Santa que nos introduce en la celebración del “Santo Triduo Pascual”, en la tarde del Jueves Santo. El Triduo Pascual ocupa el lugar de preferencia entre todas las solemnidades del año litúrgico. En la Pascua del Señor, centro de toda la Historia de la Salvación, celebramos la muerte y resurrección de Cristo, momento culminante de su obra salvadora. Es el paso del pecado y de la muerte derrotada a la victoria del amor misericordioso y de la vida nueva en gracia y santidad. En la renovación de las promesas bautismales se actualizará aquella hora en la que cada uno de nosotros fuimos incorporados al Misterio de la nueva y definitiva Pascua de Cristo Resucitado.
Las celebraciones del Triduo Pascual son ritos especiales, singulares, sencillos y solemnes a la vez, con un desarrollo propio de riquísimo contenido teológico, que exige una preparación catequética y ritual para que todos los signos y símbolos, palabras, cantos y silencio tengan verdad y expresividad litúrgica. Todos debemos evitar el peligro de la improvisación, de la sorpresa, y del olvido. El debido ensayo nos facilitará que nunca supeditemos la calidad de la celebración a su duración. Estudiar bien los textos y rúbricas de cada día nos ayudará, sobre todo, a no confundir lo esencial con lo accidental y a no buscar la excusa de que al año que viene se podrán corregir los defectos del actual. Defectos muchas veces endémicos.
El “Año Sacerdotal” nos obliga a acentuar y a vivir la importancia de la Misa Crismal como la evocación litúrgica, por excelencia, de la honda unión sacramental que se da entre el Obispo y su presbiterio al participar del mismo Sacerdocio de Jesucristo, aunque sea en grado diferente. En la Misa Crismal se subraya, además, el aspecto sacramental de la bendición de los óleos, significando que los sacramentos brotan de la Pascua, que es novedad cada año y todo lo hace nuevo. Y no podemos por menos de recordar también que la celebración del sacramento de la penitencia antes de comenzar el Triduo Pascual nos descubre con una inequívoca nitidez doctrinal y espiritual el sentido bautismal y eclesial, propio del sacramento de la reconciliación y que la tradición y la práxis canónica y pastoral de la Iglesia ha reflejado siempre en “el precepto pascual”. La celebración de este sacramento –“la segunda tabla de salvación” para los Padres de la Iglesia– no debiera de faltar en nuestra programación pastoral.
La Misa vespertina de la Cena del Señor inaugura el Santo Triduo Pascual. Es la celebración del memorial de la institución del Sacramento de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. En este año, “Año Sacerdotal”, debe de ponerse de relieve con cuidada sensibilidad vocacional el vínculo esencial existente entre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y la naturaleza y razón de ser del Sacramento del Orden. El lavatorio de los pies añade un gesto simbólico, lleno de expresividad para el hombre de cualquier época; pero, muy especialmente, para la nuestra. Es la enseñanza plástica de la actitud de servicio y de humildad que tipifica el ser y el existir del cristiano en el mundo y en la historia y, muy específicamente, del sacerdote. Por parte del Señor manifiesta la caridad total de quien va a dar su vida por todos, poniéndose a los pies de los discípulos, quitándose el manto, y sabiendo que al día siguiente va a ser despojado de sus vestiduras para entregar su vida en la cruz para la salvación del mundo. Las manos de Jesús, que lavan, son las mismas manos que han acariciado a niños y enfermos, que enseguida ofrecerán el pan y el vino eucarísticos y que más tarde serán clavadas en la cruz. Es verdad que el gesto del lavatorio –que debe hacerse con dignidad y autenticidad–, para que pueda ser contemplado por los fieles, encuentra en la zona presbiteral de algunos de nuestros Templos cierta dificultad de realización. Si se motiva debidamente el rito, las privaciones económicas de la penitencia cuaresmal pueden ser presentadas en la procesión de ofrendas como signo del cumplimiento del amor fraterno, tan apropiado en este día.
La celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo gira toda ella en torno al Misterio de la Cruz. La Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que ha peregrinado por nuestras calles y visitado nuestras parroquias, templos y monasterios, nos ha deparado una excepcional oportunidad para una renovada y reencontrada vivencia del Viernes Santo en su significado más universal como el día de la redención del género humano. La Cruz de la JMJ, peregrina por todos los Continentes –falta solamente África–, señala al norte y al sur, al este y al oeste de la tierra: ¡es signo de la totalidad universal de la redención del hombre, operada en y por el misterio de la salvación en Cristo. Adorar y besar la cruz en el Viernes Santo es manifestar nuestra alegría por sentirnos salvados por el Crucificado. La adoración de la cruz adquiere pleno sentido y expresividad ritual después de haber escuchado y orado el relato de la Pasión y de haber orado por las intenciones universales que la Iglesia Católica, Madre universal, nos propone; y por las que ofrece el sacrificio de Cristo y su sangre derramada por todos.
Aunque el Sábado Santo sea el único día que no tiene celebración propia, la Iglesia sigue orando y esperando junto al sepulcro. Es día de silencio, pero no de vacío; día de acompañamiento a la Madre Dolorosa, sabiendo que el Señor va a triunfar y resucitar. La Liturgia de las Horas será de una gran ayuda y el mantener el templo abierto será un buen servicio pastoral para facilitar la celebración individual del sacramento de la penitencia de cara a la Pascua.
La Vigilia Pascual se comienza y configura como una noche de vela en honor del Señor y como la puesta en acto, grandiosa y profunda, de toda la historia de la salvación, en una bellísima celebración, fuente de toda celebración litúrgica, que nos conduce al Domingo de la Pascua del Señor Resucitado: ¡el gran Domingo del Año! ¡la Fiesta de todas las Fiestas! Así se entiende teológica y litúrgicamente muy bien que la Vigilia Pascual sea considerada como la “Madre de todas las Vigilias” y que su celebración se prevea para una hora distinta de la misa vespertina de los sábados. Al comenzar la noche, a la entrada de la iglesia, después de la bendición del fuego nuevo con el que se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo, Luz del mundo, se entra en el templo sumergido en la oscuridad, y a la par que se ilumina todo él, el gozo inunda el alma de los fieles. Es una celebración que tiene sus ritmos internos bien diferenciados, aunque dentro de una gran unidad en la que todo es expresivo: la noche y la luz, el exterior y el interior de la iglesia, el silencio y el canto, las lecturas y la oración, el incienso y las flores, el agua y el altar, los cirios y las vestiduras blancas, la plegaria y la consagración eucarística, la paz y la comunión.
La Vigilia Pascual sigue necesitando mucha catequesis litúrgica para que adquiera el carácter popular en no menor grado que el que poseen los cultos de Semana Santa; aún reconociendo que ha habido avances notorios en su programación de horarios y en su desarrollo y participación. Hay que evitar siempre que el rito del fuego y el Pregón pascual tengan más importancia que la Liturgia de la Palabra y la proclamación del Evangelio de la Resurrección. La celebración del bautismo dentro de su celebración, sobre todo del bautismo de adultos, es muy pertinente. Ha de darse, en todo caso, la importancia debida a la bendición del agua, a la renovación de las promesas bautismales y a la aspersión a toda la asamblea. La liturgia eucarística, culmen de toda la Vigilia, concluye con la comunión del verdadero Cordero pascual que es Cristo. La Pascua es proclamación del reinado del Cordero, obediente, degollado, triunfante y adorado. El día en que actuó el Señor, el Domingo del “aleluya”.
A todos deseo una feliz y santa Pascua de Resurrección.
Con todo afecto y mi bendición