Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo Domingo, Solemnidad de la Ascensión del Señor, lo celebra y vive pastoralmente la Iglesia también como “la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales”, la XLIV después del Concilio Vaticano II, que la instauró en el Decreto “Inter Mirifica”, aprobado el 4 de diciembre de 1963. De vertiginosa se puede calificar la evolución tecnológica de los medios de comunicación social desde esa fecha hasta hoy día. El desarrollo de la televisión y la aparición del “mundo digital” son sus signos más inequívocos. La influencia socio-política, cultural, e incluso, la espiritual y religiosa, que han ejercido estos medios de inter-comunicación de personas, de sociedades y de comunidades culturales y políticas en el hombre contemporáneo y en la configuración actual de la humanidad, no ha dejado de crecer con semejante intensidad en sus efectos. Positivos, desde muchos puntos de vista, para estrechar más viva y directamente los lazos que nos unen en la comunidad universal de los pueblos y naciones de la tierra, que debe asentarse más y más sobre los fundamentos éticos de una paz y para una paz verdadera. Pero negativos e, incluso, destructivos, desde otros puntos de vista, al ponerse demasiado frecuentemente al servicio de procesos sociales y culturales profundamente degradantes de la dignidad del ser humano.
La visión cristiana del hombre y del mundo incluye una máxima ética de nítida transparencia antropológica y de un valor incalculable si se quiere orientar y conducir del proceso tecnológico y sociológico de los actuales “medios de comunicación social” por las vías morales, culturales, socio-políticos y jurídicas de un verdadero servicio al hombre: al hombre considerado, respetado y apoyado en la realización integral de su vocación trascendente. Es la siguiente: ¡comunica la verdad y en la verdad! ¡respeta a la persona humana! Hagámoslo así cuando se informa de los acontecimientos y de las personas, socialmente relevantes; cuando se forma la opinión pública con el análisis y la reflexión intelectual; cuando se abre el debate sobre las grandes cuestiones que afectan al sentido de la vida humana y al conocimiento objetivo del hombre, del mundo y de Dios. La forma de “usar la palabra” −visualizada o no− es completamente decisiva para lograr ese alto objetivo ético y humano de “comunicar y comunicarse en la verdad” en orden a la configuración de la existencia humana en el Amor. ¿Difícil de conseguir? Ciertamente. Las tentaciones clásicas del egoísmo, de la adquisición del poder a toda costa, del dinero, y, consiguientemente, de la mentira y de la ofensa al prójimo, nos acechan también, con constante y mayor virulencia que antes, en esta nueva era comunicativa del “mundo digital” y de “las autopistas del Ciber-espacio”.
La comprensión cristiana del problema y su propuesta de solución pasan por el reconocimiento en la teoría y en la práctica del hecho divino-humano −¡del Misterio!− de que “la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros”. “La Palabra” creadora de todo lo que es y contiene el hombre y el universo. Esa Palabra encarnada en Jesucristo es la fuente de una sabiduría espiritual que no sólo no contradice o anula la razón, sino que la purifica y fortalece en su propio camino de la búsqueda y conocimiento de lo que es verdadero. Más aún, esa “Palabra”, Jesucristo, muriendo en la Cruz y resucitando, libera y eleva a todo el hombre –pensamiento y voluntad; corazón y libertad– para que pueda adentrarse y penetrar en el conocimiento íntimo del Misterio de Dios y en sus planes de salvación del hombre. A la luz sublime de esta “Palabra”, Jesucristo Redentor del hombre, la historia personal y colectiva del ser humano se desvela como una vocación para participar en la Victoria gloriosa y eterna de la Vida y del Amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte en el tiempo y en la eternidad. ¡Los profesionales Católicas de la Comunicación tienen bien y gozosamente marcada la vía moral y espiritual de su trabajo! Ser servidores de la Verdad plena por la acogida intelectual y cordial de Jesucristo –de su Evangelio– en su vida personal y en su tarea profesional. Cuanto más profunda y penetrante ocurra esa acogida en lo más auténtico de su vida y experiencias espirituales, más se sentirán inclinados y movidos a ser testigos directos y explícitos de esa palabra en la vivencia de su profesión, en las tareas informativas de cara a los destinatarios de su “comunicación”y en su labor formativa de la opinión pública, sin evadirse ni ante sus compañeros y, ni, en su caso, ante sus alumnos.
Los fieles católicos, usuarios de los Medios de Comunicación Social contemporáneos, entenderán también mejor, a la luz de Jesucristo Resucitado y Ascendido al Cielo presente en su Iglesia, lo urgente que es su participación activa en la evangelización de los antiguos y de los nuevos procesos de comunicación social y su compromiso en favor de “los Medios” que conciben y viven su misión y trabajo a la luz de la Palabra de Cristo y dispuestos a ser sus testigos.
El miércoles próximo llegará el Santo Padre a Portugal como peregrino de Nuestra Señora, la Virgen de Fátima. A Ella, cuyos “mensajes” de penitencia y de conversión resuenan a través de nuestra advocación de “La Almudena”, confiamos con fervor y piedad filial la persona y el viaje apostólico del Papa y sus frutos pastorales, incluidos los de la próxima Jornada Mundial de las Comunicación Sociales.
Con todo afecto y mis bendiciones,