«No he venido a ser servido, sino a servir»
(Mt 20, 28)
Sábado, 22 de mayo de 2010
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Un año más, la Solemnidad de Pentecostés nos invita a reflexionar acerca del Apostolado de los seglares y de su inestimable ayuda a nuestro ministerio apostólico. Este año, además, se nos brinda la ocasión de hacerlo teniendo como telón de fondo el final del Año Sacerdotal convocado por Su Santidad Benedicto XVI en el dies natalis de S. Juan María Vianney, el santo cura de Ars, que será clausurado con la próxima Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Tenemos que estar agradecidos a Dios por tantos frutos recogidos. Entre ellos, el que la celebración de este año ha contribuido a una mayor estima y reconocimiento del ministerio sacerdotal por parte de los seglares, así como de la hermosa y callada labor de muchos sacerdotes que, en las parroquias y en los movimientos apostólicos, están al servicio de la vida espiritual de los fieles laicos.
El lema escogido para este día quiere fijarse precisamente en este aspecto del servicio eclesial. Poco antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús reunió a los Apóstoles para corregir en ellos el ambicioso deseo por los primeros puestos. Ellos, que habían sido llamados para el anuncio del Evangelio y para el gobierno de la Iglesia, no debían ejercer esta tarea como hacen habitualmente los principales de este mundo, con prepotencia y afán de imponerse, sino como servidores, como quien realiza un verdadero servicio en la caridad (cf. Mt 20, 26-27). Las palabras del Señor no son una simple y bonita teoría, sino que, además de una enseñanza exigente acerca del servicio, son un anuncio anticipado de los dramáticos acontecimientos que los Apóstoles contemplarían pocos días después en Jerusalén. Allí, en efecto, Jesús se revelará como el Mesías, Siervo sufriente (cf. Is 53), que lleva el servicio hasta el extremo: la entrega de la vida como la forma más plena del amor. Con ello, Jesús cumplía fielmente lo que les había dicho entonces: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Dar la vida es, por tanto, la prueba del mayor servicio, del amor más grande.
Todos los fieles cristianos deben reconocer que, por el bautismo, están llamados a vivir esta vocación de servicio, pues, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, retomando el magisterio del Concilio Vaticano II, «para el cristiano, “servir es reinar”, particularmente “en los pobres y en los que sufren donde descubre” la imagen de su Fundador pobre y sufriente» (n. 786; cf. LG 36; 8).
Al celebrar el Día Nacional del Apostolado Seglar y de la Acción Católica, os invito a todos a renovar el deseo de vivir esta extraordinaria vocación de servicio en medio del mundo y, de un modo especial, a aquellos que habéis sido llamados a asociaros de distintos modos para hacer así más fecunda la misión apostólica de la Iglesia. Recordamos en esta Jornada, de manera particular, las palabras de Benedicto XVI en su visita a la parroquia de S. Juan de la Cruz, en la diócesis de Roma (7 de marzo de 2010), en las que valoraba la inestimable aportación de los nuevos movimientos y comunidades eclesiales a la evangelización y a la formación de un laicado maduro. Esta ayuda, afirma Su Santidad, «exige un cambio de mentalidad, sobre todo de cara a los laicos, pasando de considerarlos “colaboradores” del clero a reconocerlos como plenamente “corresponsables” del ser y del actuar de la Iglesia, favoreciendo así la promoción de un laicado maduro y comprometido». Esta corresponsabilidad no consiste en un «equilibrio de poder», sino en una llamada a un servicio común al que todos hemos sido llamados y que cada uno realiza, de modo particular, según su vocación concreta.
La corresponsabilidad de todos los fieles en el ser y en la acción de la Iglesia ayudará a presentar una imagen viva y unida del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Esto requiere la respuesta de todos a la acción del Espíritu Santo, que se derrama como vínculo de verdadera comunión. Por ello os invito a que, en este espíritu de comunión y corresponsabilidad, toméis parte, según los propios carismas, en la ya comenzada preparación de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que celebraremos en nuestra diócesis en agosto de 2011. Será una oportunidad privilegiada para mostrar a la sociedad que el servicio común de todos los fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, constituye un testimonio fiel de la novedad, vitalidad y universalidad de la Iglesia. Sólo trabajando unidos, podremos agradecer el valioso don que el Santo Padre nos ha regalado al concedernos la celebración de esta Jornada.
Miremos a Santa María, Nuestra Señora de la Almudena, la humilde sierva de Yahveh, que vivió siempre al servicio de su Hijo, y pidámosle que nos ilumine en el exigente, pero precioso camino del servicio a Dios y a los hermanos.