“La JMJ-Madrid 2011: un empeño misionero
para la Evangelización de los jóvenes del siglo XXI”
Intervención del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid
y Presidente de la Conferencia Episcopal Española,en el II Encuentro Preparatorio JMJ-Madrid 2011
Real Colegio Universitario El Escorial-María Cristina, 13 de enero de 2011
I. Comprender y hacer nuestra –de toda la Iglesia– la JMJ-Madrid 2011, como un empeño misionero para la Evangelización de los jóvenes del siglo XXI, pre-supone 1º un conocimiento “cordial” de los jóvenes de esta primera década de nuestro siglo y 2º una concepción teológica y pastoral del significado de lo que debe ser su evangelización como la propone luminosamente el Santo Padre Benedicto XVI en su Mensaje del seis de agosto del pasado año, Fiesta de la Transfiguración del Señor. O, dicho con otras palabras, se requiere tener un conocimiento previo de la juventud del siglo que acaba de despegar en la historia de la Iglesia y del mundo lo más cercano y lo más realista posible. ¿Nos encontramos ante el inicio de una nueva época histórica? Muchos son los signos que apuntan a ello. Luego, se requiere una clara e inequívoca sintonía teológica –de mente y de corazón– con el Magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI acerca de la Nueva Evangelización y, sobre todo, una asumpción apostólicamente sentida y vivida de la urgente necesidad de hacerla realidad viva y ardiente en la práctica pastoral y en la acción misionera de la Iglesia.
II. Los jóvenes católicos de nuestro tiempo –del año 2011– son herederos cultural y espiritualmente de una generación, la de sus padres, protagonista de la primera respuesta a la llamada de Juan Pablo II, convocándoles a un encuentro con el Sucesor de Pedro en una “Jornada” de común y compartida profesión de la fe en Jesucristo, Redentor del hombre, de vivencia y celebración sacramental de su perdón en el Sacramento de la Penitencia y, sobre todo, de su oblación pascual en el Sacramento de la Eucaristía, el Sacramento por excelencia de su Amor salvador: “el Sacramento del amor de los amores”, fundamento y alimento del amor que nos une en “la comunión” con Cristo que constituye, en definitiva, el ser de la Iglesia. La intención misionera del Papa era evidente. Se trataba de presentar y de vivir la Iglesia no sólo en sí misma como una realidad de comunión, sino también en su relación con la sociedad y la humanidad: ¡como el fermento de su unidad, de su solidaridad y de su paz! De hecho, las sucesivas ediciones de la JMJ celebradas en las distintas ciudades de Europa, Asia, América y Oceanía, en las que han tenido lugar, han confirmado en el fondo y en la forma esa fuerza irradiadora del Evangelio experimentado y testimoniado por los jóvenes. La Iglesia se mostró al mundo como una realidad joven, dinámica, gozosa y festiva; sí, como el Cuerpo vivo de Cristo, el Señor y, en Él, como el “signo y sacramento de la unión” de los jóvenes con Dios y entre sí; como “un pueblo” insólito, trasmisor y comunicador de una desconocida alegría de vivir. (cfr. LG 1).
La generación de los jóvenes de “los años ochenta y noventa” del pasado siglo XX estaba de vuelta, en una gran medida, de los sueños y proyectos revolucionarios de sus padres y hermanos mayores, los jóvenes del “68”. ¿En qué había quedado la rebelión no siempre pacífica –¡no faltaron las barricadas!– de los universitarios de París y de prácticamente de todas las Universidades de Europa en aquel mayo crucial en la historia contemporánea del mundo? Y no sólo crucial para el llamado mundo libre, sino también para el futuro del mundo soviético encerrado detrás de un impenetrable “telón de acero” y en Berlín por “un muro” poco menos que infranqueable. Aquella revolución calificada de cultural por muchos observadores; de “sexual” por bastantes; y de “nihilista” por los que la han estudiado más tarde con la perspectiva ya serenada de las dos décadas transcurridas desde la caída del “Muro” hasta hoy, no dejó insensible a la juventud de lo que entonces se llamaba “el Tercer Mundo”: en Asia, América del Sur y en África. Sus “élites” quedaron ideológica, política y culturalmente muy dañadas. En aquel “mayo del 68”, el probablemente más turbulento de la historia de la postguerra europea, se había dado la paradoja de que “los jóvenes” de los llamados “países libres” “coqueteaban” con las ideas y los programas de los Estados y Partidos políticos refinadamente totalitarios de Europa, de Asia y de América. Ellos, que proclamaban “el prohibido prohibir”, hacían guiños de complicidad y simpatía a los que lo prohibían todo, dejando solos en su lucha por la libertad religiosa, civil y política a los jóvenes de esos países férreamente tiranizados, que antes, durante, y después del “68” se había levantado heroicamente ¡“martirialmente”! contra la insoportable maquinaria política y cultural que los atenazaba. No se puede olvidar que aquel “mayo parisino” fue también el mayo de “la primavera de Praga”. ¿Qué quedaba de aquella fascinación intelectual y sentimental del comunismo marxista en noviembre del “89”, cuando caen el Muro de Berlín y simultáneamente “el telón de acero”? Muy poco. En las mentes juveniles, el ideal igualitario marxista fue pronto sustituido por un nuevo atractivo político, social y cultural ejercido desde siempre por el ideal de la libertad en el antiguo Occidente democrático y, ahora, en los nuevos Estados y sociedades del antiguo Este totalitario. En cualquier caso, una cosa quedaba clara: ni uno, ni otro “ideal” alcanzaba el corazón de las nuevas generaciones. Sus más íntimas e importantes aspiraciones y necesidades permanecían fuera de su radio de acción espiritual y moral. Había que buscar y encontrar otros caminos si se quería orientar acertadamente el curso de la existencia personal y, en definitiva, el de la historia común de la juventud de Europa: ¡“los jóvenes del 2000!”. Sí, resultaba ineludible descubrir de nuevo los caminos del alma; caminos bien conocidos para la Europa cristiana de todos los tiempos. Sus raíces, aunque soterradas, seguían vivas en las conciencias de las personas, de las familias y de la propia sociedad. Se manifestaban sobre todo vivas ¡muy vivas! en la Iglesia. El surgir de nuevas realidades, comunidades eclesiales y asociaciones de todo tipo –apostólicas, misioneras, de familias consagradas, etc.– era un hecho incontestable veinte años después de la clausura del Concilio Vaticano II. La renovación conciliar daba sus frutos. Los nuevos impulsos para una nueva evangelización se notaban por doquier y en los ambientes más diversos entre los sacerdotes, los religiosos y en el mundo seglar. No era pues extraño que se percibiese entre los jóvenes de la Iglesia como una nueva nostalgia de Dios y un anhelo escondido de encontrarse de nuevo con Jesucristo: ¡con su verdad y con su amor! El lema de la IV JMJ de 1989, en Santiago de Compostela, conectó muy bien con esas profundas aspiraciones de una nueva generación juvenil que quería abrir las puertas de su corazón a Jesucristo, intuyendo secretamente que era Aquel que les buscaba y amaba de verdad sin engañarles ni pedirles nada a cambio salvo la respuesta de su amor. ¡Verdaderamente Él era su Señor, su Amigo, su Camino, su Verdad y su Vida! Urgía salir al encuentro de esa nueva juventud decepcionada por las experiencias personales y sociales “sin Dios” y “sin Cristo”, que les había legado su inmediato pasado. Los jóvenes querían de nuevo abrir el interior de sus almas a Cristo y a su Evangelio.
Juan Pablo II capta pronto lo que está pasando en ese nuevo mundo juvenil ávido de respuestas auténticas para sus interrogantes más profundos. Su respuesta es salir a la búsqueda audaz de esos jóvenes en su acostumbrado lugar y marco de vida. El Papa va a su encuentro con un vigoroso anuncio de Jesucristo vivo que está “a sus puertas y les llama”. ¡No hay que tenerles miedo! Al contrario, hay que acercarse a ellos delicadamente: a sus formas de estudio, trabajo y profesión, a sus vacilaciones y caídas en la experiencia del amor humano, a los estilos y modos de configurar sus “tiempos libres”, a sus nuevos ritmos y ¿melodías? musicales, ruidosos y ensordecedores… hay que conocerlos y entender su situación: ¡sus soledades más íntimas en medio de los “eventos” masivos que les aturden! El Papa pone en marcha las Jornadas Mundiales de la Juventud e invita a toda la Iglesia a abrir un nuevo capítulo de pastoral juvenil en el surco espiritual y evangelizador abierto por el Concilio Vaticano II. Los frutos no se hacen esperar. Son de algún modo espectaculares. Benedicto XVI los concreta lúcida y bellamente en su “Mensaje” para la JMJ-Madrid 2011. “La cosecha” vocacional es patente.
III. ¿Y nuestros jóvenes de hoy? ¿qué pasa con los jóvenes de esta primera década del siglo XXI? ¿ofrecen un perfil humano, cultural, moral y espiritual muy distinto del de los jóvenes de la generación inmediatamente anterior? ¿los problemas que les inquietan y aquejan son notoriamente otros? Antes de adelantar una contestación a la pregunta, conviene tener en cuenta un factor histórico nuevo en gran medida, y que ha entrado en su escenario vital con una eficiencia psicológica y sociológica de desconocidas proporciones. Nos referimos a la intercomunicación globalizada, proporcionada por las nuevas técnicas digitales. Un sistema de comunicación dotado de “una virtualidad” informativa, formativa y recreativa ¡formidable! con sus peligros y sus “chancen” condicionan cada vez más intensamente la totalidad de su existencia. “La red” se puede convertir – y de hecho así está sucediendo- en un instrumento poderosísimo de propagación de fórmulas de vida inspiradas en “el relativismo” de “que todo vale” si se triunfa económica y socialmente; propiciando a la vez un estilo “virtual” de vida, vacío
–paradójicamente– de encuentro y relación verdaderamente personal. “El relativismo” en la concepción del mundo y del hombre halla de este modo entrada fácil en la vida del joven, inmerso en una “intercomunicación” superficial y externa y abrumado y confuso por lo contradictorio y perturbador de sus mensajes. Naturalmente la gran cuestión y pregunta sobre Dios y sobre Jesucristo no se libera de la sospecha sistemática. Las dudas sobre el sentido trascendente de la vida, insidiosamente propaladas y difundidas por “las redes sociales”, se instalan en las mentes juveniles pertinazmente. La coyuntura histórica dominada por una crisis económica, socio-política, cultural y ética con pocos precedentes, les afecta de lleno a ellos y a sus proyectos de vida y contribuye poderosamente a agravar su incertidumbre.
¡Ciertamente! Los jóvenes de comienzos del siglo XXI no son aquellos que cantaban en “el Monte del Gozo” compostelano, delante de Juan Pablo II en 1989: “somos los jóvenes de 2000” Su situación humana y espiritual es otra. ¿Habría pues que modificar el planteamiento pastoral y evangelizador que ha caracterizado las Jornadas Mundiales de la Juventud en sus veinticinco años de historia hasta hoy mismo? De ningún modo. Antes bien, es preciso consolidarlo y vivificarlo espiritualmente con un renovado vigor apostólico y misionero. Lo lograremos si se comprende, proyecta y configura “la Jornada” como un “empeño misionero” inspirado, sostenido y alentado por un compromiso pastoralmente asumido por parte de toda la Iglesia: por sus pastores
–obispos y presbíteros–, por sus consagrados y por los fieles laicos. Un compromiso que ha de ser contraído como una de las más decisivas y actuales exigencias de la caridad eclesial en las comunidades parroquiales, las familias cristianas, las asociaciones y movimientos apostólicos, en los centros educativos católicos en todos sus niveles, en las obras y servicios eclesiales en favor de los más pobres, en las organizaciones dedicadas a la promoción de la justicia, de la solidaridad y de la paz. No debe quedarnos ninguna duda al respecto: uno de “los empeños misioneros” más importantes de la Iglesia de comienzos del siglo XXI ha de ser una porfiada evangelización de los jóvenes que les posibilite y facilite vivir enraizados y edificados en Cristo con una inquebrantable firmeza de la fe: ¡“firmes en la fe”! El Mensaje del Santo Padre para la JMJ-Madrid 2011 del seis de agosto del pasado año ofrece una guía luminosa para llevar a cabo felizmente esta extraordinaria y apasionante empresa.
IV. El centro de gravedad del empeño misionero de la JMJ-Madrid 2011: ¡Jesucristo!
Podía a primera vista parecer una obviedad centrar todo el peso pastoral de la JMJ-Madrid 2011 en algo tan imprescindible para cualquier ejercicio de la misión de la Iglesia como es el dar a conocer a Jesucristo. La Iglesia nació para ello: para anunciarlo, para que el hombre pueda vivir de Él y en Él y configurar su peregrinación en este mundo como un itinerario de salvación más allá de la muerte, alcanzando la felicidad eterna. Se trata de la única oferta de salvación válida para cada hombre, para la sociedad y la familia humana: ¡para el mundo en su totalidad! Y, sin embargo, y contra toda apariencia, la obviedad no es tal. Dos mil años después del primer Pentecostés, en este preciso momento de la historia de la Iglesia, al comienzo de su tercer milenio, la situación con la que se enfrenta, es la de una humanidad marcada por una implícita apostasía de muchas de las antiguas naciones cristianas y por la persistencia de la ignorancia del mensaje cristiano o, en cualquier caso, de un conocimiento insuficiente del mismo en zonas enteras del mundo. Una situación extraordinariamente grave que padecen las jóvenes generaciones en primer lugar. Sí, son muchos los jóvenes del mundo contemporáneo que no conocen a Jesucristo. Son muchos -¡todos!- los que lo necesitan tanto o más urgentemente que los de la primera hora de la historia cristiana. Su estado de necesidad espiritual y humano es quizá mayor. Incluso, los jóvenes católicos cercanos a la vida de la Iglesia y que participan activamente en ella reclaman una predicación y una enseñanza directa, valiente y completa de la doctrina sobre la persona y la obra de Cristo. Demandan con insistencia que se les predique y enseñe el Misterio de Cristo en toda su verdad
divino-humana. Lo necesitan. El Santo Padre advierte en su Mensaje pata la JMJ-Madrid 2011 que “muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona”. Nuestros jóvenes han de ser ayudados “de alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer.
V. La JMJ-Madrid 2011: Kerigma, Liturgia y Testimonio de la Iglesia Universal presidida por el Sucesor de Pedro, y visible en sus jóvenes
1. Nos encontramos en la recta final del tiempo de la preparación de la JMJ-Madrid 2011. La peregrinación de la Cruz de los jóvenes por todas las Diócesis de España le ha impreso una marca cristológica manifiesta; habitual en las anteriores Jornadas Mundiales, pero intensificada en esta por el lema escogido por el Santo Padre a la vista de las características sociológicas y religiosas que definen la personalidad de los jóvenes de hoy. Parece, por lo tanto, que se nos impone vivir estos meses de su preparación inmediata y el mismo modo de diseñar y de conformar su realización, en primer lugar, como una gran proclamación y anuncio del “Kerigma” apostólico: de que el Hijo de Dios se ha hecho hombre en el seno de la Virgen María, ha pasado por el mundo y su historia –¡entre nosotros!–, predicando el Reino de Dios, expulsando a los demonios y haciendo el bien; que, crucificado, muerto y sepultado para el perdón de nuestros pecados, resucitó al tercer día para que los hombres tengan vida y ésta, abundante: ¡vida eterna! Lo cual implica el anuncio de que Jesucristo resucitado está vivo y de que nos insta a seguirle por el camino del Evangelio de la ley nueva y de la gracia; es decir, por el camino de santidad que conduce indefectiblemente a la verdadera felicidad: ¡la felicidad eterna!
En todos los actos de la preparación inmediata y de la realización de la Jornada, en los que intervenga el ministerio de la Palabra, bien en la predicación, bien en la catequesis, el anuncio del Kerigma debería estar presente con toda la explicitud expresiva que se desprende del texto de la Carta a los Colosenses, lema de la Jornada: “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Más aún, la memoria viva del Kerigma y su confesión en la fe de los jóvenes debería empapar toda la vivencia del gran “acontecimiento” eclesial que será la JMJ 2011 en Madrid. Se abrirá de este modo la vía interior para que sus participantes puedan escuchar y sentir la llamada del Señor que les señala la dirección de sus vidas: ¡su vocación! Antes que nada, la vocación para ser auténticamente cristianos y vivir como tales en esta hora crítica de la historia, sea cual sea el lugar que se ocupa en la Iglesia. Una vocación que el Señor, sin embargo, siempre especificará como una llamada para el sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio cristiano o, simplemente, para vivir y actuar apostólicamente como cristianos laicos en el mundo. Es vital para el éxito espiritual de la Jornada procurar por todos los medios pastorales a nuestro alcance que la Palabra de Dios y la voz del Señor lleguen directamente al corazón de los jóvenes. Que importante es que se sientan llamados por el que dio su vida por ellos, por el que les ama como nadie pudo, puede y podrá amarlos nunca. ¡He aquí cual debe de ser el objetivo pastoral y espiritual número uno de la JMJ-2011 en Madrid! La palabra del Santo Padre será decisiva para conseguir el objetivo de que la palabra de Jesucristo llegue nítida, iluminadora y seductora al alma de cada uno de los jóvenes que acudan a la Capital de España, secundando la invitación del Papa.
2. En segundo lugar, y por todo lo hasta aquí expuesto, “la Jornada” ha de ser concebida y realizada, además, como una gran celebración de la presencia sacramental de Cristo en su Iglesia; especialmente visible y palpable en el Sacramento de la Penitencia y, de modo eminente, en el Sacramento de la Eucaristía. Acoger el perdón del Señor, lleno de ternura y misericordia, por cada uno personalmente, yendo juntos codo con codo a su encuentro en la persona del sacerdote; presentarle a Él las propias vidas como una oblación que se une a la de la Iglesia ofreciendo al Padre la única y decisiva oblación de Jesucristo en la Cruz actualizada en la Santa Misa; viviéndola en la comunión eucarística de su Cuerpo y de su Sangre unidos entre sí los jóvenes, hermanos y amigos en Cristo, procedentes de todas los rincones de la tierra… habrá de constituir el don por excelencia ¡el gran don! que la Iglesia ponga a disposición de sus jóvenes en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, al mismo tiempo que ahonda en el espíritu de adoración eucarística que ha ido caracterizando crecientemente su desarrollo anterior. A la JMJ de Madrid le toca la responsabilidad de afinar y de cuidar litúrgica y espiritualmente ese ambiente de oración y de adoración de modo que imbuya todo el discurrir de la JMJ en su conjunto. Hay que lograr que los jóvenes sean agentes activos de una vivencia compartida del amor del Corazón de Cristo y de su gloria en dimensiones universales. Entonces sí que la JMJ-Madrid 2011 discurrirá como una gran Fiesta ¡Fiesta de la esperanza y de la alegría que brotan auténticas del encuentro personal con Jesucristo Resucitado, victorioso del pecado y de la muerte! ¿Es que puede haber “fiesta”, celebrarse “fiestas”, sin fe en la Resurrección? ¿Es que podrían celebrar “fiesta” de verdad aquellos que no saben y, sobre todo, no quieren saber que la muerte no es el destino final del hombre y que ha sido vencida definitivamente por Jesucristo? Los que rechazan este Evangelio o le temen o desconfían de él, han perdido la capacidad para comprender y vivir lo que es en realidad la experiencia festiva de la vida: ¡“la Fiesta”!
3. Finalmente, la JMJ-Madrid 2011 ha de continuar la trayectoria emprendida a lo largo de la historia de las Jornadas de presentarse como una gran señal de que Jesucristo Resucitado está vivo y es el Señor de la historia: el único capaz de salvar al hombre de sus miserias e impotencias más radicales. Aquí reside, en último término, nuestro gran reto pastoral: convertir a la JMJ-Madrid 2011 en un testimonio gozoso y alegre de la juventud católica, convocada y reunida por el Papa y que, acompañada por sus pastores diocesanos y sus sacerdotes, sus educadores y guías, consagrados y seglares, habrá de manifestar con sus palabras, sus gestos, su comportamiento y sus iniciativas artísticas, sociales, literarias, lúdicas y con la calidad humana y cristiana que las distinguen, como la experiencia personal y comunitaria de la vida concebida y vivida en Cristo Resucitado, es la fuente inagotable de un gozo no efímero que supera las adversidades y que sin solución de continuidad da paso a una visión esperanzada de la vida y del mundo, accesible a toda persona y a cualquier generación de jóvenes que entre en el flujo vivo de la historia. Estamos convencidos de que los jóvenes de la JMJ 2011 en Madrid con su estilo cristiano de saber estar, de convivir y de compartir demostrarán a la opinión pública a escala mundial que “la civilización del amor” no es una “utopía”, de que puede hablarse con razón y fundamento comprobables de que una “nueva humanidad” es posible, de que la esperanza no es una palabra vana al mirar al futuro de las nuevas generaciones. Se puede estar seguro: ¡con la JMJ-Madrid 2011 alumbrará la esperanza para los jóvenes del mundo!
VI. Los Santos Patronos de la JMJ-Madrid 2011: Modelos e intercesores insignes
– San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza. Un matrimonio cristiano del siglo XII en la historia de un Madrid que recuperaba la libertad de poder creer y de vivir en Cristo, perdida, como había sucedido en toda España, desde hacía cuatro siglos. Una España evangelizada ya en los tiempos apostólicos.
– Santos Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Francisco Javier. Santos españoles protagonistas de una renovación de la Iglesia al comienzo de los tiempos modernos en el siglo XVI, nacida y cultivada en el contexto de una experiencia espiritual enraizada en una oración contemplativa en la que el encuentro personal con el Cristo que nos ha amado hasta el extremo de la cruz fue totalmente determinante. Su fruto apostólico: ¡la Compañía de Jesús! Su fruto pastoral: ¡la Reforma de “Trento”! El efecto evangelizador: “la misión” en América y en Asia.
– Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz: Dos grandes enamorados del Señor en ese siglo de la mencionada renovación católica de la Iglesia. Maestros del camino espiritual que lleva “al monte” en el que el alma conoce, encuentra y contempla a Jesús el Señor, que persiste en la búsqueda del hombre pecador para llevarlo a la verdad de la santidad. Maestros de la oración mística, de la más viva y honda teología y del más bello y poético lenguaje.
– Santa Rosa de Lima: Joven “hermana dominica”, fruto espléndido de una vida consagrada totalmente al Señor en el espíritu de Santo Domingo de Guzmán y para la Iglesia que nacía y comenzaba a encarnarse en su pueblo, el del Perú, y entre sus gentes. Apenas había transcurrido el período inicial de su evangelización.
– San Rafael Arnáiz, canonizado por Benedicto XVI en octubre del pasado 2009. Joven universitario español de las tres primeras décadas del siglo XX a quien el Señor busca y encuentra para que se le entregue en el silencio, la abnegación y la oración de una comunidad de monjes cistercienses hasta el grado heroico de asumir una crudelísima enfermedad mortal, como participación en la Cruz de su Jesucristo “completando su Pasión”: la Pasión del Jesús amado ardientemente. Había cambiado su vida de un típico joven universitario madrileño de principios de los años treinta del siglo pasado –inteligente, admirado, amable, elegante…– por la entrega radical a Cristo desprendida y silenciosa. La historia de su alma dispuesta a morir joven por el Señor es una réplica sublime de aquel momento histórico de España y de Europa en el que muchos de sus jóvenes se dejaron seducir por modelos e ideales de vida “sin Dios” y “contra Cristo” con sus conocidas y dramáticas consecuencias: el martirio cruento de miles, junto al horror de la guerra. Rafael elegirá el camino del martirio interior para abrir y sembrar el nuevo surco de la paz.
La actualidad de nuestros Santos Patronos para poder afrontar con valor, entusiasmo y gozo apostólicos el empeño misionero que alienta la JMJ-Madrid 2011 no puede ser mayor. ¡Que nos ayuden y asistan con su intercesión!