ACTO ACADÉMICO INAUGURACIÓN DEL AÑO ACADÉMICO 2011-2012 UNIVERSIDAD SAN DÁMASO

ACTO ACADÉMICO

INAUGURACIÓN DEL AÑO ACADÉMICO 2011-2012

UNIVERSIDAD SAN DÁMASO

 Eminentísimo Sr. Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, Cardenal Grocholewski, [Excmo. Sr. Nuncio Apostólico de su Santidad en España], Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos, Excmo. Sr. Secretario de Estado, Ilmo. Sr. Director General de Universidades, Magníficos Rectores y autoridades académicas de las Universidades que hoy nos acompañan, miembros de los órganos de gobierno de la Universidad, estimados profesores, alumnos y miembros del personal de la Universidad:

La inauguración de este primer año académico de nuestra Universidad constituye una ocasión propicia para reconocer las razones que han movido y mueven a la Iglesia en Madrid para promover la Universidad Eclesiástica San Dámaso. 

Su Santidad Benedicto XVI, durante el ya memorable encuentro en el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial con jóvenes profesores universitarios, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, nos recordaba explícitamente que “la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios” (Benedicto XVI, Encuentro con los Jóvenes Profesores Universitarios, El Escorial 19 de agosto de 2011).

El Papa elige, para ilustrar la naturaleza de la Universidad, la imagen de una “casa donde se busca la verdad”. Se trata de una metáfora muy significativa. Una casa, en efecto, hace referencia ante todo a la familia que la habita. La casa, por ello, indica la presencia de una comunidad, en nuestro caso la comunidad académica constituida por sus autoridades, los profesores, los alumnos y todo el personal universitario. La casa, además, es un lugar identificable y, en este sentido, público: tal y como lo debe ser la universidad, llamada a participar según su propia naturaleza en la obra compartida de la edificación del bien común. En fin, la casa es normalmente una realidad estable, sólidamente construida y duradera.

En este marco de reflexión general sobre el significado de la Universidad debemos situar específicamente el papel y la condición de las Universidades Eclesiásticas en sentido propio. Para ello debemos tener en cuenta que las iniciativas de la Iglesia, cualquiera que sea su naturaleza y meta, siempre responden a una doble coordenada propia del peregrinar histórico del pueblo de Dios. Por una parte responden a la constitución divina de la Iglesia, al mandato misionero de Jesús resucitado: «Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio». Por la otra, en el desarrollo específico de sus iniciativas, se responde a las circunstancias históricas –geográficas, temporales, sociales, políticas, culturales…−  en las que vive la Iglesia. De este modo, también las iniciativas educativas que la comunidad cristiana propone en cada momento piden ser consideradas no sólo a partir de la misión evangelizadora de la Iglesia, sino también teniendo en cuenta el marco histórico en el que nacen.

Esta consideración se aplica de manera del todo particular al nacimiento de las Universidades Eclesiásticas a partir de la segunda mitad del siglo XIX en Europa y, por tanto, en España. La historia particular de nuestra nación sitúa la época del nacimiento de la institución universitaria en la Edad Media –como fue el caso de Salamanca, junto a París y a Bolonia– y la de su esplendor en lo que se ha venido a llamar la edad de oro de la Segunda Escolástica. Las disciplinas eclesiásticas fueron cultivadas en nuestras universidades con gran rigor y fecundidad durante los siglos XVI y XVII, y la larga serie de eximios teólogos, filósofos, canonistas y filólogos de entonces es bien conocida por todos. Por diferentes causas históricas, poco a poco, dicha época dorada fue perdiendo vigor espiritual y profundidad intelectual, con lo que la influencia del pensamiento ilustrado y del liberalismo racionalista fue considerando progresivamente la presencia de la Iglesia en la Universidad como algo al menos inútil, cuando no decididamente nocivo.

No es este el momento, obviamente, de detenerse en la historia detallada de la supresión de las facultades de Teología en la universidades españolas. Vale la pena, sin embargo, citar el artº 19 del Decreto de 21 de octubre de 1868, en el que, al fijarse la apertura del curso académico 1868-1869 se procedió a la disolución de la Facultad que había estado en el origen de la propia Universidad. Dicho artículo decía así: “Se suprime la Facultad de Teología en las Universidades: los Diocesanos organizarán los estudios teológicos en los Seminarios, del modo y en la forma que tengan por más convenientes”. La exposición de los motivos de dicha normativa resulta extraordinariamente ilustrativa: “La Facultad de Teología, que ocupaba el puesto más distinguido en las Universidades cuando eran Pontificias, no puede continuar en ellas. El Estado, a quien compete únicamente cumplir fines temporales de la vida, debe permanecer extraño a la enseñanza del dogma y dejar que los Diocesanos la dirijan en sus Seminarios con la independencia debida. La ciencia universitaria y la Teología tienen cada cual su criterio propio, y conviene que ambas se mantengan independientes dentro de su esfera de actividad… La política, pues, de acuerdo con el derecho, aconsejan la supresión de una Facultad en que sólo hay un corto número de alumnos, cuya enseñanza impone al Tesoro público sacrificios penosos, que ni son útiles al país ni se fundan en razones de justicia”. Como se puede ver, el decreto decimonónico baraja diferentes motivos: la separación Iglesia-Estado, la salvaguardia de la independencia de la Iglesia, el peso para el erario público…, pero, sobre todo, la supuesta heterogeneidad entre las ciencias teológicas y las profanas. En todo caso la supresión de las facultades de Teología en las Universidades españolas se convirtió, de hecho, en un proceso irreversible. Un destino similar tuvieron las facultades italianas y francesas, a diferencia de las alemanas.

De esta manera las Diócesis españolas tuvieron que empeñarse en la promoción de estudios teológicos vinculados a los Seminarios. Este fue el caso también de la Diócesis de Madrid. Transcurridos los dos primeros decenios de vida diocesana y tras los primeros pasos del seminario en los locales del obispado en la calle de la Pasa, en 1906 se inauguró en el lugar que vio el palacio de los Duques de Osuna, el edificio de estilo neomudéjar de la nueva sede del Seminario Conciliar. Obviamente en dicha sede tuvo lugar el inicio de la actividad docente propia de la formación para el ministerio sacerdotal. Una actividad que, sólo sesenta años más tarde, en 1967, dio lugar al Estudio Teológico, afiliado en aquel mismo año a la Universidad Pontificia Comillas. En dichos decenios, en efecto, se habían desarrollado también en España, gracias a la reforma de la Constitución Apostólica Deus scientiarum Dominus de Pío XI, las primeras universidades eclesiásticas.

Desde el año 1906, pasando por el año 1967, hasta llegar a la presente inauguración de la neonata Universidad Eclesiástica San Dámaso, ha transcurrido entre los muros de esta casa un siglo de estudios eclesiásticos. Ya a partir de los años 40, figuras como Manuel García Morente en el ámbito filosófico o Salvador Muñoz Iglesias, en teología bíblica, nos ofrecen significativas muestras de la fecundidad del trabajo académico desarrollado en lo que ha llegado a ser la Universidad Eclesiástica San Dámaso. En dicho itinerario cabe destacar los fecundos años de trabajo y colaboración entre profesores provenientes de la vida eclesial y los Institutos especializados del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Francisco Suárez, Enrique Flórez, Raimundo de Peñafort, entre otros). ¿Podrían ser valorados como un ejemplo paradigmático de lo que supone la colaboración entre distintas disciplinas científicas? En este sentido, que la Facultad de Teología San Dámaso se hiciera cargo ya en los años 90 de dos importante cabeceras entre las Revistas científicas de ámbito teológico, como son Revista Española de Teología y Estudios Bíblicos es un signo de la voluntad de dar continuidad, de un modo ciertamente distinto, a aquella historia de presencia científica de los eclesiásticos españoles en las instituciones oficiales de investigación. Algo similar, ya en el ámbito de las instituciones sociales, se puede decir de la decisión de acoger entre nuestros muros la rica biblioteca de estudios hispánicos y filológicos de la Görresgesellchaft en España.

A partir de este brevísimo recorrido histórico que sitúa el nacimiento de San Dámaso en el marco del itinerario de las instituciones educativas superiores de la Iglesia en España, y que no tiene ninguna pretensión de recoger exhaustivamente las ricas contribuciones que han provenido de otras muchas instituciones eclesiales y sociales, es importante, al inicio de esta nueva etapa, reconocer las razones por las que la Iglesia ha mantenido la posibilidad de erigir Universidades Eclesiásticas y no se ha conformado con la promoción de las llamadas Universidades Católicas. Razones que explican, además, muy bien el trasfondo doctrinal y pastoral del intenso proceso de desarrollo académico, que ha concluido felizmente con la erección de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso, que comienza a escribir hoy el capítulo inicial de su historia, que deseamos y esperamos con la gracia de Dios sea fecunda en el servicio de la fe y de la Iglesia.

Las Universidades católicas, recuerda el número 10 de la declaración Gravissimum educationis del Concilo Vaticano II, promueven que se haga “por decirlo así, pública, estable y universal la presencia del pensamiento cristiano en todo esfuerzo encaminado a promover la cultura superior”. Se trata, por tanto, de instituciones llamadas a cultivar todo tipo de ciencias y disciplinas. Las Universidades Eclesiásticas, en cambio, “se ocupan especialmente de la Revelación cristiana y de las cuestiones relacionadas con la misma y por tanto están más estrechamente unidas con la propia misión evangelizadora. A estas Facultades ha confiado ante todo la importantísima misión de preparar con cuidado particular a sus propios alumnos para el ministerio sacerdotal, la enseñanza de las ciencias sagradas y las funciones más arduas del apostolado. Concierne asimismo a estas Facultades «el investigar más a fondo los distintos campos de las disciplinas sagradas, de forma que se logre una inteligencia cada día más profunda de la sagrada Revelación, se abra acceso más amplio al patrimonio de la sabiduría cristiana legado por nuestros mayores, se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los no cristianos y se responda a los problemas suscitados por el progreso de las ciencias»” (Sapientia Christiana, Proemio III).

Aquí se encuentra la descripción somera pero muy completa de las razones y los objetivos que han urgido a la Archidiócesis de Madrid y a toda la Provincia Eclesiástica a promover la erección de la Universidad Eclesiástica San Dámaso.

Es este pues el momento de agradecer públicamente a Su Santidad Benedicto XVI el don que nos ha hecho de la nueva Universidad. Como Gran Canciller, y en comunión plena con mis hermanos los Obispos de la Provincia Eclesiástica, los Obispos de Getafe y Alcalá de Henares y los Auxiliares de Madrid, quiero expresar a nuestro Santo Padre nuestros sentimientos de profunda gratitud por la exquisita cercanía con la que ha seguido y acompañado la historia joven de “San Dámaso” y por la delicadeza de que se fechase el Decreto el 25 de julio, Fiesta de Santiago Apóstol Patrón de España, en la Proximidad de la JMJ 2011 en Madrid. Lo hago a través del Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, el Eminentísimo y Reverendísimo Sr. Cardenal Zenon Grocholeswki, que ha tenido la exquisita deferencia de querer acompañarnos en este día tan señalado. Somos conscientes del cuidado y la atención con la que la Congregación ha seguido y dirigido el desarrollo de nuestros Centros Académicos y se lo agradecemos de corazón.

Mi agradecimiento va finalmente a todos los profesores, del pasado y del presente y quiere ser simultáneamente una palabra de ánimo y una invitación al “duc in altum” −“al remar mar adentro”− en ese diálogo fe y razón al que tanto nos urge Benedicto XVI. La belleza del inicio de una Universidad, como la nuestra, es sólo comparable al carácter arduo de la empresa. A todo el personal universitario de la casa, vayan también mi estima, mi saludo más cordial y una gozosa llamada a la esperanza.

A los alumnos, quiero y debo decirles que la Universidad existe en función del itinerario no sólo académico, sino también del humano, espiritual y eclesial de sus estudiantes. Vosotros −¡vuestra vocación!− sois su principal e inmediata razón de ser. Sin vuestra presencia, vuestra participación y el proyecto de vuestras vidas como respuesta al Señor en la Iglesia y en la sociedad, San Dámaso no podrá desarrollarse ni cumplir la misión para la que ha nacido. Grande es la oportunidad y la gracia que se os ofrece y no menor vuestra responsabilidad.

Para concluir este acto solemne vamos a bendecir las instalaciones del Salón de Actos del Seminario Conciliar en el que nos encontramos, que ha sido recién restaurado, y a continuación cantaremos la antífona mariana Sub tuum praesidium poniéndonos bajo el amparo de la Santísima Virgen María, que vela por nosotros como Madre que es de la Iglesia y Madre nuestra.

“EN NOMBRE DE SU SANTIDAD EL PAPA BENEDICTO XVI, QUEDA INAUGURADO EL CURSO ACADÉMICO 2011-2012 EN LA UNIVERSIDAD ECLESIÁSTICA SAN DÁMASO”.