Mis queridos hermanos y amigos:
Son muchas las facetas excepcionalmente ricas en contenidos espirituales y pastorales que pueden destacarse en la celebración de la JMJ-2011. Si hay una, sin embargo, absolutamente definitoria de lo que fue ese portentoso acontecimiento de Gracia es la de haber constituido “un rotundo Sí” a Jesucristo, Salvador del hombre, vivido y celebrado por toda la Iglesia con sus jóvenes, venidos de todos los rincones del planeta, y proclamado ante el mundo y para las nuevas generaciones del siglo XXI con la limpia, gozosa y contagiosa alegría de los discípulos que lo han conocido con nueva y sorprendente luz: a Él, el Resucitado.
El Papa, en la Homilía de la Eucaristía de Cuatro Vientos del 21 de agosto, en el momento culminante de la Jornada, les decía a la inmensa e incalculable asamblea juvenil que rodeaba el Altar del Sacrificio y del Banquete Eucarísticos: “También hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandona.” Todo lo que significó la JMJ 2011 podría ser considerado sin recelo alguno como una respuesta afirmativa y valiente de la Iglesia con sus jóvenes a esta pregunta incisiva, concreta y comprometedora del Vicario de Cristo. Hacerla nuestra, en nuestros jóvenes y con nuestros jóvenes, al iniciarse el presente curso pastoral en nuestra Comunidad Diocesana, primera y privilegiada destinataria −y ¿porqué no decirlo?− protagonista de esa experiencia inolvidable de la vida y de la misión de la Iglesia y, sobre todo, de la acogida de la Gracia que la suscitó, propició y acompañó, resulta un imperativo pastoral y apostólico de primer orden, ineludible e indispensable, si no queremos desperdiciar y desechar la hora y el don de Dios.
En el curso pasado habíamos comenzado ya el camino de un mejor conocimiento de Jesucristo, de una mejor y más honda vivencia de su Misterio: de su divina persona y de su obra salvadora que se nos da y hace viva y presente en su Iglesia: su Cuerpo, su Esposa, su Pueblo. Avanzar por ese camino debe de ser el primer objetivo pastoral en el curso 2011/2012. Decididos a renovar nuestro encuentro con Él y, si es preciso, desde una nueva y radical conversión de nuestras vidas, mostrémonos, en todo caso, siempre dispuestos a recorrerlo con el propósito humilde de dejarnos guiar por el ideal de alcanzar la santidad, siendo testigos auténticos e insobornables de su Verdad y de su Vida.
- ¡Ahondemos en su conocimiento! La fe de la Iglesia, que ilumina la razón en su búsqueda de las verdades definitivas y del sentido último de la historia, nos abre la puerta para ese reconocimiento y profesión de la fe en Jesucristo: clara, nítida, gozosa como la de Pedro en Cesarea de Filipo y en Pentecostés, junto con los demás apóstoles. Otras aproximaciones a la figura y a la vida de Jesucristo que no partan de esa afirmación de “Pedro”, o no llegarán nunca al conocimiento verdadero y pleno de Jesús o se quedarán a medio camino incluso en su intento de explicarlo en su sorprendente humanidad o, lo que es más triste y nada infrecuente, lo desfigurarán y difamarán. El Catecismo de la Iglesia Católica −que inspira el YOUCAT− debe de ser nuestro imprescindible compañero intelectual y existencial en este caminar de la Iglesia Diocesana a la luz y en la huella de la bellísima experiencia espiritual y eclesial de la JMJ 2011.
- La fe en Jesucristo, recibida y compartida en la Comunión de la Iglesia, ha de ser alimentada periódicamente y con creciente intensidad en y por la escucha de la Palabra de Dios −que es Él mismo, el “Logos del Padre”−, cuando es proclamada litúrgicamente o enseñada por quienes han sido constituidos por el Señor sus Testigos auténticos y sus Maestros: los sucesores de los apóstoles, bajo el Primado del Sucesor de Pedro. Su escucha fiel y cordial ha de ser constantemente acompañado por un estudio diligente de la misma, relacionado con la experiencia de la razón y de la vida. Estudio de la Palabra, que ha de buscarse y aprenderse en sus fuentes: la Sagrada Escritura leída y comprendida en la viva Tradición de la Iglesia e interpretada por su Magisterio. Escucha y estudio que desembocarán para los sencillos y limpios de corazón en la meditación orante y en la contemplación del Misterio de Cristo que se nos revela en toda la verdad y belleza de quien es nuestro Salvador. De nuevo las palabras del Papa en el emocionante Vía-Crucis de la JMJ-2011 nos sitúan luminosamente ante las últimas consecuencias de quien se ha abierto a la Palabra de Dios: “Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos?” Si nos adentramos de nuevo por la vía de la oración personal, practicada desde el corazón de la Iglesia, nuestra respuesta no será otra que la de dar la vida por los hermanos (cfr. 1 Jn 3,16). La “lectio Divina” nos ayudará extraordinariamente a ello. La vida espiritual se inicia y se basa substancialmente en una auténtica vida de fe que nos conduce, si no se la obstaculiza, a la vivencia positiva de la esperanza y a la entrega sin reservas al sí de la caridad: ¡al amor a Dios y al prójimo!
- De este modo el Sí de la fe se hace pleno delante de Dios y de los hombres: se convierte en testimonio y anuncio de la Palabra de Dios “con la certeza de que la caridad es, ante todo, comunicación de la verdad” (Benedicto XVI, a los participantes del III Sínodo de la Archidiócesis de Madrid). En este tiempo se nos vuelve de nuevo a hacer difícil anunciar la verdad de Jesucristo con nuestras palabras y nuestras obras. El adjetivo “martirial” en los momentos actuales de la historia y de la sociedad, necesita ser asumido con valor y fortaleza cristiana. Los jóvenes de la JMJ con sus Pastores, especialmente con el Papa, nos han dejado un buen ejemplo y una buena fórmula para acertar con lo que nos exige “la misión” hoy en Madrid, es decir, como mantener con renovada frescura el impulso y proyecto de la Nueva Evangelización.
A María Santísima, Madre y Señora nuestra, Virgen del Rosario, del Pilar y de La Almudena, le pedimos que nos guíe en este camino pastoral del curso 2011−2012, marcado e iluminado por la JMJ-2011. Ella es “la Estrella de la Evangelización” en cuyo seno la Palabra se hizo carne y por la que pudo habitar entre nosotros.
Con todo afecto y con mi bendición,