Mis queridos hermanos y amigos:
El próximo jueves, 28 de febrero, a las 20 horas, queda vacante “la Sede de Pedro” por renuncia de nuestro Santo Padre Benedicto XVI. La hora de la despedida ha llegado: una despedida emocionada y agradecida. La emoción nos embarga. Le hemos querido como Padre y Pastor visible de la Iglesia Universal −¡de “la Católica”!−. No podremos olvidarle nunca ni en nuestro afecto filial, ni en nuestra oración cotidiana. ¿Cómo no evocar en esta mañana del segundo Domingo de Cuaresma, en que la Iglesia nos urge a obedecer gozosamente al mandato del Padre Celestial de escuchar en lo hondo del corazón la Palabra del Hijo, la acogida exquisitamente paternal y las palabras que nos dirigía a los miembros del III Sínodo Diocesano de Madrid en la Audiencia especial del 4 de julio del 2005, el año de su elección como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro? La Iglesia en Madrid, nos decía, “ha tomado conciencia de ser familia en la fe, familia unida por un vínculo profundo y misterioso que congrega a las más diversas realidades y se convierte, por la presencia de Dios en ella, en signo de unidad para toda la sociedad. Es una comunidad católica… y esta comunidad católica peregrina hoy a Roma como signo de comunión con el sucesor de Pedro y, por tanto, con la Iglesia Universal”.
Hoy, en nuestra despedida del Papa Benedicto XVI, nos sentimos y profesamos emocionados y agradecidos sus hijos en la Iglesia y con la Iglesia: ¡la Santa Madre Iglesia! Sólo con los ojos de la fe se puede comprender el amor del Papa a la Iglesia y a sus hijos e hijas en el momento de su renuncia a “la sede de Pedro”. Él, el Sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal, nos ha guiado y conducido luminosamente durante ocho años en el inicio de un siglo y de un milenio extraordinariamente dramático y crítico, con palabras y obras, gestos y actitudes evangélicamente transparentes que irradiaban ese amor a Jesucristo, al que no quiso nunca anteponer nada. Con la misma elección de su nombre, Benedicto, al principio de su Pontificado, testimonió inequívocamente cual sería su prioridad doctrinal y pastoral en el ejercicio de su ministerio: el anuncio de Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia, la enseñanza de las insondables riquezas del Misterio de Cristo Salvador y mostrar a la Iglesia ejemplarmente como ofrecerlo con cálida y convincente cercanía al mundo y a la humanidad de nuestro tiempo. Ahora, al dejar libremente en manos del Señor, el Pastor invisible de la Iglesia, la elección de un nuevo Sucesor de Pedro para el bien de la Iglesia y para su más vivo y fecundo servicio a la misión de ser y manifestarse, con fidelidad a su Señor, como “el sacramento” en el que se alcanza y realiza día a día la salvación del hombre en Jesucristo y por Jesucristo, al filo del Tercer Milenio de la historia Cristiana, el testimonio de no querer anteponer nada al amor de Cristo se hace conmovedoramente patente, máxime cuando la urgencia de “una Nueva Evangelización” se nos impone con una fuerza histórica y un dinamismo espiritual extraordinarios.
¡Gracias sentidas en el fondo del alma, querido Santo Padre, por habernos hablado incansablemente de Cristo, por habernos enseñado la belleza de Cristo con tan radiante claridad y por habernos señalado el camino recto y seguro para encontrarnos con Él! ¡Gracias muy de corazón por no haber dejado ninguna duda al hombre y a la sociedad contemporánea, tan sedientos de la verdad que la pueda rescatar de su crisis moral y espiritual endémica, en donde y en quien puede encontrar la esperanza: en Jesucristo Crucificado y Resucitado por amor al hombre débil y pecador! Sí, con vuestro Magisterio, con las líneas constantes y claras de vuestras orientaciones pastorales, el reto de “la Nueva Evangelización” no sólo ha quedado urgido con una fuerza histórica y un dinamismo espiritual extraordinario, sino sobre todo presentado como la apremiante llamada del Señor a su Iglesia para el Tercer Milenio del Cristianismo, en continuidad fecunda con el Magisterio Pontificio de Juan Pablo II y de Pablo VI. ¡Más aún! como la consecuencia apostólica obligada de la aplicación fiel del Concilio Vaticano II para este momento tan crucial de la historia de la Iglesia y de la humanidad.
Nuestra gratitud, queridos hermanos y amigos, encontrará en esta hora difícil de la despedida de nuestro Santo Padre Benedicto XVI una seria y auténtica expresión si respondemos con una actitud de conversión personal y de compromiso apostólico generoso o lo que nos decía al despedirse de España en el Aeropuerto de Barajas el día 21 de agosto de 2011, finalizada ya la inolvidable Jornada Mundial de la Juventud, de la que Él había sido como Vicario de Cristo su protagonista sencillo, amable y entregado a los jóvenes peregrinos hasta el agotamiento físico: “España es una gran nación que, en convivencia serenamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica. Lo ha manifestado una vez más en estos días, al desplegar su capacidad técnica y humana en una empresa de tanta trascendencia y de tanto futuro, como es el facilitar que la juventud hunda sus raíces en Jesucristo, el Salvador”.
¡He aquí el mensaje que nos deja el Santo Padre a la Iglesia y a los católicos de España en plena sintonía con las palabras de Juan Pablo II al despedirse de nosotros al final de la Eucaristía en la Plaza de Colón el día 4 de mayo del año 2003, cuando nos decía −“España evangelizada. España evangelizadora. Ese es el camino.”−! Seamos pues, como aquellos apóstoles de la primera hora, misioneros de Cristo entre nuestros familiares, amigos y conocidos, en nuestros ambientes de estudio y de trabajo, entre los pobres y enfermos. “Hablad de su amor y bondad” −como nos exhortaba Benedicto XVI en el encuentro con los jóvenes españoles el pasado Lunes Santo, en Roma, el 2 de abril del 2012, que querían agradecerle la JMJ-2011 en Madrid−. Sí, “hablad de su amor y bondad con sencillez, sin complejos ni temores. El mismo Cristo os dará fortaleza para ello”.
A María, la Madre de la Iglesia y Virgen de la Almudena, encomendamos agradecidos la salud y la vida de nuestro Santo Padre Benedicto XVI. ¡Qué nuestra plegaria le acompañe siempre!
Con mi afecto y bendición,