DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA – En el Año de la Fe para un mundo de corazones endurecidos

Mis queridos hermanos y amigos:

Con el II Domingo de Pascua concluye la Octava de Pascua. El Misterio de Jesucristo Resucitado, que la Iglesia celebra con gozo desbordante durante toda la semana que sigue al Domingo de Resurrección, se nos revela como un Misterio de infinita misericordia en lo más hondo de lo que aconteció aquel primer día de la Semana Judía con Jesús de Nazareth, el Crucificado en el Gólgota, resucitado de entre los muertos como lo había predicho. En ese Domingo de Gloria de Jesucristo Crucificado y Resucitado ha triunfado para siempre la Misericordia de Dios Padre que en búsqueda del hombre -el hijo pródigo- había enviado al mundo a su Hijo Unigénito para salirle al encuentro y salvarle de su pecado y de su efecto terriblemente destructor: la muerte temporal y eterna. El Hijo amado en la unidad del Espíritu Santo desde toda la eternidad encuentra en la Cruz al hombre perdido, ofreciéndose como víctima propiciatoria por la multitud de los llamados a ser hijos de Dios: ¡por los pecados del mundo! El amor divino se desborda sobre la humanidad -los hombres de todos los tiempos- desde la herida abierta en el Corazón Sagrado del Hijo hecho hombre por el hombre cuando éste era “enemigo” de Dios (cfr. Ro 5,10/11): es decir, por el hombre pecador. Pecador desde el origen. Pecador que persiste en sus pecados, aun después de saberse amado con infinita misericordia por Dios, su Creador y Redentor. Sí, el pecado sigue tentándonos a pesar de haber conocido el Amor de Jesucristo para con nosotros y sigue obteniendo victorias tristísimas en nuestra vida de bautizados que habíamos “muerto con Cristo” y “resucitado con El” el día de nuestro bautismo.

En este nuevo II Domingo de la Pascua de Resurrección. Domingo de la Divina Misericordia, como lo ha querido llamar y valorar espiritual y pastoralmente el Beato Juan Pablo II, el interrogante interior que debe resonar en el corazón de la Iglesia y en el corazón de cada uno de sus hijos e hijas no puede ser otro que el que se refiere a la autenticidad de nuestra conversión: ¿de verdad nos duelen nuestros pecados? ¿hemos sido sinceros con el Señor en el Sacramento de la penitencia? ¿hemos reconocido ante el sacerdote, “ministro” de su perdón misericordioso, nuestros pecados no confesados, recientes y pasados? ¿Los hemos llorado con el dolor de haberle ofendido, despreciando o minusvalorando su misericordia?

Estamos empeñados en la Nueva Evangelización respondiendo a la llamada de Benedicto XVI, en las huellas del Beato Juan Pablo II, con docilidad filial a lo que nos vaya señalando nuestro Santo Padre Francisco. Se evangeliza -no podemos olvidarlo ni un instante- anunciando y testimoniando con obras y palabras en los nuevos “escenarios de la historia”, privada y públicamente, la Misericordia infinita de Dios derramada desde la Cruz gloriosa de Jesucristo Resucitado como un don del Espíritu Santo, “la Persona-Amor” en el Misterio de la Santísima Trinidad, sobre todo hombre que ha venido, viene y vendrá a este mundo: ¡como expresión inefable e infinitamente gratuita de la verdad de “Dios que es Amor”! La historia del sí al Evangelio de la infinita misericordia debe avanzar más a prisa que la historia de su rechazo: ¡la historia de la soberbia del hombre, tentado por “el príncipe de este mundo”, Satanás, y por los poderes del mal para que rehaga y potencie siempre más y más su soberbia! En nuestra época y en nuestras sociedades y cultura de la segunda década del siglo XXI, bajo la fascinación del ideal de vida humana extraído de la afirmación del “super-hombre”, fruto intelectual y existencial del pensamiento ateo de los siglos de la modernidad, toda prisa en proclamar y encarnar en la vida el Evangelio de la Misericordia es poca. Porque frente a la autodivinización del poder del hombre, o dicho con otras palabras, ante la exaltación desmedida del “super-hombre”, están, como su consecuencia inevitable, las humillaciones del hombre expresadas y realizadas en las formas más aniquiladoras de la dignidad del persona humana que continúan produciéndose con una frecuencia y con una frialdad individual y colectiva escalofriantes. Ayer mismo se manifestaron en gran número en toda España ciudadanos en defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural como una acción para muchos de exigencia de su Fe en Jesucristo Resucitado, el Jesús de la infinita misericordia; para otros, como una consecuencia de su aprecio y estima del valor trascendente de toda vida humana. Desde la perspectiva humano-divina del amor misericordioso del Crucificado y Resucitado nuestro corazón y nuestras conductas habrán de rebosar de afecto efectivo para con los más débiles de nuestra sociedad: los niños desde su concepción en el seno materno y en todas las etapas de su nacimiento, los enfermos, los “sin-trabajo” y “los sin-papeles”, las familias rotas, los que ven como sus empresas quiebran, los tristes y desolados de corazón, los que rechazan a Dios y a su enviado Jesucristo. En el Catecismo, se nos han enseñado las obras de misericordia, como “obras espirituales” y “corporales”. Hoy en el compromiso de todos los hijos e hijas de la Iglesia con la Nueva Evangelización, conocerlas, aceptarlas, practicarlas y vivirlas es de una extraordinaria urgencia.

El Papa Francisco en su primer “Angelus” en la Plaza de San Pedro decía a la Iglesia y al mundo: Dios no se cansa de perdonar, nosotros si que nos cansamos de pedirle perdón. Esta tarde, en la Catedral de Ntra. Sra. de La Almudena, celebramos la liturgia del Domingo de la Divina Misericordia como una “Acción de Gracias” también por nuestro nuevo Santo Padre Francisco que el Señor ha regalado a su Iglesia. ¡Sintonicemos con el mensaje de la Infinita Misericordia, vivida y testimoniada en todas las circunstancias de la vida para esta hora del hombre tan angustiosamente ansioso de la verdadera y salvadora misericordia, la que se alcanza únicamente por la fe en Jesucristo Crucificado y Resucitado, el Redentor del hombre!

A María, Reina y Madre de esa divina misericordia, Virgen de La Almudena, confiamos a nuestro Santo Padre Francisco. A Ella suplicamos que el gozo y alegría de esta nueva Pascua del año 2013 nos sostenga en el servicio a la Nueva Evangelización en “la Misión Madrid” que en los próximos domingos quiere llegar vibrantemente a todo el territorio diocesano con el anuncio -“el Kerigma”- de que Jesucristo ha Resucitado.

Con mis renovados augurios de una feliz Pascua de Resurrección y con mi bendición.