Ante el 1º de mayo – El problema del paro

Un reto «Pascual» para los cristianos

Mis queridos amigos y hermanos:

En la proximidad de día 1 de mayo, la gran jornada histórica del mundo del trabajo, que la Iglesia celebra desde hace ya casi medio siglo en su Liturgia como Fiesta de San José Obrero, la Archidiócesis de Madrid reafirma y renueva su empeño pastoral en la campaña contra el paro. Así lo viene haciendo ya hace tiempo en el domingo inmediatamente anterior a la Fiesta por excelencia de los trabajadores, y así se propone hacerlo el presente año. Nuestro vigente Plan de Pastoral lo recoge como una acción prioritaria de su cuarto objetivo específico: «hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio». Y lo recoge de una forma muy concreta: establézcase «en todos los arciprestazgos el Servicio de Orientación e Información para el empleo (SOIE), animando el apoyo mutuo de los que acuden a él, cuidando el análisis de las situaciones, alentando las iniciativas, por pequeñas que sean, y reconociendo su protagonismo en el proceso por el que pasan».

Porque ciertamente si hay hoy un problema social que rete a la Iglesia y a los cristianos a mostrar de forma practica e históricamente comprometida la fuerza del Evangelio, con el vigor siempre joven de la esperanza pascual y de la vida nueva sembrada en el corazón del hombre por la fe y el Bautismo, ese es el problema del paro.

En primer lugar, porque no ha perdido ni un ápice de su actualidad el diagnóstico certero que Juan Pablo II hacia del problema en el ya lejano mes de septiembre de 1981 en su Encíclica «Laborem Exercens», cuando lo calificaba como la clave contemporánea de toda la cuestión social (LE,3). La verdad de la tesis pontificia se hacia transparente a la luz de la doctrina sobre el doble significado del trabajo y de su valor para el hombre que el Papa desarrolla ampliamente en la misma encíclica. Con el derecho al trabajo se juega no sólo la posibilidad de obtener el sustento básico y decoroso para la persona del trabajador y de la trabajadora y su familia –«significado objetivo del trabajo»– sino además la posibilidad de un pleno desarrollo de su mismo ser y dignidad de persona, hijo de Dios, a quien se le ha encomendado el cuidadoso, respetuoso y fecundo dominio de este mundo –«el significado subjetivo del trabajo»–. «El trabajo –dice el Papa– está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo»(LE, 6d). El drama del «parado» en la sociedad avanzada de nuestros días tiene dos caras: la de las carencias e inseguridad económica –la pobreza– y la de la frustración personal.

Y, en segundo lugar, porque después de casi dos décadas, la situación laboral se ha agravado en toda Europa notablemente. Ya es frecuente encontrarse con un tipo de «parado» –el de más edad– sin perspectiva realista de encontrar nuevo empleo: por así decirlo, con «los parados» permanentes. Y, luego, son cada vez más evidentes las durísimas condiciones de competencia profesional y de riesgos de explotación a las que se ven enfrentados los jóvenes que buscan su primer puesto de trabajo. Las repercusiones para los que quieren contraer matrimonio y fundar una familia, que de aquí se derivan, son bien conocidas y, por supuesto, extraordinariamente negativas.

Es verdad que no sería honesto negar ni la seriedad de la preocupación de los responsables políticos y sociales, ni la constancia de los esfuerzos emprendidos, ni siquiera los progresos en lo que parece una favorable evolución cuantitativa y cualitativa de lo que se viene llamando «la contratación laboral». Pero la gravedad del problema persiste, y es bueno reconocer la complejidad y hondura de sus raíces para acertar con un planteamiento íntegro y completo del mismo, que abra luego el camino a una solución viable, sólida, y por la que no haya que esperar indefinidamente. Ciertamente el problema del paro tiene que ver con la ciencia y con la técnica de la Economía; pero, además, y decisivamente, con la moral. Si los principios morales no presiden la actividad económica, la acción social y política, difícilmente se llegará a la solución deseada de un problema tan central para el desarrollo verdaderamente justo, solidario y humano de las personas, de las familias y de la comunidad social y política. Y no son suficientes. En una sociedad en la que «el egoísmo», puro y duro, se ha convertido en el primer ideal y primer principio práctico en la concepción de la existencia hace falta un saneamiento moral a fondo de las conciencias personales y de la conciencia social. Es más se necesita una verdadera conversión espiritual. El egoísta no reparte sino que lo absorbe y acapara todo ¿Quién va a sacrificar nada –de su tiempo, de sus medios económicos, de sus vidas…– a favor del otro, del necesitado de trabajo, de atención y acompañamiento cercanos… sin un mínimum de desprendimiento, de generosa voluntad , de sentido de la solidaridad? ¿Cómo va a poder convencérseles de que sentimos de verdad lo que decimos con el lema de nuestra jornada de hoy: «Parado, si; pero no excluido»?

He aquí donde debe incidir de manera perceptible y convincente -aunque humilde- la propuesta y respuesta del amor de Cristo Resucitado. La nuestra: la de las Delegaciones de Pastoral Obrera, de «Justicia y Paz», de los servicios y organismos diocesanos de la Archidiócesis de Madrid; la de los militantes de los Movimientos Apostólicos, la de todos los miembros de la Iglesia: en este año de esperanza, marcado por la toma de conciencia renovada de que el Espíritu del Señor ha sido derramado en nuestros corazones -«el que renueva la faz de la tierra»-; por el que podemos y debemos ser testigos ante el mundo del Evangelio del trabajo, el que nace de la victoria de la Resurrección de Jesucristo. Por la que se alegra como su Madre y Madre nuestra, la Reina del Cielo, a quien confiamos la perseverancia firme y gozosa de nuestra campaña contra el paro.

Con mi afecto y bendición

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