En la solemnidad de la Santísima Trinidad

La oración de alabanza, de acción de gracias y de contemplación : una urgencia vital para la Iglesia


Mis queridos hermanos y amigos:

La solemnidad de la Santísima Trinidad nos vuelve a poner delante de nuestros ojos -de la mirada del alma-, después de concluido el tiempo litúrgico de la Pascua, el Misterio del Dios que nos ha salvado y nos salva: del Dios verdadero -Padre, Hijo y Espíritu Santo—, Uno y Trino. Lo que podría parecer una complicada especulación teológica se nos revela a la luz de Cristo y de su Pascua como el Misterio del Dios que es Padre y que nos ha amado hasta la entrega suma de su Hijo Unigénito que, obediente a su voluntad, toma nuestra carne y asume la muerte y una muerte de Cruz por nuestra salvación; y que, resucitado y ascendido al cielo, nos ha enviado el Espíritu Santo, el que nos santifica para una vida de victoria sobre el pecado y sobre la muerte según el don y la ley nueva del amor. El Misterio de Dios brilla en este Domingo de la Trinidad en todas esas sublimes tonalidades en las que nos hablan el Evangelio y las cartas de San Juan y que culmina en aquella expresión tan originalmente cristiana de que DIOS ES AMOR.

Dios es amor en la inefable realidad de su ser divino y en su relación con nosotros como nuestro Creador y Redentor. Dios es amor y pide y mueve en nosotros la correspondencia del amor, que necesita de una primera y básica traducción: la de la oración de alabanza, acción de gracias y de contemplación enamorada del Amado ¡Y no tengamos miedo respecto a su tantas veces supuesta ineficacia histórica! El Santo Padre nos lo recuerda en la Carta Apostólica «Novo Millennio Ineunte»: la oración intensa, al estilo de la practicada y enseñada con genial -sublimidad por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz -por ejemplo-, no sólo no aparta del compromiso en la historia sino que, «abriendo el corazón a Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaz de construir la historia según el designio de Dios` (NMI, 33). No es de extrañar pues que la Iglesia en España haya establecido la «Jornada pro orantibus» y la haya situado dentro del marco litúrgico, espiritual y pastoral de la Solemnidad de la Santísima Trinidad.

Se trata pues de una jornada dedicada a la alabanza a la Santísima Trinidad el Dios revelado por Nuestro Señor Jesucristo, que, gracias al don del bautismo-, ha querido habitar en nuestros corazones haciendo de cada bautizado un templo para alabanza de su gloria, pero que por lo mismo nos invita a la alabanza y a la acción de gracias por nuestros hermanos y hermanas que, llamados por -Dios a la oración y al silencio contemplativo, viven en permanente adoración del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y nos anuncian, de modo profético, que sólo Dios basta para que una vida tenga pleno sentido y fecundidad, y que la oración y acción de gracias al Dios Uno y Trino ofrecidas «sacerdotalmente» en Cristo, por Cristo y con Cristo son absolutamente vitales para la acción evangelizadora de la Iglesia.

¡Cómo no dar gracias a Dios por el don de la vocación contemplativa que enriquece a toda la Iglesia y acentúa en ella el sentido de la primacía de Dios en toda nuestra vida! Al contemplar y amar el misterio de la Santísima Trinidad debemos, por tanto, y al mismo tiempo, estimar y dar a conocer la necesidad de esta vocación en la vida de la Iglesia y pedir a Dios una mayor estima de la oración como alimento fundamental de nuestro ser cristiano.

El lema escogido en este año por la Comisión de Obispos y Superiores Mayores, Monasterios, escuelas de oración, pone de relieve la realidad de cada monasterio como modelo y estimulo para la oración en la Iglesia Diocesana a favor de todo el mundo, Este lema recoge claramente el deseo del Santo Padre Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte, cuando nos exhorta para que todas las comumidades cristianas lleguen a ser «auténticas ‘escuelas de oración’ donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el arrebato del corazón » (nº 33). La aportación de «las contemplativas» para conseguir este empeño es tan imprescindible como irrenunciable

Quiero dar gracias a Dios en este día por todos los que en nuestra Diócesis queman sus vidas como lámparas de fidelidad que se gastan en la presencia del Dios Trinidad, e invitar a todos los diocesanos a la gratitud por el don que supone la vocación, sobre todo, de tantas contemplativas que ofrecen su vida para que la Iglesia, toda entera, sea la virgen fiel y prudente que, en medio de las tormentas de este mundo, se

sabe segura como propiedad del Señor y le espera, siempre vigilante, con las lámparas encendidas de la oración, del silencio y de la ofrenda sacrificial de sí misma- Que también nosotros, según el ejemplo y de la mano de María, «Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad». respondamos con la oración intensa al Dios tres veces Santo que se ha dignado hacemos templos suyos.

Con todo afecto y mi bendición,,

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