El Día del Papa-2005

En vísperas de la peregrinación diocesana con motivo de la clausura del III Sínodo Diocesano de la Archidiócesis de Madrid

Mis queridos hermanos y amigos:

Hoy, la Iglesia en España une a la celebración del Domingo XIII del Tiempo Ordinario la memoria del Papa, la plegaria por su persona y sus intenciones y la limosna -el llamado óbolo de San Pedro- para ayudarle en sus múltiples tareas y necesidades como padre y pastor del Pueblo de Dios y valedor de todos los pobres del mundo. De nuevo entra en el primer plano de nuestra atención pastoral la figura y el oficio del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal, sobre el que el Señor ha querido edificarla y construirla visiblemente en la unidad. La Iglesia precisa del ministerio de Pedro y de sus Sucesores para mantenerse fiel a su Señor en la profesión de la fe, en la celebración de sus sacramentos como los ha recibido de Él, especialmente en el de la Eucaristía, sacramento culmen y fuente de la vida cristiana, y en la salvaguardia y promoción de la comunión eclesial y de sus bienes substanciales: el amor, la misericordia y la paz de Cristo. No es extraño que desde lo más hondo de la conciencia eclesial, leyendo y meditando desde los primeros siglos de su historia los textos de la Sagrada Escritura, guiada por el Espíritu Santo, se le llamase y considerase al Papa como el Vicario de Cristo en la tierra. La experiencia histórica de los acontecimientos del pasado mes de abril en torno al fallecimiento de nuestro querido Juan Pablo II y la elección del nuevo Sumo Pontífice, Benedicto XVI, cuyos ecos han traspasado todas las fronteras geográficas, humanas y espirituales de la humanidad contemporánea, pone de manifiesto el papel decisivo que juega el Papa en la actualidad no sólo para cualquier planteamiento fecundo de nueva evangelización del hombre y del mundo modernos, sino también, para cualquier programa de regeneración moral y religiosa de la familia humana. El Papa aparece constituido por el propio peso de los hechos, silenciosa y espontáneamente, como su primer referente ético y religioso. Acogiéndose a él y a su ministerio de testigo de la verdad y del amor que viene de Dios, van surgiendo y articulándose en los albores del siglo XXI las mejores esperanzas de una nueva civilización: de solidaridad, de justicia, de libertad y de paz.

Los ojos del mundo están hoy fijos en Benedicto XVI, nuestro Santo Padre. Han transcurrido poco más de dos meses desde el día de su elección para la Sede de Pedro. Su palabra ha ido fluyendo incesantemente sobre la Iglesia y la sociedad como un manantial de luz nacido de la Palabra de Dios y de la percepción clarividente de los problemas del hombre contemporáneo. Sus gestos de sencilla y humilde cercanía, que prodiga incansablemente, han acompañado a la Iglesia desde el inicio solemne de su ministerio petrino con una finura intelectual, humana y espiritual extraordinaria, al estilo del pastor que sana, cuida y acaricia a las ovejas de su rebaño: ¡como el Buen Pastor! Hace pocos días ha anunciado que quiere colocarse al frente de los jueves de toda la Iglesia para peregrinar a Colonia con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, acercándose con ellos a la Cuna de Belén, como los Magos de Oriente, para adorar a Jesús. Sin olvidar a España. El pasado 22 de mayo nos dirigía a los Obispos y fieles, llegados a Zaragoza con motivo de la nueva consagración de España al Inmaculado Corazón de María, un mensaje de aliento e impulso apostólico ante los grandes retos de la defensa de la familia, fundada sobre el verdadero matrimonio, del derecho a la vida y de la acogida de los más desprotegidos. Naturalmente la Iglesia se siente confortada y animada para proseguir en esa dirección del ¡“rema mar adentro”! marcada por su antecesor al clausurar el Gran Jubileo del Año Dos Mil; mirando y contemplando el rostro de Cristo y sumergiéndose en el Misterio Redentor de su Amor Misericordioso. Y no menos la Iglesia Particular de Madrid, animada por la última visita pastoral de Juan Pablo II en la primavera del Año 2003 y su invitación insistente y animosa de padre que se despedía para siempre, a refrescar nuestras raíces cristianas y a no olvidar el patrimonio espiritual inigualable de nuestra fe católica. Nuestra Archidiócesis viene caminando sinodalmente desde hace tres largos años, decidida, valiente y unida a su Pastor, por la senda de un compromiso evangelizador, asumido con nuevo y vigoroso espíritu apostólico, al servicio de un único y central objetivo: transmitir la fe a todos los madrileños, y en especial a las nuevas generaciones, como la Buena Nueva de la Salvación: ¡la más bella y consoladora noticia que hubieran podido escuchar nunca los oídos de los hijos de los hombres!

Concluida ya la Asamblea Sinodal nos proponemos peregrinar a Roma para visitar las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles, Pedro y Pablo, y para encontrarnos con nuestro Santo Padre, Benedicto XVI, todos los sinodales, y los fieles madrileños que quieran acompañarnos. El Papa nos recibirá en audiencia especial a última hora de la mañana del próximo 4 de julio. Allí renovaremos nuestra profesión de fe y nuestro compromiso apostólico de ser testigos de Jesucristo en la plena e indefectible comunión de la Iglesia, sostenida y animada por la profesión de fe de “Pedro” y por el testimonio martirial y universal del amor de Pablo. Ambos propósitos, envueltos en la plegaria dirigida a esos dos grandes intercesores y, muy señaladamente, a la Virgen Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, se los presentaremos a nuestro Santo Padre, Benedicto XVI con el gozo interior de las gracias y dones del Espíritu Santo recibidos a lo largo de todo el proceso sinodal y con el ruego de que nos ilumine y fortalezca en esta decisiva etapa de la aplicación de las constituciones sinodales: ¡que florezcan y maduren en ricos y abundantes frutos de evangelización y de santidad! ¡que el Evangelio de Jesucristo muerto en la Cruz y Resucitado por nosotros y nuestra salvación refulja con nuevo resplandor ante los ojos de todos los madrileños! ¡Que en Madrid vuelva a alumbrar de verdad, de verdad… la esperanza!

Cierto y seguro del cuidado amoroso y de la protección de nuestra Madre, la Virgen de La Almudena, os bendigo con todo afecto en el Señor,

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