Lllevar a Cristo a los jóvenes

El nuevo curso que comienza

Mis queridos hermanos y amigos:

Comienza un nuevo curso en la vida y en la acción pastoral diocesana con un objetivo central que ha ido madurando, desde la clausura de la asamblea sinodal de nuestro III Sínodo Diocesano en la vigilia de Pentecostés del año 2005, cada vez más intensa y lúcidamente como una de sus interpelaciones más urgentes. El objetivo de lo que hemos ido llamando la Misión Joven de Madrid.

El Sínodo había sido convocado para dar una respuesta fiel y generosa a la voz del Espíritu que removía nuestras conciencias, -nuestra conciencia personal y eclesial- ante la necesidad inapelable de la transmisión de la fe a nuestros hermanos de esa, cada vez más amplia y compleja comunidad humana que es Madrid, en la que las propuestas de vida al margen de Dios y sus proyecciones culturales, sociales y políticas, se presentan como más fascinantes y dignas de crédito que el propio Evangelio recibido a lo largo de una historia más que milenaria de cultura cristiana. Propuestas que se cruzan en la vida pública con las derivadas de otras experiencias religiosas, no cristianas o no católicas, en gran parte consecuencia del proceso de la emigración cada vez más numerosa y plural. ¿Cómo no ver y constatar que este contexto ideológico y social de la realidad madrileña, es decir, el de los factores más importantes para su existir y devenir inmediatos, condiciona a los niños y a los jóvenes de forma grave y decisiva a la hora de configurar su futuro propio y, en definitiva, el futuro de todos positiva y fructíferamente? Su suerte y nuestra suerte, temporal y eterna, están en juego.

Hay, pues, que llevar de nuevo a Cristo a los jóvenes. Que lo conozcan, que lo amen, que lo sigan. Que vivan con Él, por Él y para Él… ¡Que vivan Su propia Vida! Sólo de este modo encontrarán salvación en el sentido más íntegro y total de la expresión. Es evidente que urge un nuevo impulso misionero, en el que quede comprometida toda la comunidad diocesana, para hacerles llegar la noticia de Jesucristo, más aún, su misma presencia, la presencia del Señor que les llama, que les quiere, que les ama… ¡Que les ama para que le amen! La Palabra en la Iglesia, y nuestras palabras en ella, no deben de tener otro centro ni otro significado último más que Él, Jesucristo, el Señor. Y la fe, como nos lo recordaba tan bellamente Benedicto XVI tampoco tiene otro corazón ni otro centro que no sea Jesús mismo. O, dicho con las mismas palabras del Papa: el corazón de la fe cristiana consiste en conocer creyendo, y en creer conociendo, que Dios nos ha mostrado y donado su Amor –el Amor que es Dios mismo-, dándonos a su Hijo hasta ese punto máximo del sacrificio y la ofrenda, de su Cuerpo y Sangre sacratísimos en la Cruz por el perdón de nuestros pecados y nuestra redención. Romano Guardini podía afirmar, hace muchas décadas, en 1940, el primer año de la segunda guerra mundial, cuando las victorias militares embriagaban el alma de muchos jóvenes de su pueblo con falaces y seductoras apariencias de triunfos y logros humanos, comentando el texto del Evangelio de San Mateo sobre el juicio final (Mt 25, 31-46) en un sugerente y profundísimo tratado sobre los novísimos titulado “Las últimas cosas”, y que no ha perdido un ápice de su actualidad, que la verdad y la bondad de la vida de cada uno de nosotros y de toda la humanidad se harán manifiestas y se decidirán ante Él, Jesucristo, respondiendo a la pregunta si le hemos o no reconocido como la norma del Amor. Por tanto, no sólo como aquél que ha proclamado el Amor como la norma más grande que vincula a todos –y cumpliéndola puede salvar nuestra vida- y que le vincula incluso a Él mismo, sino como aquél que es la misma norma viviente del Amor: “la norma del Amor es Él mismo. Comienza por Él y existe por Él. Esta norma no existe sin Él”.

En el curso que comienza toda la comunidad diocesana debe hacerse misionera respecto a la juventud madrileña con un compromiso pastoral vivido espiritual y apostólicamente como la acogida de una llamada extraordinaria del Señor que nos afecta a todos: a los pastores, en primer lugar, y a todos los fieles. Una llamada, sin embargo, que atañe especialmente a todos aquellos que por vocación o misión se encuentran inmersos en el mundo juvenil madrileño: los jóvenes sacerdotes y seminaristas, los religiosos y religiosas jóvenes, los educadores, los padres de familia… y, sobre todo, los propios jóvenes católicos que han recibido y acogido ya en sus vidas la gracia de la amistad con Jesucristo. Todos, pues, estamos llamados a hacer caer en la cuenta de cada uno de los jóvenes de Madrid que el Señor está a la puerta de sus corazones y quiere entrar ¡ayudémosles a que le abran las puertas de sus corazones de par en par!

El próximo viernes día 8, Natividad de Nuestra Señora, celebraremos la Eucaristía del inicio del curso pastoral de nuestra curia diocesana en la catedral de la Almudena. Lo habremos de hacer como una plegaria de acción de gracias y, a la vez, de súplica por la Misión Joven de Madrid que confiamos al cuidado maternal de Nuestra Señora. Se trata de un don nuevo de la gracia de su Hijo, gracia que nace para nosotros en este curso 2006-2007 en el interior mismo de nuestra iglesia diocesana. Con la Virgen sintiéndonos cuidados e impulsados por su amor materno estoy seguro que la noticia de su Hijo Jesucristo llegará a los jóvenes madrileños con renovada frescura espiritual y humana, como la convincente noticia de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida: ¡Su camino, Su verdad y Su vida! Con Ella, la noticia resonará por todas partes cálida, valiente y atractiva por todas partes: en primer lugar, en las parroquias y arciprestazgos, los colegios y la universidad, en los hospitales, y en aquellos lugares donde se encuentran los jóvenes más necesitados y dolientes de alma y cuerpo… ¡En la calle!

Nos disponemos, pues, para dar los pasos necesarios e inmediatos en orden a la preparación, lo más cuidadosa posible, de la Misión: preparación espiritual y apostólica, en primer lugar, en la que han de participar los jóvenes misioneros en días de oración intensa y recogida, al modo de unos ejercicios espirituales; preparación doctrinal y pastoral en “la Escuela de la Misión”.

La oración de toda la Iglesia diocesana, pidiendo por los frutos de la misión, urge más que nunca. La fidelidad inquebrantable, y más que probada, de las comunidades de vida contemplativa, especialmente de las femeninas, no nos faltará en ningún momento de la acción misionera. Ellas, desde su clausura, acompañarán con la eficacia propia e infalible de la comunión de los santos el camino misionero que abrimos este curso para los jóvenes madrileños. Camino que iniciaremos ya al final de este mes de septiembre con la gran peregrinación de oración y penitencia al Santuario de Guadalupe, la Virgen misionera por excelencia en la historia de España.

¡Se trata de ganar a la juventud madrileña para Cristo! Con Él lo ganarán todo: todo lo verdadero, todo lo bueno, todo lo bello ¡la vida y la felicidad misma en el tiempo y en la eternidad! Y nosotros, todos nosotros, ganaremos toda esa riqueza inefable con ellos.

Con todo afecto y mi bendición,

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