La Televisión Católica

Una necesidad pastoral urgente

Mis queridos hermanos y amigos:

Nadie duda hoy después de medio siglo de experiencias de la Televisión y con la Televisión como el medio de comunicación social más característico de nuestro tiempo, que se trata de un instrumento de colosal influencia en la configuración de las costumbres y valores de todo orden –económicos, políticos y culturales– que rigen la sociedad actual, y a la que no se escapa tampoco la determinación de los principios y criterios personales más íntimos en las vidas de las personas, más aún, de sus convicciones morales y religiosas, e, incluso, de su fe.

Si la Iglesia entró de lleno en el campo de los modernos medios de comunicación social desde los primeros albores de la prensa escrita        –¿cuántos no recordarán todavía las campañas de “la buena prensa” organizadas en la primera mitad del siglo pasado?–, convencida de que en ese mundo nuevo, pública y globalmente intercomunicado, se ventilaban en grande y decisiva medida las posibilidades de la acogida de la fe y de la evangelización del hombre contemporáneo, ¿cómo no iba a entrar incluso con mayor interés e intensidad en ese espacio nuevo de la comunicación de masas, extraordinariamente atractivo y fascinante, que se sirve no sólo de la transmisión del sonido, sino también de la imagen? Todas las investigaciones sociológica, y los datos estadísticos que arrojan, nos revelan que el seguimiento de la Televisión ocupa en la vida familiar y en el de las personas individuales un largo espacio de su jornada diaria. La sugestión que ejerce sobre los niños y los jóvenes, en una etapa extraordinariamente delicada en la formación de su personalidad humana y cristiana, es bien conocida de los que son responsables directos de su educación integral: en la familia, en primer lugar, y, luego, en la escuela, y, por supuesto, en las comunidades parroquiales u otras realidades eclesiales a las que pertenecen.

La Iglesia se halla, por su parte, inmersa en un momento histórico de su vida, en el que la toma de conciencia de lo que constituye lo más esencial de su misión –el anuncio de Jesucristo, la Evangelización– ha centrado sus mejores y más ricas energías. La llamada de Juan Pablo II a una Nueva Evangelización y el impulso luminoso y vigoroso de Benedicto XVI, en su primer año de Pontificado, para ofrecer al mundo la luz de la fe en el encuentro con la razón son los signos más relevantes de esa conciencia histórica, tan clarividente y tan dinámica apostólicamente. Una razón tan orgullosa hoy de sus éxitos científicos, tecnológicos y económicos, pero que posterga y olvida –cuando no desprecia– la búsqueda de la verdad en toda su hondura y plenitud, es decir, la verdad que ilumina el camino de la salvación para el hombre en el tiempo y en la eternidad.

La pregunta por el presente y el futuro pastoral de la Iglesia se presenta inesquivable: ¿es viable ese urgente y apremiante objetivo de la Evangelización en el contexto social y cultural de nuestro tiempo sin los modernos medios de comunicación social con su capacidad de llegar a la masa de la población? ¿Más específicamente, sin la televisión? Evidentemente, no. Nuestro III Sínodo Diocesano de Madrid, asimilando y aplicando la doctrina del Concilio Vaticano II y el magisterio pontificio ulterior, enseñaba en el significativo apartado dedicado a “la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”: que es preciso “sostener y promover los medios de comunicación en los que se reconoce una visión de la vida concorde o lo más abierta posible al Evangelio y a las orientaciones de la Iglesia”,  y que, además, se debe de “impulsar la formación de profesionales de la comunicación que sean testigos de la fe, y apoyar a los que ya lo son”, tratando de “formarlos en el uso de las nuevas tecnologías para difundir los contenidos evangélicos” (Const. 208).

El ámbito y las modalidades de lo dispuesto sinodalmente para la acción pastoral diocesana y el compromiso de los católicos respecto a su presencia en la televisión han quedado claras: necesitamos urgentemente profesionales católicos de la comunicación en el medio televisivo, sea cual sea su titularidad civil –estatal o de iniciativa social– o eclesial, pero necesitamos, simultáneamente, medios televisivos propios de la Iglesia bajo la forma de titularidad jurídico-canónica que proceda. En una palabra: ¡necesitamos la televisión católica!  Colocado actualmente el poderoso instrumento de comunicación e influencia social, que significa la televisión, en el centro mismo del torbellino actual de los intereses del “poder” –del poder económico, cultural, ideológico y político–, no le queda a la Iglesia otro espacio íntegro y suficiente de libertad para el ejercicio de su misión evangelizadora en el pluriforme y tantas veces perturbador mundo de las televisiones actuales que no sea el de un espacio televisivo propio: el que proporciona la Televisión Católica.

Esta semana, en sus primeros días, Madrid acogerá el I Congreso Mundial de Televisiones Católicas, organizado por el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales y por el Arzobispado de Madrid: ¡una excelente ocasión y un foro de diálogo y de cooperación pastoral sobresaliente para que los católicos españoles, y, singularmente, los madrileños, comprendan y apoyen firme y generosamente el proyecto, cada vez más cuajado técnica y eclesialmente, de nuestra Televisión diocesana, TMT, asociado al gran proyecto común de la Iglesia en España, Popular Televisión! Proyecto que se destaca, dentro del panorama de las ofertas televisivas existentes, por sus programas informativos y formativos, de entretenimiento y diversión, en los que la positiva y clara propuesta de la visión de la vida inspirada y configurada por el Evangelio de Jesucristo, testimoniado y vivido en la Comunión de la Iglesia, constituye su criterio determinante.

A la Virgen de La Almudena encomendamos los frutos de este Congreso. ¡Que podamos avanzar en ese gran proyecto de evangelización que es la Televisión Católica en España! Y que la Archidiócesis de Madrid avance en el empeño de hacer realidad, a través de los Medios de Comunicación, el que fue el gran objetivo de su III Sínodo Diocesano: trasmitir la fe a los madrileños, especialmente a los más jóvenes.

Con todo afecto y mi bendición,

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