XII Jornada Diocesana de Enseñanza

“RELIGIÓN EN LA ESCUELA, SÍ”

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Como cada año, nuestra Iglesia de Madrid se dispone a celebrar la Jornada Diocesana de Enseñanza, que en esta ocasión tendrá lugar el sábado 10 de marzo. Se trata de una nueva oportunidad para reflexionar sobre nuestra vocación educativa, que ha de realizarse siempre desde el ejercicio de la responsabilidad propia del cristiano. Una Jornada que nos brinda además la posibilidad de encontrarnos, en un clima de convivencia y oración, con todos aquéllos que día a día trabajan en el campo educativo a favor de una renovada presencia de la Iglesia, Madre y Maestra, en esta hora de la historia de España.

La educación tiene como finalidad la formación integral del ser humano, lo que supone buscar la armonía entre las distintas dimensiones que componen la personalidad humana, de la que no puede sustraerse su dimensión religiosa. Los padres cuentan para ello, además de la asistencia de la comunidad parroquial, con la ayuda de la escuela. “Por esto, nos recuerda el Concilio Vaticano II, la Iglesia alaba aquellas autoridades y sociedades civiles que, teniendo en cuenta el pluralismo de la sociedad actual y considerando la debida libertad religiosa, ayudan a las familias para que en todas las escuelas se pueda impartir a sus hijos una educación acorde con los principios morales y religiosos de las familias” (Gravissimum educationis, 7). La tarea educativa presupone y comporta siempre una determinada concepción antropológica, razón por la que la Iglesia, bien por medio de la creación de sus propias escuelas, bien por la enseñanza religiosa y moral se ha hecho presente en los centros educativos con el fin de ofrecer a los niños y jóvenes la imagen de persona y el sentido de la vida que presenta el Evangelio.

El lema escogido para la Jornada de este año tiene un carácter afirmativo, “RELIGIÓN EN LA ESCUELA, SÍ”. Se quiere con ello llamar la atención sobre una verdad que pretende hoy ser relegada desde algunos sectores sociales, que desearían arrinconar la religión al ámbito exclusivo de lo privado. Dicha verdad pone de manifiesto cómo la presencia de la enseñanza religiosa en el marco escolar está íntimamente unida tanto al derecho a la libertad religiosa como al pleno desarrollo de la personalidad humana que debe procurar todo proceso educativo. Pues el ejercicio de la libertad religiosa se ve seriamente afectado e impedido cuando se excluyen de la educación del alumno sus convicciones religiosas. Al Estado, desde una concepción subsidiaria del mismo, no le corresponde imponer un determinado modelo educativo para todos sino garantizar a las familias y a las instituciones sociales un marco de libertad que les permita elegir el tipo de educación que desean para sus hijos. Nuestra Carta Magna recoge en su artículo 27.3 el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Pero, a su vez, si la escuela ha de atender a la formación integral del alumno no puede conformarse con enseñar sólo aquellas materias fundamentadas en una racionalidad instrumental, sino que ha de incorporar también el saber religioso, que trata de responder a la pregunta sobre el hombre desde la presencia de un Dios Creador y Salvador. En su viaje a Alemania, Benedicto XVI, dirigiéndose a educadores y profesores de Religión les decía estas palabras: “Estimulad a los alumnos a hacer preguntas no sólo sobre este o aquello -aunque esto sea ciertamente bueno-, sino principalmente sobre de dónde viene y a dónde va nuestra vida. Ayudadles a darse cuenta de que las respuestas que no llegan a Dios son demasiado cortas”.

Sin embargo, constatamos con honda preocupación para el proceso educativo de los alumnos cómo desde distintos medios sociales se sigue cuestionando la presencia de la enseñanza de la religión en la escuela. O bien se la identifica con la catequesis para, a continuación, pedir que se imparta en la comunidad parroquial, o bien sólo se la contempla desde una perspectiva aconfesional como transmisión de unos conocimientos que han de ampliar la cultura del alumno, pero sin que esto haya de incidir en su formación personal. Durante el proceso de elaboración y tramitación de la nueva Ley de Enseñanza hemos vuelto a recordar allí donde se nos ha requerido, que la voluntad de los padres en unos porcentajes muy altos sigue siendo favorable a la asignatura de religión católica, lo que significa que no estamos impartiendo ni catequesis -cuya tarea consiste en iniciar y ayudar a madurar la fe del cristiano, y cuyos lugares apropiados son, básicamente, la familia y la parroquia-, ni una cultura religiosa dada por un profesor al que no cabe pedirle confesionalidad alguna. Estamos hablando de una asignatura en la que la racionalidad específica de la fe cristiana dialoga con la cultura para así hacer posible una auténtica síntesis entre ambas. Una asignatura que, a la vez que sitúa al alumno de forma lúcida ante nuestra tradición cultural, ayuda a los alumnos creyentes a comprender mejor el mensaje cristiano como respuesta a los interrogantes que la vida le plantea y a los que se encuentran en búsqueda o con dudas religiosas les ofrece la oportunidad de conocer la armonía y belleza de la síntesis cristiana, para así reflexionar mejor sobre la decisión a tomar en sus vidas.

En la última Instrucción Pastoral (Orientaciones morales ante la situación actual de España, 18) afirmábamos los Obispos: “En no pocos ambientes resulta difícil manifestarse como cristiano: parece que lo único correcto y a la altura de los tiempos es hacerlo como agnóstico y partidario de un laicismo radical y excluyente. Algunos sectores pretenden excluir a los católicos de la vida pública y acelerar la implantación del laicismo y del relativismo moral como única mentalidad compatible con la democracia. Tal parece ser la interpretación correcta de las dificultades crecientes para incorporar el estudio libre de la religión católica en los currículos de la escuela pública”. Se nos presenta una ocasión propicia para mostrar a todos aquellos que propugnan esa mentalidad, que nuestra fe en Dios no supone abdicar de las exigencias de la razón y que el carácter aconfesional del Estado, tal como aparece en el ordenamiento democrático de nuestra convivencia, lejos de obligarnos a relegar al ámbito privado nuestras creencias religiosas -olvidándonos de la aportación histórica que éstas han hecho y siguen haciendo al patrimonio ético de la humanidad- ha de favorecer la colaboración de todos los ciudadanos, que desde sus convicciones fundamentales, sean estas religiosas o no, contribuyen a la mejora de la sociedad. De ahí nuestra alarma ante el currículo de la nueva asignatura de “Educación para la ciudadanía” que, con carácter obligatorio, supone el riesgo de una inaceptable intromisión del Estado en la educación moral de los alumnos, cuya responsabilidad primera corresponde a la familia y a la escuela.

Espero y deseo que, con ocasión de esta Jornada Diocesana de Enseñanza, se afiance en los padres y educadores el interés y el esfuerzo por el cultivo de la dimensión religiosa y moral en el ámbito familiar y en la escuela para una verdadera formación integral de los niños y jóvenes. A María, Madre de Jesús y Madre nuestra, ¡Virgen de la Almudena! los encomendamos con nuestra oración y plegaria.

Con mi cordial afecto y bendición

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