La “Misión Joven” llega a su momento culminante

“Recibiréis el Espíritu Santo… y seréis mis testigos”

Mis queridos hermanos y amigos:

Estamos llegando al momento culminante de la “Misión Joven” en este curso pastoral 2006/2007: los días cuatro y cinco de mayo, ya muy próximos, nos encontraremos en “el MADRID-ARENA” de la Casa de Campo para orar juntos y dar gracias al Señor por las gracias tan extraordinarias con que nos obsequiaba a “los misioneros” y, sobre todo, a los que ha llegado el testimonio y anuncio de “Jesucristo, Camino, Verdad y Vida” y, por supuesto, con que enriquecería a toda la comunidad diocesana “que sintió en lo más hondo de su alma el gozo que reporta el vivir con el espíritu valiente y entregado del que se sabe apóstol ¡lleno de amor! el mandato misionero del Señor de ser sus testigos. Antes de despedirse de los apóstoles, Jesús Resucitado, a punto ya de ascender al Cielo, les había encargado que aguardasen en Jerusalén la venida del Espíritu Santo prometido y en el que iban a ser bautizados dentro de pocos días y con cuya fuerza serían sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra”. A su pregunta, reveladora de sus vacilaciones mundanas y de la pertinaz tentación de interpretar a Jesús en clave de poder humanos, –¿Señor vas a restablecer ahora el reino de Israel”?–, reciben de Él la contestación de que de lo que se trata es de llevar adelante el plan verdadero de salvación que el Padre había preparado y dispuesto para la salvación de los hombres precisamente por El, el Hijo hecho hombre y muerto por los hombres en un acto infinito de amor misericordioso y que, triunfante en su Resurrección, ya no conoce fronteras ni de espacio, ni de tiempo: ¡el hombre ha quedado salvado para toda la eternidad! (Cf. Hch 1-1,8). ¡El anuncio de la Victoria del Resucitado ha sido nuestro anuncio!

Queridos jóvenes, la noticia de que al hombre se le ha abierto por Jesucristo, muerto y resucitado por amor, definitivamente, las puertas de la verdad, de la vida y de la felicidad, ¡ha sido nuestra noticia! La necesidad, tan sentida y expresada en nuestro III Sínodo Diocesano de trasmitir la fe a las nuevas generaciones de madrileños, se fue haciendo realidad cada vez con mayor ilusión y compromiso apostólico al paso de los meses y los días de “Misión Joven”. ¡No! ¡Ya no nos parece imposible la esperanza –casi un sueño de los que amamos a la juventud de Madrid– de que los niños y jóvenes madrileños conozcan a Jesucristo, lo sigan, vivan con El y de El y así alcancen la verdad y la honda y auténtica plenitud de sus vidas! Sí, de que sepan que Jesucristo, como El decía y dice de sí mismo, es “EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA” para todo hombre que viene a este mundo.

¡Vayamos pues, queridos jóvenes misioneros –sacerdotes, consagrados, seglares– a un renovado encuentro con Cristo en estas dos jornadas diocesanas con las que la “Misión Joven” llega a su culmen! Son días que coinciden casi exactamente con la última Visita de Juan Pablo II a Madrid hace cuatro años, con la inolvidable Vigilia Mariana de Cuatro Vientos de los jóvenes de España, presidida por el, “él joven de ochenta y tres años”, y la solemnísima y emocionante Celebración Eucarística de la Plaza de Colón con la Canonización de los nuevos cinco Santos españoles. Precisamente en este momento culminante de nuestra Misión Joven conviene que recordemos sus palabras, en las que se hacían vivas las palabras del mismo Señor a los suyos en el inicio de “la Misión” apostólica. Mas aún ¡que continúan vivas hoy!:

“Queridos jóvenes, ¡id con confianza al encuentro de Jesús! y, como los nuevos santos, ¡no tengáis miedo de hablar de Él! Pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros jóvenes os convirtáis en apóstoles de vuestros coetáneos. Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías: ¡Ah Señor! `Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho (Jr. 1,6). No os desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu”.

Nuestras dos jornadas concluirán con la Ordenación Sacerdotal de 16 jóvenes diáconos de nuestra Archidiócesis ¡Toda una prueba de la fecundidad humana y espiritual de lo que significa en el corazón de los jóvenes el haber encontrado el amor de Jesucristo que se vuelca luego en una vida concebida y planteada como entrega, sin condiciones, al amor de los demás hombres, por encima incluso de las formas ordinarias del amor humano! Ellos quieren servir a sus hermanos “in persona Christi”, haciendo de “Cristo”, siendo “alter Christus”, “otro Christo”, continuando la misión de los Doce, unidos a su Obispo en comunión con el Sucesor de Pedro, cabeza del Colegio Apostólico. A vuestros sacerdotes los habéis conocido mejor, queridos jóvenes, estos meses ilusionados e ilusionantes de la Misión Joven. Vamos a continuar, todos muy unidos, en el camino misionero emprendido. ¡Merece la pena! ¡Merece la pena por Cristo que nos ama! ¡Merece la pena por los jóvenes que piden y deben saber que Cristo los ama! ¡Merece la pena por toda la sociedad madrileña, especialmente por aquellos en ella que sufren por cualquier causa los males que les amenazan con el dolor y con la muerte: del alma y del cuerpo! Porque es cierto: si no volvemos “a contemplar `al que traspasaron –como nos exhortaba Benedicto XVI en el Mensaje de la Cuaresma de este año– no se nos abrirá “el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano”, y no nos sentiremos llevados “particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas”.

¡Participemos pues todos los diocesanos, especialmente los jóvenes, en las dos jornadas de mayo con el alma bien dispuesta a recibir con el entusiasmo nuevo del Espíritu del Señor su mandato e invitación a proseguir “la Misión”! ¡Nada nos debe arredrar ni detener en esa gran apuesta del amor de Cristo por Madrid y sus jóvenes! ¡El futuro es de El, de Jesucristo Resucitado! ¡Su victoria es nuestra Victoria!

Pidámoselo a la Virgen de La Almudena, la primera testigo de la Resurrección, con las palabras del Siervo de Dios, Juan Pablo II, en “Cuatro Vientos”:

“Santa María, Madre de los Jóvenes –los jóvenes de Madrid–,

intercede para que sean testigos de Cristo Resucitado,

apóstoles humildes y valientes del tercer milenio,

heraldos generosos del Evangelio.

Santa María, Virgen Inmaculada,

reza con nosotros,

reza por nosotros. Amén.

Con todo afecto y mi bendición,

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