Carta Pastoral en el Día Nacional del Apostolado Seglar y de la Acción Católica

“LOS LAICOS EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA: SEMILLAS DEL REINO”

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

«Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (Cf. Jn 17, 4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (Cf. Ef 2, 18). “Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (Cf. Jn 4, 14; 7, 28-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (Cf. Rm 8, 10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en su templo (Cf. 1 Cor 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (Cf. Gal 4, 6; Rm 8, 15-16 y 26)»[1].

Es una gran alegría para un cristiano saberse templo de Dios, que el Espíritu Santo habita en nuestra alma como en su propia casa. Sí, es un misterio para la razón  del hombre, pero es una verdad fundamental para conocer y entender la obra de salvación que el Hijo de Dios, el Redentor, ha hecho en nosotros.

Cada bautizado no sólo recibe la gracia de la redención obrada por Cristo a favor nuestro, sino que es portador del mismo Dios, haciéndose uno con Él por la gracia. Pentecostés nos recuerda de modo solemne nuestra participación en la vida divina. Es hermoso confesar, como hacemos en el Credo de Nicea y de Constantinopla, que el Espíritu Santo es “Señor y dador de vida”. El Espíritu da la vida al hombre, la vida de la gracia, la vida de Dios. Como dice san Cirilo de Jerusalén, “del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba”[2]. Gracias al Espíritu, por tanto, aprendemos a vivir la vida sobrenatural, la que es capaz de cambiar el corazón de los hombres y el mundo. Esa vida que salta hasta la vida eterna, y que nos impulsa a no poner nuestro corazón en las cosas caducas y relativas, sino a fijar nuestros ojos en los bienes eternos, los que nunca tendrán fin, los que harán que el hombre sea plenamente hombre.

Si la presencia del Espíritu en las primeras páginas del Génesis indicaba la creación de todo lo que existe, y en concreto del hombre, hecho a imagen y semejanza del mismo Dios, el Espíritu Santo en Pentecostés realiza una obra todavía mayor, que se ha llamado en el lenguaje teológico la re-creación, por que allí lo que estaba creado, pero había muerto por el pecado, renace a esa vida de Dios. El hombre es constituido en una nueva criatura, ya no sólo a imagen y semejanza del Creador, sino divinizado y por ello hecho hijo de Dios.

“Por el Espíritu Santo –dice san Basilio Magno– se nos restituye el paraíso, por él podemos subir al reino de los cielos, por él obtenemos la adopción filial, por él se nos da la confianza de llamar a Dios con el nombre de Padre, la participación de la gracia de Cristo, el derecho a ser llamados hijos de la luz, el ser partícipes de la gloria eterna y, para decirlo todo de una vez, la plenitud de toda bendición, tanto en la vida presente como en la futura; por él podemos contemplar como en un espejo, cual si estuvieran ya presentes, los bienes prometidos que nos están preparados y que por la fe esperamos llegar a disfrutar”[3].

¿No es todo lo expuesto argumento suficiente para vivir esta fiesta de Pentecostés como un verdadero regalo para la Iglesia y para cada uno de nosotros? Así llama la Iglesia a la tercera persona de la Trinidad Santísima, “Don”, que no puede ser comparado con ningún otro don, que en sí mismo es lo más valioso que el hombre puede llegar a alcanzar. Por eso os invito a todos a reflexionar en vuestra oración personal en la obra que el Espíritu del Señor está realizando en vuestra vida. Cada santo, cada hombre o mujer que vive el espíritu de las bienaventuranzas, cada persona que es capaz de vivir el mandamiento del amor a Dios y al prójimo es alguien tocado por la vida de Dios, es una obra maestra del Espíritu.

Hoy la Iglesia en España celebra con motivo de la solemnidad de Pentecostés el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Está en la lógica de lo que significa esta fiesta. Los seglares, hombres y mujeres bautizados en el nombre de Cristo, han recibido el don del Espíritu que les convierte en verdaderos portadores de Dios y de su vida. En esta fiesta se quiere reavivar en todos los fieles cristianos la conciencia de la grandeza de la dignidad de cristiano. El bautizado es templo del Espíritu y está llamado a comportarse como tal, obrando conforme al dictado del Espíritu, y llamado a hacer presente la vida del Espíritu en medio del mundo.

La Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha elegido como lema para esta jornada: Los laicos en la misión de la Iglesia semillas del Reino. Si algo debe mantenerse vivo en la conciencia de los creyentes es su pertenencia con todo derecho a la Iglesia. La misión de la Iglesia no es una tarea añadida a su condición de cristianos, muy al contrario, la tarea de la Iglesia es la tarea de todos los creyentes, cada uno según su estado y condición, pero de todos.

¿Por qué se dice que los seglares son semillas del Reino? Porque ya tienen en su alma esa vida sobrenatural que habrán de transmitir a todos los hombres y a las diferentes actividades que realicen. Eso les hace ser en medio de sus situaciones concretas testigos de una vida que no es suya, que han recibido gratis y que no es sólo para su personal salvación, sino para la salvación del mundo. Los cristianos laicos están insertos por vocación en este mundo en el que esperan con paciencia dar frutos de vida eterna siendo desde dentro transformadores de la sociedad. De modo silencioso, incluso escondido, los fieles laicos trabajan por cambiar las estructuras de este mundo según el espíritu del reino de Dios. En la mayoría de los casos se trata de una labor muy ingrata y exigente, pero se trata de una tarea divina, que reconforta el corazón y llena el alma de paz y amor.

Esa es la obra de Dios en el mundo, en el corazón de los hombres. Esa es la concreción de la vocación de los creyentes en su quehacer diario. Hoy debemos repetírnoslo, y ser más conscientes de que cada uno de nosotros tenemos una tarea de la que dependen el bien de muchas personas y la bondad de muchas actividades y depende, sobre todo, que se cumpla el plan salvador de Dios.

Todos los seglares han de aprender a vivir su ser cristiano con sentido vocacional, pero de un modo particular tienen la responsabilidad de vivirlo, expresarlo y transmitirlo los miembros de tantas asociaciones de fieles nacidas bajo la exigencia de la transmisión de la fe. La Iglesia las bendice y las necesita.

La diócesis de Madrid cuenta con un gran número de asociaciones de fieles. Gracias a Dios hay muchos hombres y mujeres, también jóvenes y niños, comprometidos en la ardua tarea de la Evangelización. Le agradecemos a Dios el testimonio de entrega generosa que dan en nuestra sociedad estos apóstoles. Los necesitamos a ellos y a su empeño apostólico por hacer crecer el Reino de Dios en los corazones y en los hogares de los madrileños.

Sabemos “que uno es el que siembra, otro el que riega, pero que es Cristo quien da el crecimiento” (1 Cor 3, 6-7). Confiamos que el Señor nos concederá la gracia de ver, más pronto o más tarde muchos frutos. El Señor es el primer empeñado en hacer brotar la buena semilla en la vida de nuestros hermanos los hombres. Por ello, a pesar de las dificultades y de la ingente labor que nos queda por realizar, confiamos en su amor y ponemos en sus manos todos nuestros trabajos. A nosotros nos queda ofrecerle todos nuestros talentos para el servicio del Reino, para sembrar y regar esa semilla de vida eterna que es la fe.

Como reza el lema elegido para este año, vosotros, los miembros de las asociaciones apostólicas que vivís vuestra fe y os sabéis trabajadores de la mies del Señor, sois semilla del Reino en el mundo y para vuestros conciudadanos. La semilla ha de ser cuidada en la Iglesia y por la Iglesia. Es necesario que los sacerdotes os ayuden a crecer en vuestra fe y en el seguimiento del Señor, y que os acompañen y animen en vuestras dificultades y os transmitan la palabra de esperanza del Evangelio ¡No os desalentéis! Vuestro apostolado es absolutamente necesario si queremos que Cristo y su amor estén en el corazón del mundo, y no podemos sentirnos indiferentes ante vuestra preocupación por la situación de nuestra sociedad en la que habréis de  educar a vuestros hijos y nietos. Estamos muy cerca de vosotros y de vuestras preocupaciones y aspiraciones.

Los movimientos y asociaciones apostólicos son un regalo y una bendición de Dios, que quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven. Para un sacerdote, que siente la urgencia de la evangelización, contar con la ayuda de seglares, movidos por diferentes carismas y comprometidos en el trabajo silencioso y sacrificado por el reino de Dios, es una gracia impagable.

Permitidme una última palabra sobre la Acción Católica. Los tres movimientos de que consta en este momento en la Diócesis, la Acción Católica General, la Hermandad Obrera de Acción Católica y la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad, representan una excelente oportunidad de trabajo apostólico asociado para todos los cristianos que unidos a sus sacerdotes y en comunión con el Obispo sientan verdadera preocupación por la transmisión de la fe. Así como sus militantes no pueden vivir su vocación separados de los pastores y prescindiendo de sus enseñanzas, los obispos encontramos en el carisma y vocación de los militantes de Acción Católica una ayuda inapreciable en nuestro ministerio. A todos ellos les animo a continuar con la apasionante tarea de ser portadores de la esperanza cristiana en los ambientes en los que viven, trabajan y descansan.

¡Que María santísima, Nuestra Señora de La Almudena, nos obtenga la gracia de que los cristianos de Madrid sepamos vivir con alegría y pasión la vocación a la que hemos sido llamados para que los hombres, al vernos, puedan dar gracias y gloria a Dios, nuestro Padre! Cumpliendo la voluntad de Dios, caminando cada vez más intensamente por la senda de la santidad y del apostolado, llenos del Don del Espíritu Santo, en comunión con el Santo Padre y con vuestro obispo, comprometeos con nuevo fervor en ser testigos de Jesucristo, Semilla del Reino de Dios! La Misión Joven nos sigue esperando en el curso que viene.

Con todo afecto y mi bendición,

[1] LG 4.

[2] San Cirilo de Jerusalén, Cat, 16 sobre el Espíritu Santo, 1.

[3] San Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo, 3.

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