HOMILÍA del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid en la Solemnidad de Ntra. Sra. La Real de La Almudena

HOMILÍA del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid

en la Solemnidad de Ntra. Sra. La Real de La Almudena

Plaza Mayor, 9.XI.2011, 11,00h.

(Za 2,14-17; Sal. Jdt 13,18bcde 19 (R.:15,9d); Ap 21,3-5ª; Jn 19,25-27)

 

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El día de la Patrona de Madrid, Nuestra Señora de La Almudena, nos invita un nuevo año a hacer memoria agradecida de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, por la especial protección y cercanía maternal con la que ha acompañado desde tiempo inmemorial a los hijos e hijas de Madrid; sin fallarles nunca, ni en los tiempos y horas de bonanza, ni en los momentos y en la coyunturas más difíciles y dramáticas. Esa es la experiencia de los madrileños de todos los tiempos: de cada madrileño y de sus familias; pero, también, de la propia ciudad y del pueblo de Madrid. En los momentos más cruciales de su historia allí ha estado Ella ofreciendo y asegurando su amparo maternal. Basta recordar lo acontecido en 1645, cuando graves inundaciones amenazaban angustiosamente a la población; el recurso a Santa María de La Almudena fue decisivo. Así lo reconocieron los Regidores de la Villa el 8 de septiembre del año siguiente, 1646, haciendo el Voto solemne de celebrar anualmente su Fiesta: “Esta Villa −rezaba el acuerdo municipal− vota la asistencia a la festividad de Nuestra Señora de La Almudena… perpetuamente para siempre jamás, esperando que este servicio le será muy agradable a la Virgen Santísima… y para el bien público de esta Villa”. Voto mantenido hasta el día de hoy a pesar y a través de las variadísimas y contradictorias vicisitudes por las que atravesó la Capital del Reino y de las interrupciones que sufrió. Pero es, sobre todo, la Iglesia Diocesana de Madrid la que está llamada a hacer esa memoria con un acento del todo propio y singular, porque de la Archidiócesis de Madrid −de sus pastores y fieles− la Santísima Virgen de La Almudena sí es Madre en un sentido inigualable como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia. Nuestra Archidiócesis, de muy joven historia, ha experimentado su maternidad espiritual desde su creación en 1885 con una intensidad creciente en frutos de gracia y de santidad. La historia de los Santos de Madrid de los siglos XIX y XX es sencillamente prodigiosa. La lista de los santos y beatos −hombres y mujeres, sacerdotes, consagrados y laicos, mártires, confesores y vírgenes− que enriquecen nuestro santoral ha ido creciendo en la misma medida como nuestra Comunidad Diocesana iba practicando cada vez más una profunda y tierna devoción hacia la que sería declarada su Patrona por S.S. Pablo VI el 1 de junio de 1977: Nuestra Señora de La Almudena. “Almudena” será el nombre que recibirá un numero cada vez mayor de niñas madrileñas en el día de su Bautismo.

El último de los grandes favores que de ella, Santa María la Real de La Almudena −por llamarla con toda la exactitud de su nombre−, hemos recibido la Iglesia y el pueblo de Madrid, muy recientemente, ha sido la Jornada Mundial de la Juventud − 2011 presidida por el Santo Padre y que celebramos desde el día 16 al 21 de agosto pasado. La Santísima Virgen María −“La Almudena”− fue una de las claves espirituales principales que explican “la cascada de luz” −en palabras de Benedicto XVI− que inundó a Madrid en esos días inolvidables, escritos ya para su mejor historia con caracteres indelebles. La espontánea y fresca manifestación de la fe de los jóvenes peregrinos, la alegría limpia y esperanzada que irradiaban, la actitud de servicio generoso, de ayuda pronta y cordial y de apertura de alma, dispuestos siempre a darse e intercambiarse entre sí y con las familias, grupos y comunidades que les acogían; en una palabra, la sensibilidad, exquisitamente mostrada, para ser artífices de un maravilloso clima de amor fraterno… todo eso, y más, constituyó un testimonio excelente de la verdad de Jesucristo con una fuerza de convicción y de conversión extraordinaria: ¡única! En esos días, Madrid se presentó al mundo como la Capital de la esperanza. Esperanza capaz de transformar la experiencia de un presente −para tantos jóvenes, difícil, oscuro y dramático− en una vivencia del gozo de haber encontrado el camino del futuro. Enraizados y edificados en Cristo y firmes en la fe, el horizonte de la vida les quedaba despejado de las peores incertidumbres: las que tienen que ver con las preguntas por el sentido de la vida y de la muerte, del pecado y de la justicia, del odio y del amor, de la felicidad y de la paz. A la vista estaba: las crisis podían ser vencidas como puede ser vencido el pecado. Y, por supuesto, también puede y debe serlo la crisis que hoy nos aflige a todos. No sólo a ellos, que contemplan cómo sus expectativas de empleo, de fundar una familia, de crecer y progresar humana y espiritualmente, se encuentran seriamente dañadas, sino, también, a toda la sociedad.

 Sí, la Fiesta de Nuestra Señora de La Almudena, en este año tan abundante y copioso de gracia −de la gracia de su Hijo, nuestro Hermano, nuestro Amigo, nuestro Señor ¡el Salvador del mundo!−, es día ciertamente de correspondencia por nuestra parte −de acción de gracias−, pero, no menos, un día para una ferviente oración de súplica a Dios por los frutos de la JMJ-Madrid 2011: por sus frutos espirituales y temporales en bien de la Iglesia y de la sociedad, para las personas y las familias que las vertebran. Súplica confiada y encomendada a su amor maternal. La Palabra de Dios, que hemos proclamado, nos indica la buena dirección, si queremos que nuestra plegaria se llene de contenido y sentido, profundo y concreto a la vez, y pueda ser introducida creíblemente en la Gran Plegaria Eucarística que culmina nuestra celebración.

En la Profecía de Zacarías se habla de la alegría y del gozo al que es invitada la “hija de Sión”: “Alégrate y goza, hija de Sión que yo vengo a habitar dentro de ti” −dice el Señor−. Ese es el anuncio del Profeta, que añadirá: “el Señor tomará posesión de Judá sobre la tierra santa y elegirá de nuevo a Jerusalén”. Se terminará el destierro y se consumará la liberación, cuando Dios vuelva a habitar en medio de su pueblo: en la ciudad santa. Ni entonces era posible edificar la vida −la vida de las personas y la vida de la sociedad− con futuro, un futuro de eternidad, contra Dios y al margen de Dios; ni tampoco lo es ahora. Israel lo pudo comprobar en propia carne, en medio de la terrible desgracia y del dolor de su destrucción y del destierro de sus habitantes. ¿Se diferencia mucho esta experiencia del pueblo elegido de la que hemos vivido en nuestra historia contemporánea? ¿De lo que sucedió, y sucede hoy, en España, en Europa y en el mundo? En el seno de María, la Virgen pura y doncella humilde de Israel, Dios escogió el modo, sitio y momento histórico para realizar definitivamente su designio de habitar para siempre entre los hijos de los hombres: ¡en el corazón de la humanidad! Es preciso acudir a Ella, Madre de misericordia, para que nos ayude a abrir las puertas del alma a Dios, a quien el mundo necesita de nuevo con una urgencia no menor que en cualquier otra época de la historia pasada y reciente. “La decadencia del hombre”, de la que ha hablado el Santo Padre −como siempre, luminosamente− el 27 de octubre en el encuentro mundial de los representantes de las religiones, que tuvo lugar en Asís, es consecuencia de “la ausencia de Dios”. Ausencia en el pensamiento, olvido de Él en la formulación y fundamentación de las normas morales y en la concepción y proyección del bien personal y del bien común. ¿Qué se puede esperar de un futuro en el que sólo cuenten el tener y el poder, el placer y el beneficio personal? ¡Nada bueno!

Los jóvenes de la JMJ- 2011 nos han dejado una lección inolvidable de cómo vivir y de cómo afrontar positivamente el futuro. Afirmando la presencia de Dios en la propia intimidad y en los ámbitos de la cultura y de la sociedad. Proponiendo, dialogando e intercambiando experiencias de verdadera humanidad, sin imposiciones verbales y menos violentas, antes al contrario, con la amable sonrisa de la caridad fraterna. El que ese testimonio arraigue y de frutos duraderos en la comunidad eclesial y en la comunidad civil de Madrid y de toda España, depende del Sí firme y valiente de la fe, puesto que solo por la fe se abre la puerta de nuestro corazón al paso y a la estancia de Dios en nosotros.

La antigua profecía de Zacarías se cumplió inicialmente en María, siendo el punto de partida histórico-salvífico, elegido por Dios Padre en el Espíritu Santo para su posterior y plena realización en el futuro de la humanidad por medio del Hijo, hijo también de María, de Jesucristo, a través del Misterio de su encarnación, vida, muerte y resurrección. Pues, como enseña el Concilio Vaticano II, “el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GSp 22), y viviendo, muriendo y resucitando por su salvación, le acompaña y asiste en el camino de la historia con los dones de su gracia y del Espíritu Santo para que pueda alcanzar definitivamente la “morada de Dios con los hombres” y habitar en ella, como el libro del Apocalipsis predice para los que le han sido fieles en la tierra: Dios “acampará entre ellos. …Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado”. Hay ya espacio y tiempo firme e indestructible para la esperanza: el espacio y el tiempo que Dios nos ha revelado y donado en Jesucristo, el hijo de María la Virgen, hasta límites que sobrepasan toda capacidad humana. La victoria sobre el mal moral y físico se ha iniciado irreversiblemente con su gracia. Nos la ofrece en su Iglesia. Es posible y verdaderamente accesible para nosotros. ¡Para esa victoria hemos sido llamados! Los jóvenes de la JMJ-2011 han probado y demostrado con su conducta evangélica de vencer el mal con la fuerza del bien, que esa victoria es ya realidad alcanzable y verificable en la tensa coyuntura de la hora actual. A ellos se les puede aplicar con toda justicia lo que el Señor decía en el Sermón del Monte: “¡Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra!” (Mt 5,4).

La mejor esperanza, la esperanza de verdad, ha vuelto a alumbrar sobre Madrid: la vida de la Iglesia diocesana y de la sociedad madrileña. Si oramos a la Virgen, la Madre de Jesucristo y de la Iglesia, insistentemente, por los frutos de la JMJ-2011, podremos mantener viva la esperanza, y acrecentarla.

6. La esperanza se vive y se afianza al pie de la Cruz, junto a María, la Madre de Jesús. Ese es el espacio y el tiempo propio de la esperanza, dispuesto y habilitado por el amor misericordioso de Dios para alcanzar el corazón del hombre. Allí, al pie de la Cruz, con María, debemos estar nosotros siempre; y, hoy, en este día de la Fiesta de la Patrona de Madrid del año 2011, muy especialmente. Jesús nos da a su Madre −“Mujer ahí tienes a tu hijo”− como nuestra, para que la recibamos con Juan en “nuestra casa”; de modo que la acojamos como madre suya para que sea madre nuestra: “Ahí tienes a tu Madre”, le dijo al discípulo amado. Si la dejamos entrar a Ella en lo más íntimo y hondo de nuestro ser −de lo que somos y vivimos−, entrará infaliblemente Él. Tendremos a Dios en nuestro corazón. Dios habitará verdaderamente en nosotros: ¡Dios que es el Amor! El tiempo del amor pleno y verdadero ha llegado. Ese amor es la razón, la fuerza, la norma y el don supremo que dan sentido y futuro a la vida. Comprender y vivir el amor del Corazón de Cristo se hace fácil y viable a través del Corazón Inmaculado de su Madre. Los jóvenes de la JMJ-2011 han sabido practicarlo y difundirlo como un buen y suave “aroma” y “sabor” de Cristo, que impregnó el ambiente y la vida de todos los madrileños en aquellos días memorables. Vivir en la gracia −amor de Jesucristo debe ser nuestra respuesta a fin de que se cumpla y logre lo que esperamos: la victoria sobre el pecado y el triunfo de la nueva vida. Significa apostar certeramente por el instrumento decisivo −en el fondo el único eficaz− que nos hace capaces de avanzar por la senda de la nueva evangelización, venciendo las crisis de esta hora tan difícil y dolorosa de la humanidad.

A María Santísima, Virgen de La Almudena, Patrona de Madrid, “Madre de Gracia y de Misericordia, Reina del Cielo”, confiamos hoy con renovado amor y veneración filial nuestras plegarias por todos sus hijos e hijas de Madrid: los sanos y los enfermos, los que sufren por cualquier causa y los que saben y quieren curar y consolar. ¡Que permanezcan firmes en la fe, pacientes y alegres en la esperanza, bien despiertos y generosos en la caridad! En la fe, en la esperanza y en el amor de Cristo. ¡La más preciosa herencia de sus mayores!

Amén