Con motivo del Día del Enfermo 1998
La historia de la asistencia a los enfermos en Occidente presenta numerosos ejemplos de personas, grupos e instituciones que, surgiendo de la vitalidad cristiana de la Iglesia, han practicado dicha asistencia no por afán de lucro o de perfección técnica, sino por amor gratuito a todos aquellos a los que identificaban con Jesucristo paciente, viendo en tal identificación el modo más claro y fiel de seguir las indicaciones expresas del Señor Jesús: Estuve enfermo, y me visitasteis. Cada vez que lo hicisteis con mis hermanos más pequeños…
Las actividades asistenciales de la Iglesia han surgido como frutos espléndidos del seguimiento de Cristo, que da su vida voluntariamente por todos los hombres. Así ha florecido a lo largo de los siglos el voluntariado cristiano, desde el diaconado primitivo hasta las iniciativas promovidas en favor de los enfermos por Francisco de Asís, Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paúl, Joaquina de Vedruna, Soledad Torres Acosta, Ángela de la Cruz o Teresa de Calcula, por mencionar sólo algunas de las numerosas figuras señeras que el cristianismo ha suscitado en favor de los enfermos más necesitados.
En nuestro tiempo asistimos a una honda evolución del voluntariado. Tras un largo período en que el mundo y la cultura secular miraron con indiferencia, y hasta con menosprecio, la labor caritativa de la Iglesia, hoy el voluntariado aparece como un valor cada vez más reconocido más allá de las fronteras de la Iglesia, y pone de manifiesto que el amar gratuitamente, propio de la experiencia cristiana, corresponde en realidad a la verdad más auténtica de todo hombre. Ante las graves necesidades sanitarias y sociosanitarias que sufren numerosos seres humanos, organizaciones de todo tipo -gubernamentales y no gubernamentales- reclaman voluntarios para hacerlas frente.
Esta evolución del voluntariado no empequeñece, ni cuantitativa ni cualitativamente, la función asistencial de la Iglesia, ni su misión redentora en nombre de Cristo. Más bien es la Iglesia, reconociendo en todo ser humano la imagen misma de Dios, la que ofrece al mundo la auténtica razón de ser de todo voluntariado. En su seno no deja de albergar y de promover cantidad de programas de corte sanitario y sociosanitario, en los que el amor -que se da gratis porque gratis se ha recibido- es el elemento clave e insustituible. Al mismo tiempo, la Iglesia nutre con fieles suyos muchos de los programas asistenciales vinculados a la Administración pública y a numerosas organizaciones no gubernamentales, dentro y fuera de España, lo cual es ocasión privilegiada para mostrar el verdadero rostro del voluntariado que nace de la fe cristiana.
En nuestra archidiócesis de Madrid, el voluntariado ha cobrado tal envergadura que ha sido incluido en el Plan Diocesano de Pastoral 1996-99, donde se pide explícitamente cuidar la idoneidad y formación de los voluntarios, de manera que su servicio contribuya no sólo a paliar una necesidad ocasional, sino a un cambio en las estructuras personales y sociales, y les ayude a configurar toda su vida en el seguimiento de Jesucristo como auténticos servidores. En esta Campaña del Día del Enfermo 1998, quiero complementar esta recomendación del Plan Pastoral con el primero de los objetivos de dicha Campaña: Profundizar en la inspiración evangélica y en la misión eclesial del voluntariado cristiano.
El voluntariado que surge y se desarrolla a partir de nuestras instituciones diocesanas, debe estar dotado de una clara conciencia que ilumine los motivos más hondos de su vocación de servicio al prójimo enfermo y necesitado, desde la perspectiva del fiel seguimiento de Cristo, que le lleve a dar razón de la fe y la esperanza cristianas en la realización de los cometidos que se le encomienden, evitando, sin embargo, todo proselitismo o coacción, opuestos a la dignidad de la persona humana y de la libertad religiosa.
Debemos avanzar también en la aplicación del imperativo de la comunión eclesial a la promoción del voluntariado, y a la organización de sus tareas, sobre todo en este campo de la asistencia a los enfermos más necesitados y desasistidos. Esta comunión nos llevará a atender a los enfermos no separando la atención corporal y la espiritual, ni dejando de lado una u otra, sino integrándolas en la unidad profunda que es el ser humano. Y esta perspectiva ha de llevar también a una mayor sintonía y cooperación entre las instituciones pastorales diocesanas dedicadas a la atención de las diversas necesidades que sufren los enfermos.
Voluntariado y Pastoral Sanitaria son dos realidades clave en el desempeño actual de una misión que ha sido siempre esencial para la Iglesia, la cual sigue hoy inclinándose ante la humanidad dolorida para, en nombre de Jesús Nazareno, levantarla y hacerla caminar.