Abriendo caminos a la gracia de la conversión
Mis queridos hermanos y amigos:
La cercanía de la Navidad parece impregnar el ambiente eclesial y civil que se respira ya en Madrid cuando todavía nos encontramos en pleno tiempo litúrgico de Adviento. Los motivos navideños configuran la estampa ciudadana de estos días y llenan las calles, la publicidad, el adorno de edificios y establecimientos comerciales. La misma vida social y familiar comienza a latir al ritmo de las Fiestas que se avecinan. «Los Belenes» han hecho aparición en los más variados y entrañables lugares de este Madrid ya invernal de 1998 que espera la Navidad en muchos casos como «fiesta de gozo y de salvación» de acuerdo con la oración de la Liturgia de este tercer Domingo de Adviento y en sintonía con el espíritu de la Iglesia; en otros lo hace con la preocupación de problemas, carencias y angustias no resueltas; y, probablemente, en todos, con esperanza, la que se busca y apoya en Dios.
Los sentimientos se entremezclan y la impresión de que todo Madrid se está preparando para la celebración de esa gran Fiesta cristiana que es la Navidad se relativiza y amortigua ante la ambigüedad moral y espiritual de muchos de los modos e imágenes con los que se trata de presentarla y de comprenderla. La pregunta por la que hay que juzgar y con la que hay que valorar la autenticidad cristiana y humana de nuestros preparativos para una provechosa vivencia de la Navidad, no es otra que la de si esperamos de verdad el Nacimiento en la carne del Hijo de Dios o más bien si tomamos el acontecimiento como un pretexto sentimental a primera vista noble y honorable, pero en el fondo egoísta y superficial, con el que se disimula un desahogo más de nuestros deseos de consumo sin medida y de placer.
Un hecho trágico, ocurrido el martes pasado en las proximidades de un madrileñísimo Estadio de fútbol, el asesinato de un joven aficionado que acompañaba a su equipo, nos interroga en ese ámbito inesquivable de la conciencia donde resuena la voz de Dios por nuestra forma de vivir la Navidad. No quisiéramos creer que fuese posible que jóvenes madrileños, algunos de nuestros jóvenes, fuesen capaces de agredir hasta la muerte a otro joven, que viene de una ciudad española hermana, en visita a Madrid; Aitor Zabaleta, el joven donostiarra asesinado era también nuestro. En realidad para un cristiano no sirve la dialéctica de los nuestros y los vuestros: no hay nuestros ni vuestros, todos son nuestros o queremos que lo sean por el amor de Cristo. El dolor hondo que esa muerte nos ha causado, mucho mayor que la indignación del primer momento, nos descubre la fuerza que el pecado posee en nuestra sociedad y en nuestro propio corazón. El odio, la violencia, el desprecio al otro, su explotación económica y social, la dureza del alma ante las necesidades de los más débiles, las rupturas y el abandono de la familia… operan entre nosotros con enorme poder como otras tantas formas de expresión estructural y personal de la ruptura con Dios.
La verdad de la Navidad y de su preparación sólo se alcanza por el camino de la conversión al Dios que nace en medio del mundo y de la historia humana en búsqueda de cada hombre y de su destino: de ti y de mi. Sólo El puede sanarnos, reconciliarnos, insertarnos en una corriente de vida nueva, la del Espíritu, la que predecían y anunciaban los antiguos profetas de Israel. El Nacimiento de Jesús en Belén del seno de la Virgen María se actualiza siempre en la Iglesia como una renovada oportunidad de gracia para ser experimentado como un nacimiento espiritual en cada uno de los fieles y como un ofrecimiento de salvación a todos los hombres.
La Iglesia en Madrid quiere prepararse a la celebración de la Navidad con verdad, es decir, con espíritu de penitencia, en comunión con toda la Iglesia, que ha sido convocada por su Pastor supremo, Juan Pablo II, a disponerse con todas sus fuerzas espirituales y pastorales a reemprender el camino de la Casa del Padre, mostrando a todos los hombres que es el Padre de todos, que es Padre nuestro. Cuando Jesús vaya a nacer, se verá la Gloria de Dios Padre y se iniciará el tiempo irreversible de la paz entre los hombres.
Busquemos esa Gloria y esa Paz que viene por la Navidad a través de la senda del Sacramento de la Penitencia y de sus frutos de cambio de vida, cuyo inequívoco y más veraz testimonio es el de las obras del amor para con nuestro prójimo.
Con mi afecto y bendición,