Mis queridos hermanos y amigos:
¡Felices Pascuas!
Para todo el que ha seguido y vivido como propia la Semana de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo -Semana Santa por excelencia- y vuelve a ser testigo de su Resurrección de entre los muertos, no le puede salir del alma otra exclamación, ofrecida y proclamada al mundo, que ¡FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN! sea cual sea la situación personal en la que se encuentre, el momento histórico por el que atraviesa la humanidad, la hora de la Iglesia, marcada este año de 1999 por la preparación inmediata del Jubileo del Año 2000 del Nacimiento de Cristo. Porque de nuevo se ha hecho actualidad salvadora «el Paso» definitivo y triunfante de Jesús de la muerte a la Vida como el Primero y Primogénito entre muchos hermanos; por tanto, como «nuestro paso». Su PASCUA sacerdotal, gloriosa, eterna, es también nuestra Pascua: ha sucedido por nosotros y por nuestra salvación.
Ya podemos salir del abismo tenebroso y angustioso de la muerte, ya podemos liberarnos de la esclavitud asfixiante del pecado, ya somos capaces de superara la debilidad e impotencia de nuestra mente y de nuestro corazón al enfrentarnos con el reto de la Verdad y con la apuesta por el Amor. La felicidad no es sólo palabra vacía e ilusión engañosa o, a lo más, una utopía irrealizable y situada fuera de todo proyecto histórico. Así lo han propuesto con insistencia y fascinación indudable algunas de las ideologías más exitosas de nuestro tiempo. Jesús Resucitado nos la ofrece ya desde ahora como la meta real de la existencia. Meta última, trascendente y divina, pero la propia del hombre, a la que todos estamos llamados. Meta próxima, a la que hay que aspirar día a día, todos los años de nuestra vida. Cuando Jesús, en el Sermón del Monte, predicaba las Bienaventuranzas, hablaba ya para este mundo y de una experiencia accesible a todos, siempre que se escoja «su camino», que se le siga, que se esté dispuesto a incorporarse a El -a su Cruz, a su Muerte y a su Resurrección- por el Bautismo. San Pablo lo ha expresado inimitablemente para todos los tiempos: «Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rom 6, 3-4). Sabemos pues cómo Le amó el Padre y cómo nos ama a nosotros.
En lo más íntimo de la historia de la humanidad y en lo más hondo de nuestra historia personal, llama y alienta irreversiblemente, por el ministerio de la Iglesia, la esperanza que no defrauda.
Por ello quisiera felicitar la Pascua de Resurrección de 1999 a todos los madrileños; de forma especialmente cercana:
* a los enfermos y ancianos; a veces solos, olvidados, evitados e incomprendidos. Con el Señor Resucitado, sus sufrimientos se convierten en simiente de amor gratuito, de oblación cristiana, de salud y de gloria.
* a todos los que sufren marginación, paro, explotación, cualquier clase de injusticias. Con el Señor Resucitado, se hace viable la conversión de las conciencias personales y de la conciencia colectiva, la que permite iniciar e impulsar el cambio de una conducta egoísta y avasalladora del hombre a un comportamiento inspirado en el respeto a la justicia y a la dignidad de toda persona humana, que se deje guiar por el doble Mandamiento del Amor.
* a los matrimonios, a las familias, a los niños y a los jóvenes, a los que influencias sociales y culturales de moda les ponen tan difícil la opción por el amor verdadero, fecundo, sembrador de vida, gozo y alegría; e, incluso, su simple comprensión, la de su meollo y esencia que no es otra que la mutua donación. Con Jesús Resucitado, el del Corazón traspasado por la lanza del soldado, el de las llagas y de la Cruz gloriosas, se ha derramado sobre nosotros y sobre el mundo el amor misericordioso, infinito, de Dios: el don del Espíritu Santo. El amor esponsal, el amor matrimonial, el amor familiar, el amor filial, el amor fraternal, el amor de amistad… son posibles, son las formas humanas más bellas para la realización del amor. Se abre la puerta para el amor consagrado.
A todos los que nos rodean, los cercanos y los lejanos, a las víctimas de la guerra de los Balcanes, hay que decirles y desearles en esta Pascua de 1999: ¡felices y santas Pascuas de Resurrección! Porque, a pesar de todo y de cualquier apariencia en contrario: ¡JESUCRISTO HA RESUCITADO! ¡EL PADRE NOS AMA!
Con mi afecto y bendición,