Mis queridos hermanos y amigos:
Hoy, Cuarto Domingo de Pascua, en el que la liturgia evoca al Señor Resucitado como Buen Pastor, el Santo Padre invita a toda la Iglesia a celebrarlo como una Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Desde el año 1964, en el que queda instaurada esta Jornada por iniciativa tomada por Pablo VI en el primer año de su Pontificado y en pleno período conciliar, toda la Comunidad Eclesial ha venido siendo convocada año tras año en este Domingo Pascual para pedir al Señor el don abundante de las vocaciones, que en España nos hemos acostumbrado a designar como vocaciones de «especial consagración». En otros países y lenguas europeas se las llama «vocaciones espirituales» -«geistliche Berufe»-. Una fórmula o definición que quizá nos pareciera teológicamente como no la más adecuada para expresar el contenido específico de la vocación para el sacerdocio ministerial y para la vida consagrada a Dios por los votos -o vínculos análogos- de pobreza, castidad y obediencia, puesto que toda vocación cristiana puede ser definida como la llamada a vivir en el Espíritu la nueva vida del Resucitado; es decir, es «espiritual». Y, sin embargo, se trata de una expresión que apunta a la médula misma de lo que significa y vale el don de la vida consagrada y del sacerdocio o ministerio apostólico para la Iglesia: para su ser y misión.
Los consagrados y las consagradas tratan de llevar a su máxima expresión «espiritual» la vida nueva recibida por todo cristiano el día del Sacramento del Bautismo, siguiendo radicalmente al Señor, pobre, virgen y obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz, como lo hicieron Pedro y los demás Apóstoles. No se puede olvidar que «el ser cristiano» -y ser cristiano- consiste en la participación en la vida de Jesucristo Resucitado que ya no es otra que la que goza en la Gloria Eterna del Padre que le ama en el Espíritu Santo. Vida, por lo tanto, en el Espíritu que el Señor como Cabeza del Cuerpo de la Iglesia derrama sobre todos los bautizados, sus miembros. Los consagrados y consagradas con su radical seguimiento e imitación de Jesús ayudan a toda la comunidad de los cristianos a comprender y a aceptar que la clave de la existencia humana estriba en saber responder a esa llamada del Padre que nos ama para la Vida Eterna, la Vida de su Hijo -Encarnado, Crucificado y Resucitado- abriendo el corazón al amor de Jesucristo y a su don por excelencia, que no es otro que la gracia del Espíritu Santo, es decir, viviendo «espiritualmente».
Y «los sacerdotes» -Obispos y Presbíteros- son los que representan visiblemente en la Iglesia a Jesucristo Resucitado como su Cabeza y Pastor, continuando la misión apostólica de anunciar la Palabra del Evangelio y de celebrar los Sacramentos de la Salvación, especialmente los de la Penitencia y de la Eucaristía, los que transmiten sin cesar el don del Espíritu, la Vida nueva de la Pascua Eterna. Ejercen, por ello, el ministerio «espiritual» por excelencia. De aquí que la Iglesia les pida con todo apremio y compromiso, que adopten un modo y estilo de existencia también específicamente «espiritual», el del celibato por el Reino de los Cielos.
No habría nada más equivocado, por otro lado, que confundir lo «espiritual», tipificador de la existencia cristiana, como descomprometido o alejado y ajeno a la historia y a la existencia en este mundo. Resulta significativamente sintomático a este respecto que en este 4º Domingo de Pascua la Archidiócesis de Madrid dedique también su atención y su generosidad a «los parados» y hable de una lucha de los cristianos «contra el paro». Desde hace muchos años lo recuerda y se lo recuerda a sí misma en el domingo anterior al 1º de Mayo. Sus frutos están a la vista. Son ya 26 los lugares -u oficinas-, distribuidos en las ocho Vicarías Territoriales de Madrid, donde funciona el Servicio de Orientación e Información al Empleo (SOIE) coordinados por la SOIE Central de Asesoramiento y Coordinación para toda la Archidiócesis. Han colocado hasta el momento 1.371 personas y han atendido a 5.588. Unas cifras, humildes desde el punto de vista cuantitativo pero elocuentes desde el aspecto cualitativo, porque los SOIES han mostrado con su forma de abordar el problema del paro y en la acogida y acompañamiento de los parados, que lo que está en juego es el hombre mismo, su dignidad, los momentos más decisivos de su existencia como persona, el bien integral propio y el de su familia. Que es necesario abordar esta problemática de la sociedad actual, aparentemente endémica, con el talante del amor que se entrega, de la donación gratuita del propio tiempo y de la propia vida; en una palabra, «espiritualmente».
A la Madre del Señor Resucitado, a «la Primera Consagrada», a la que, por ser pobre, virgen y obediente, eligió el Padre, para ser la Madre de su Hijo, encomendamos a toda la Iglesia Diocesana de Madrid que necesita muchas vocaciones de Especial consagración -muchos sacerdotes, muchas consagradas y consagrados- para saber responder con el testimonio de un Evangelio vivido día a día a los problemas más lacerantes de sus hijos, de forma muy especial hoy, a los del paro.
Con mi afecto y bendición,