Homilía en la Ofrenda de la archidiócesis de Madrid al Apóstol Santiago

Santiago de Compostela, 3 de Mayo de 1999, 12,00 h.

Apóstol Santiago, Patrono de España, a quien desde tiempos inmemorables sus Iglesias y Pueblos reconocen e invocan como a su primer Evangelizador, Padre de su fe y Señor Santiago.

Hasta tu Sepulcro y Basílica en la ciudad milenaria que lleva tu nombre acudimos en peregrinación la Archidiócesis de Madrid: su Obispo Diocesano, con sus Obispos Auxiliares, sus Vicarios y los más próximos colaboradores, junto con el Seminario Conciliar y el Seminario «Redemptoris Mater», y un nutrido grupo de fieles de distintas Parroquias e instituciones eclesiales. Son incontables ya las comunidades parroquiales y las representaciones de asociaciones y movimientos apostólicos de la Iglesia en Madrid que nos han precedido en el Camino hasta Santiago en este Año Santo, el último del Milenio. Y muchas son las que se disponen a seguir nuestros pasos de peregrinos jacobeos hasta el día de la clausura de la Puerta Santa. Los jóvenes cristianos madrileños se preparan, por su parte, para participar activamente en la peregrinación y encuentro europeo de los Jóvenes en el próximo agosto con el estilo que les es propio: el de la esperanza y entusiasmo espiritual.

La peregrinación de hoy, sin embargo, por su excepcional representatividad, quiere subrayar el propósito de la Iglesia Particular de Madrid de renovar su esencial condición de peregrina en medio de su pueblo y entre sus gentes, volviendo a las fuentes auténticas de la Fe, nacidas del testimonio apostólico primero, el de Santiago; en la actitud penitente, inspirada en la mejor y más limpia tradición jacobea: la de los Años Santos Compostelanos, los de «la gran Perdonanza». Peregrinar a Santiago en Año Santo significa siempre retomar de nuevo el Camino que es Jesucristo y que nos conduce a la Casa del Padre. Y, mucho más, en este Año Santo de 1999, coincidente con el último del triduo de preparación al Gran Jubileo del Año 2.000, que la Iglesia Universal vive, de acuerdo con la convocatoria y propuesta del Papa, meditando y contemplando el Misterio de Dios Padre, «Padre nuestro, Padre de todos».

Sí, recorriendo «espiritualmente» «el Camino de Santiago», con la oración ante la Tumba del Apóstol por las intenciones del Romano Pontífice, con la recepción de los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, con las obras de la misericordia fraterna, queremos y pedimos al Apóstol Santiago los frutos de la conversión: a una nueva frescura pascual de la Fe en Jesucristo Resucitado y a una vida de santidad y amor al Evangelio, decididos a ser sus testigos en cualquier circunstancia de tiempo y de lugar, hasta los confines de la tierra.

La Archidiócesis de Madrid es una Iglesia diocesana joven: por su orígen histórico -ha sido erigida hace poco más de un siglo-; por sus características humanas y sociológicas -es resultado, en gran medida, del desarrollo demográfico vertiginoso que tuvo lugar en la segunda mitad de este siglo, alimentado por la afluencia de miles y miles de ciudadanos y familias procedentes de todos los rincones de España-; y por la singular apertura de mente y de corazón que la hace especialmente acogedora, tanto para el hermano que llega, como para todas las grandes causas que se suscitan en la Iglesia y en la sociedad para el mejor servicio del Evangelio. Pero, a la vez, se sabe plenamente inmersa en esa historia común de la Fe y de la Iglesia en España, fecunda en frutos insignes de evangelización y de santidad en su propio pueblo –pocos pueblos se han identificado con la Fe Católica como los pueblos de España– y de misión evangelizadora en todos los pueblos de la tierra, especialmente en los de la hermana América. Historia cuyas raíces se hunden y se encuentran especialmente, aquí, junto a tu Sepulcro y Altar, Señor Santiago. Raíces Jacobeas, extraordinariamente vivas y vigorosas, y que nos comprometen ante el reto del nuevo milenio, el segundo de la Fe y de la Iglesia de Cristo: de su Gracia salvadora para toda la humanidad. Raíces, que intensa y hondamente se funden en Madrid, además, con las de la Iglesia visigótica, tan arraigadas en la que fue su Iglesia-Madre: la Archidiócesis de Toledo.

Se trata de un más decidido y consecuente compromiso con el testimonio misionero del Evangelio de Jesucristo Resucitado, el Salvador del hombre; con su Iglesia, y con la fidelidad activa a lo que ella es como misterio de Comunión Católica y Apostólica, presidida por el Sucesor de Pedro, el Papa Juan Pablo II; con la vivencia de las exigencias que se derivan de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales y respecto a la presencia en el mundo de la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio. Un compromiso al que decimos sí con la sencilla y confiada esperanza del corazón arrepentido, propia del peregrino jacobeo; pero también con la fortaleza valiente que nos enseña e inspira el que fue el primero entre los Apóstoles en derramar su sangre por el Señor. Un sí que queremos presentar como nuestra ofrenda en esta Celebración de la Eucaristía que preside nuestro hermano, el Sr. Arzobispo de Santiago, y en la que sentimos la cálida y fraterna cercanía de su Iglesia Diocesana, la muy querida Archidiócesis compostelana, la fiel depositaria y guardiana del Sepulcro, del Culto, y del Camino de Santiago Apóstol, el Mayor, nuestro Patrono: Patrono de España y Abogado de los pueblos de Galicia.

Lo presentamos, dando Gracias al Señor Resucitado por el don milenario de la fe y de la vida cristiana, que se nos ha concedido gratuita y inmerecidamente a los españoles; con la alabanza jubilosa en los labios, porque Jesucristo, Nuestra Pascua, nos ha hecho de nuevo «arder el corazón» en «el paso» y «camino» del pecado y de la muerte a la vida inmarcesible y a la promesa cierta de la gloria que no acaba; y con la súplica humilde y fervorosa por todos los sacerdotes, consagradas y consagrados y por todos los fieles laicos que forman nuestra comunidad diocesana. Ponemos nuestra oración en el regazo de la Virgen de La Almudena. Se la confiamos a su amor indefectible de la Madre, que se encuentra siempre al lado de sus hijos de Madrid. Contamos con la intercesión poderosa del Señor Santiago.

Una oración que mira con predilección a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos, a todos los necesitados y marginados, a las familias madrileñas. Una oración que se hace especialmente ferviente por los seminaristas y por las vocaciones para la vida consagrada. Una oración en la que incluímos también las intenciones del Obispo pastor de esta Iglesia de Santiago, de su recién nombrado Obispo Auxiliar, de sus sacerdotes y seminaristas, religiosas y religiosos, en la que pedimos por el bien material e espiritual de todo su pueblo. Oración que queremos concluir con una plegaria sentida e insistente por la Paz en los territorios de la antigua Yugoslavia y en todo el mundo.

AMEN.

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