Avivar las raíces cristianas de España
Mis queridos hermanos y amigos:
La Solemnidad de Santiago Apóstol, que celebramos el día 25 de julio, significa una fecha clave en el calendario litúrgico anual de la Iglesia en España. Y, mucho más, cuando el día propio de la Fiesta -el 25 de julio- coincide con Domingo, como ocurre en el presente año de 1999. Desde tiempo inmemorial y por concesiones multiseculares de los Romanos Pontífices renovadas incesantemente, cuando así sucede es -y se convoca- AÑO SANTO en Santiago de Compostela. Año para vivir una nueva oferta de perdón y de gracia que la Iglesia prepara de forma extraordinaria para todos sus hijos, invitando a renovar la memoria del primer anuncio apostólico del Evangelio de la Salvación que nos viene por Jesucristo con la peregrinación y visita al lugar donde ella la conserva de un modo más cercano y más entrañado en nuestra historia: el Sepulcro del Apóstol Santiago en la Catedral y Ciudad que lleva su nombre. El Apóstol que España venera como Patrono desde los primeros momentos de la Reconquista. Un bien conocido himno litúrgico del s. VIII, conservado con primor en la liturgia propia de la Catedral Compostelana, canta ya a Santiago como «Cabeza refulgente y dorada de España -tutor y Patrono nuestro-«. Como viene siendo habitual en los últimos Años Santos será S.M. el Rey en persona quien presente la Ofrenda nacional al Apóstol Santiago en la solemnísima Eucaristía de su Fiesta en su Catedral-Basílica de Santiago de Compostela.
El Año Santo Compostelano implica siempre para las Iglesias Particulares de España un doble reto: el de no desperdiciar la gracia de una nueva renovación interior volviendo a sus fuentes más auténticas y el de actualizar su contribución a la renovación espiritual y ética de España. O lo que se podía expresar en una fórmula de síntesis: como el reto de avivar las raíces cristianas de España.
Juan Pablo II invitaba a Europa en su famoso discurso del acto Europeísta de la Catedral de Santiago, el 9 de noviembre de 1982, a encontrarse a sí misma, renovando sus raíces, las que le habían permitido a lo largo de su historia ejercer lo mejor y lo más benéfico de su influencia sobre el mundo, a saber: sus raíces cristianas. Los ecos de aquellas palabras del Papa, en vísperas de un nuevo Sínodo Especial para Europa, no se han apagado, ni mucho menos. Incluso habría que decir que nos atañen a nosotros en España y con respecto a nuestro propio presente y futuro con una especial actualidad. Así lo indican «los signos» más «del día a día» de este Año Santo Compostelano, revestido por segunda vez con la nomenclatura y el ropaje laico del «Xacobeo». De un Año Santo que convoca de mil modos y a través de los cauces y reclamos más variopintos y contradictorios a millones de peregrinos y visitantes que quieren dar el tradicional abrazo «al Apóstol»; pero que además en su inmensa mayoría desean ganar las gracias del Jubileo, confesando y participando en «la Misa del Peregrino». De un Año Santo que ve poblado como nunca «el Camino de Santiago» por las gentes más variadas, con intereses y curiosidades muy diversos, recomendado por las grandes agencias de turismo; pero que será recorrido, por ejemplo, con el mejor espíritu de penitencia y de conversión cristiana por millares y millares de jóvenes a la búsqueda de un más hondo encuentro con Jesucristo y dispuestos al compromiso apostólico con sus hermanos y con la hora presente de sus pueblos y patrias, en España y en Europa.
El Año Santo de 1999, en su momento culminante de la Fiesta del Apóstol, nos reclama voluntad y corazón clarividentes, humildes y sencillos, para responder prontamente, sin tiempo que perder, a la necesidad de purificación y profundización espiritual -en el sentido más teológico-trinitario de la expresión- del grande y generoso empeño de renovación pastoral del Postconcilio. Sí, habría que invitar, con el Sínodo Extraordinario de 1985 y con la exhortación cálida de Juan Pablo II en la «Tertio Millennio Adveniente», a re-leer en toda su verdad, espiritualmente, en el Espíritu, el Concilio Vaticano II. Y, consecuentemente, a re-leerlo en la comunión, ni recortada ni cicatera, con la Iglesia, con su Magisterio. ¡Qué maravilloso tema para la ofrenda y la plegaria al primer Evangelizador de España, el primero de entre los Apóstoles que bebió el cáliz del Señor, en la Fiesta de Santiago de 1999!
El Año Santo de 1999, en el día en el que se renueva con solemnidad singular el rito tradicional de la Ofrenda de los Reinos de España, evocadora de las vicisitudes interiores y exteriores más decisivas de nuestra historia común, nos impulsa igualmente a un más sincero reconocimiento en el fondo y en la forma de la necesidad de hacer presente en la vida de la sociedad española la fuerza y la verdad transformadora del Evangelio. La responsabilidad de toda la comunidad eclesial, sobre todo de los seglares, en esta tarea es cada vez más grave. Asumirla con valentía y con perseverancia cristianas no admite tampoco demora si se quiere salvar un mínimum de salud moral y humana en la sociedad española. No, no hay otro camino que el de reavivar en el alma del pueblo la Fe en Dios, si se quiere avanzar en la línea de la solidaridad activa con las necesidades de la familia, con los derechos de los no nacidos, de los ancianos y de los enfermos terminales o si hemos de superar las nuevas formas de pobreza y marginación; la que hemos profesado desde los orígenes de nuestra historia: la fe en Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha enviado el Espíritu Santo y nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. ¡La oración del Año Santo de 1999 por España no puede por menos que sustentarse sobre la esperanza y el propósito de que los católicos adquieran un nuevo vigor espiritual, apostólicamente sentido y expresado, siempre dispuesto a dar testimonio de Jesucristo en todas las circunstancias de la vida con palabras y obras!
No nos dejemos engañar por ninguna fácil propaganda. Vivamos el Año Jacobeo 1999 como santo, santamente, como lo que es: el Año de «la gran Perdonanza». Busquemos las gracias del Jubileo en la visita al Santuario del Patrón de España en Santiago de Compostela por la vía de la verdadera devoción, del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía. Sólo así abriremos para nuestras vidas y para España las puertas verdaderas del futuro, de un progreso digno de tal nombre, en el umbral del segundo Milenio. Demos pues un nuevo y decisivo paso en el encuentro con Jesucristo, al estilo de Santiago, confiando como él en el consuelo maternal de la Virgen, Ntra. Sra. del Pilar.
Con mi afecto y bendición,