El Evangelio, La Buena Noticia de la Salud
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
1. En todos mis encuentros pastorales con vosotros, en cualquier ambiente o circunstancia, siempre he sido testigo, de un modo u otro, de las realidades humanas de la salud y de la enfermedad, del sufrimiento y la curación, del deterioro y de la muerte, así como de las múltiples formas que adopta la presencia del hombre hermano en estas situaciones que todos vivimos y, por ello, disfrutamos o padecemos. He sentido el contagio gozoso de la salud en mis encuentros con niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos rebosantes de vida y de ganas de vivir, o que vuelven a disfrutar de la salud recuperada tras sufrir algún tipo de enfermedad o accidente. Pero he sentido también, en muchas ocasiones, el impacto del dolor y el sufrimiento humanos al contacto con personas enfermas, o con quienes han sufrido la pérdida de un ser querido. Mi experiencia pastoral, igual que vuestra andadura cotidiana, está entretejida de encuentros con los momentos y realidades de lo que hoy llamamos el mundo sanitario.
Sobre ese mundo, operante hoy en todos los planos de nuestra vida individual y social, dentro del cual las personas experimentamos las vivencias más radicales de nuestra existencia, quiero tratar en esta carta pastoral y haceros partícipes con ella de mi experiencia y sentimientos, pero, sobre todo, de la fe y la esperanza cristianas que, como Obispo y Pastor de toda la comunidad diocesana, debo anunciar, promover y compartir con vosotros en el seno de nuestra Iglesia de Madrid.
Bien sabéis que es señal de los discípulos de Cristo hacer suyos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren. Pues bien, esta máxima del amor cristiano tiene en el mundo sanitario un campo de aplicación incomparable. Prueba de ello es que el Santo Padre ha manifestado recientemente que ninguna pregunta se eleva con mayor intensidad desde los corazones humanos que la de la sanidad y la salud. Así pues -continúa diciendo el Papa- no ha de sorprendemos que la solidaridad humana, en todos los niveles, pueda y deba desarrollarse con urgencia prioritaria en el ámbito de la sanidad .
No es de extrañar, por tanto, que nos hayamos propuesto después de las consultas y los estudios oportunos preparar y llevar a cabo por medio de nuestra Delegación de Pastoral Sanitaria una misión evangelizadora, dirigida al mundo sanitario integrando en lo posible a toda la comunidad diocesana, para proclamar que el Evangelio es la Buena Noticia de la Salud.
2. Es bueno recordar previamente algunas características del mundo sanitario actual, que resultan relevantes de un modo especial por su interés humano, eclesial y pastoral. En nuestra época el mundo sanitario ha adquirido tal envergadura y dimensiones que abarca por su extensión todo lo que humanamente es «el mundo» en el que se desenvuelve la vida de las personas. La sanidad, en su significado más amplio y asentado, no es hoy sólo el conjunto de estructuras públicas y privadas que tienen por finalidad promover la salud y prevenir, curar o paliar enfermedades sino, antes que eso, una forma de entender la vida y de juzgar cuáles son sus condiciones de posibilidad más idóneas o menos nocivas para el adecuado desarrollo de la existencia humana en la tierra. Hoy no existe realidad alguna perteneciente a nuestro mundo que pueda ser juzgada al margen de la sanidad. De cualquier persona, acontecimiento o cosa podemos decir, y decimos, que es sana o insana, saludable o insalubre.
La sanidad, como forma de entender hoy la vida, expresa una primacía del ansia de salud como un objetivo central, a veces absoluto, en los proyectos y deseos individuales y sociales. En apariencia esto no diferencia a nuestro tiempo de las épocas que nos han precedido, pero tal apariencia es engañosa. Nuestros mayores ansiaban también la salud y la apreciaban como un sumo bien, pero la concebían sobre todo como ausencia de danos corporales o psíquicos. A diferencia de ellos, hoy somos invitados a ver en la salud no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades, sino un estado de perfecto bienestar físico, mental y social .
Nunca se habla llegado a concebir así la salud, o al menos de expresar con esta fórmula tan rotunda lo que debe significar para la existencia humana, ni hubo oportunidad de poner tantos y tan variados medios al servicio del ideal descrito por esa definición. Sólo desde hace medio siglo cuenta la humanidad con una Organización Mundial, cuyo cometido específico sea velar por la mejora de las condiciones sanitarias de la población entera de nuestro planeta y proponga, para ello, un programa tan ambicioso como el de Salud para todos en el año 2000. Los gobiernos de todos los países nunca dedicaron tanta atención y esfuerzos para dotar a los ciudadanos de estructuras sanitarias cada vez más complejas y eficaces, teniendo en cuenta la capacidad de sus recursos económicos respectivos. En el pasado el ciudadano de a pie no pudo contar con unas prestaciones sanitarias tan universales, abundantes y diversificadas como las que hoy le ofrecen, al menos en los países más desarrollados, los servicios públicos de salud o, en el caso de muchos ciudadanos, la sanidad privada.
Pensad, sin ir más lejos, en el número de farmacias, centros de salud, ambulatorios, hospitales y otros tipos de establecimientos sanitarios que hay en el territorio de nuestra archidiócesis de Madrid; en la cuantiosa dotación de medios materiales y de personal cualificado que poseen todos esos centros para ofrecernos la gran cantidad de prestaciones asistenciales a las que tenemos acceso en uso de nuestro derecho a la protección o rehabilitación de la salud: en la magnitud de las cifras económicas que destinamos a sufragar todos esos gastos, de cuya absoluta mayoría somos no sólo beneficiarios sino también contribuyentes. Qué duda cabe que, con todos los defectos que sin duda pueden achacarse a nuestro sistema sanitario, el ansia de salud ha cristalizado en un vasto complejo de medios y personas que intervienen constantemente en la vida de todos nosotros, desde la concepción hasta la muerte, ofreciéndonos promoción de salud, prevención frente a enfermedades, posibilidades de sanación, alivio de dolencias, atenuamiento del deterioro corporal y ayuda al morir.
Pero todos vamos aprendiendo a lo largo de la vida por experiencia propia que, aun contando con ese magnífico conjunto de medios y estrategias sanitarias, nunca llegaremos a colmar en este mundo el ansia de salud que sentimos como una exigencia que surge espontánea y radical desde el fondo mismo de nuestro ser. Todos nos acabamos percatando, antes o después, de que ese pretendido estado de perfecto bienestar es inalcanzable en la tierra, y de que la salud humana no puede consistir sólo en el mero disfrute de bienestar, por muy alto que éste llegue a ser en algunas -siempre pocas y breves ocasiones. A1 contrario, a medida que maduramos vamos cayendo en la cuenta de que una visión sana y saludable de la vida incluye necesariamente que sepamos convivir a diario con diversas formas de malestar; que adquiramos una conciencia clara y serena de que estamos expuestos al riesgo de enfermar o de sufrir un accidente en un momento u otro de nuestra existencia; que admitamos el sufrimiento como parte inherente, aunque no deseada, de nuestra condición humana y que aceptemos el hecho ineludible de que un día la muerte llamará a nuestra puerta y nos obligará a abandonar este mundo. Pretender dar la espalda a estas realidades y no aprender a contar sabiamente con ellas, lleva inevitablemente a desarrollar una salud «enferma» de verdad y de sentido, e insatisfactoria.
Esa es, por desgracia, una característica de nuestro tiempo y de las sociedades que llamamos avanzadas. En no pocos aspectos estamos, paradógicamente, enfermando de salud. Así ocurre cuando ponemos el ideal de nuestra perfección humana en el mero bienestar y reducimos el cultivo de nuestra salud al cuidado obsesivo del cuerpo, o a la búsqueda obsesiva del equilibrio psíquico; cuando no valoramos más derecho que el que ampara la protección de nuestra propia salud individual, o la del grupo humano, país o conjunto de países adonde pertenecemos, y olvidamos las penosas y hasta infrahumanas condiciones sanitarias en que viven tantos seres humanos, hermanos nuestros; cuando pasamos también por alto que nuestra salud personal y comunitaria tiene una dimensión moral y espiritual, incluso podríamos decir, «teológica», sin las cuales aquélla no puede llamarse verdaderamente salud humana. Es cada vez más patente que esa gran y formidable apuesta humana por «la salud» que pretende ser hoy el mundo sanitario sólo granará en frutos de verdadera humanidad y talante humanizador, si se logra superar toda reducción y distorsión materialista de sus planteamientos, métodos y objetivos últimos.
3. La Iglesia no es ajena al mundo sanitario. Desde su mismo origen hasta el día de hoy, ha venido haciendo suya el ansia de salud consustancial a todo ser humano que viene a este mundo. La historia de la asistencia sanitaria cobró un sesgo nuevo y original con la aparición del cristianismo y, a partir de entonces, esa historia ha recibido de la Iglesia y de los cristianos importantísimas aportaciones tanto en el modo de concebir las realidades humanas de la salud, la enfermedad, la curación, el sufrimiento y la muerte, como en las formas concretas de asistir a quienes se ven afectados por esas mismas realidades. Ahora mismo, cuando las estructuras sanitarias crecen sobre todo a impulsos de los poderes públicos y de las iniciativas privadas seculares, la contribución de la Iglesia al mundo sanitario mediante instituciones propias, y mediante la inserción en él de muchos de sus hijas e hijos, es indispensable e insustituible sobre todo en los campos que tienen que ver con los enfermos más necesitados y desasistidos; campos en los que ha sido y es pionera a través de multitud de iniciativas y experiencias audaces, y donde sigue siendo avanzadilla de los sistemas estatales de salud.
Mirando estos primeros dos mil anos de cristianismo, y fijando nuestra atención en el momento presente, bien puede decirse que entre la Iglesia y el mundo sanitario ha existido y existe como una alianza asistencial y terapéutica, basada en el mutuo imperativo de servir a la salud humana. Hace ya más de un cuarto de siglo el Episcopado Español declaraba que todo el inmenso esfuerzo de los hombres de todas las culturas por superar la enfermedad, el progreso de la medicina y los avances insospechados de la cirugía, son reconocidos por la Iglesia como el cumplimiento de un designio de salvación plena trazado por Dios, Ese mismo reconocimiento del mundo sanitario como lugar privilegiado para proclamar e impulsar hoy la salvación de Dios es el que en este año jubilar propongo a toda la Archidiócesis de Madrid, y singularmente a cuantos os sentís llamados por ella a ser evangelizadores en ese mundo, que es tan profundamente el nuestro: el de todos los miembros del «Cuerpo de Cristo», que es la Iglesia.
4. La misión evangelizadora a la que os convoco ha de tener como único objetivo mostrar al mundo sanitario que el Evangelio es la Buena Noticia de la Salud. Os invito a que anunciéis ante los enfermos y los sanos, ante los familiares de aquéllos y ante sus cuidadores profesionales y voluntarios, a Jesucristo, Dios encarnado, muerto en la Cruz y Resucitado por nuestra salvación, y, por ello, Salud de Dios para los hombres. Tal es la noticia que la Iglesia nos ha transmitido fielmente desde su origen a través de una singularísima tradición de la salud cristiana, y que os pido que propaguéis hoy, en el umbral del Tercer Milenio. Os hago esta petición desde el hondo convencimiento que nos da la fe -y que constatamos y verificamos una y otra vez en nuestra experiencia más íntima del dolor y de la enfermedad de que esa noticia es la medicina espiritual, el remedio saludable que requieren los elementos perturbadores de nuestra actual vivencia de la salud: lo pecaminoso que hay en ella.
Jesús es la Salud. Tal fue el lema de la Campana del Día del Enfermo 1991, promovida por la Conferencia Episcopal Española para destacar la relevancia de Jesucristo respecto de la salud humana. Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral invitaban a los cristianos a reflexionar sobre el sentido de la salud a la luz de la fe en Jesucristo, y a participar la misión evangelizadora de la Iglesia siendo portadores de salud y servidores de la vida.
En el pórtico del año 2000, y en los comienzos de este Año Jubilar. esta invitación mantiene toda su actualidad: en este tiempo de gracia urge reafirmar ante el mundo sanitario y ante nuestra comunidad diocesana la convicción de la Iglesia de que la salud es uno de los bienes fundamentales del ser humano y constituye una de sus aspiraciones permanentes y de que, por eso mismo, os sentís movidos a evangelizar esa búsqueda de la salud tan intensa y a la vez tan ambigua y enfermiza en ciertos aspectos.
5. Pero, ¿por qué la Noticia del Evangelio resulta tan relevante en el contexto de la salud y la sanidad de nuestro tiempo?, ¿por qué el Evangelio es la Buena Noticia de la Salud, y Jesucristo Salud de Dios para los hombres? Un único motivo; un motivo, sin embargo, absolutamente decisivo y concluyente. En mi carta pastoral titulada Jesucristo: la vida del mundo, en la Navidad de 199~3, os hablaba de Dios, fuente de la vida, y de la Encarnación de Dios en Jesucristo, el gran acontecimiento histórico gracias al cual el Verbo de la Vida paso su morada entre nosotros. Esa es precisamente nuestra buena noticia y nuestra aportación capital a la salud hoy: el anuncio de Dios como la fuente de la vida.
Bebiendo en el manantial de la Sagrada Escritura los cristianos aprendemos que la salud humana en este mundo no es otra cosa, en el fondo, que la expresión temprana e inacabada del ansia de vida plena y eterna, de felicidad sin limites, a la que nos sentimos llamados por Dios, el Viviente, de quien los hombres somos imágenes e hijos. Este ansia brota de lo más íntimo de nuestro ser y busca incesantemente manifestarse como salud en todos los planos de nuestra persona: en el cuerpo y en la interioridad, en el psiquismo y en nuestra relación con los otros seres humanos y con el Uníverso. Es un ansia de vida tan radical y totalizante que constituye nuestro verdadero ideal de perfección. Tal ansia de vida sólo se sacia en el contacto con Dios, en su componía y comunión. Así lo expresaban ya en el Antiguo Testamento los salmos: Oh Dios, … mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 62, 2s); como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te basca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal 42, 2s); sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación (Sal 61, 2). Estas y otras muchas expresiones contenidas en la Sagrada Escritura manifiestan la convicción de que la salud humana tiene su consistencia en la plenitud de vida que es Dios, plenitud de la que la salud es reflejo y tensión vivida, consciente o inconscientemente, que apunta siempre más allá de sus realizaciones progresivas pero incompletas en este mundo.
6. Por eso llamamos a Jesucristo Salud de Dios para los hombres, porque su persona es el lugar de encuentro entre Dios, la plenitud de la Vida, y la pertinaz búsqueda de esa plenitud que constituye el motor constante de la existencia y la aventura humana en este mundo. Llamamos a Jesucristo Salud de Dios para los hombres pues en su persona la Infinita calidad de vida que Dios posee y disfruta se ofrece a la humanidad, gracias a la Encarnación de su Hijo, y da así a la salud humana el valor de señal de aquella salvación definitiva y eterna que Jesús de Nazaret lleva en sí mismo. A partir de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, el cuidado y promoción de la salud ya no es una utopía quimérica, ni su búsqueda un viaje vano y absurdo a ninguna parte, sino una empresa irrenunciable para la humanidad, que va cobrando en la medicina y en la sanidad su forma más clara de progreso histórico. Precisamente para garantizar el acierto de ese progreso histórico y para presentarle su verdadera medida y dimensión, la Iglesia ofrece al mundo sanitario el Evangelio, como Buena Noticia de la Salud encarnada en la persona de Jesucristo, Salud de Dios para los hombres, que es el objetivo y el mensaje fundamental de esta misión evangelizadora.
7. Este Evangelio que hemos de proclamar oportuna e inoportunamente, va destinado, en primer término, a quienes sufren mayor deficiencia de salud, a los enfermos de cuerpo y de mente, a los que sufren desatención humana o flaqueza de espíritu. Ellos constituyen el centro mismo del mundo sanitario, y a ellos os pido que os dirijáis en primer término para anunciarles que el Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se convierte en salud anticipada y en promesa segura de Salud plena. Cumplid con ellos la consigna que nos dio el Señor Jesús: Estuve enfermo y me visitasteis cada vez que lo hicisteis con mis hermanos más humildes (cf. Mt 25, 36-40). Realizad la misión evangelizadora con los enfermos mediante el encuentro humano, sencillo, directo, personal que la visita hace posible.
Dejad en esta ocasión a un lado otras consideraciones u otras estrategias más complicadas o espectaculares, que no son apropiadas para esta misión. Considerad que la visita es su marco idóneo, porque con el encargo de la misión hay que ir más allá de la penuria física, psíquica o social de los enfermos. Esos cometidos los ejercéis diariamente, y lo seguiréis haciendo en el futuro. En esta ocasión debéis fijaros sobre todo en su espíritu quebrantado, en su corazón quebrantado y humillado (Sal 50, 19). Recordad la saludable advertencia de la sabiduría bíblica: El espíritu del hombre lo sostiene en su enfermedad; pero, perdido el espíritu, ¿quién lo levantará? (Prov 18,14). ¡Cuántas veces habéis percibido que ese espíritu, abrumado por la enfermedad, es como una caña cascada, como un pábilo vacilante, que hay que evitar que se quiebre o que se apague! (cf. Is 42,3).
Acercaos, pues, a los enfermos con el mismo respeto, discreción y cariño con que lo hacía Jesús, ejercitad con ellos vuestras dotes de paciente y amorosa escucha, dejad que surjan espontáneos sus desahogos y, cuando encontréis la ocasión propicia y oportuna, habladles con suave persuasión de Aquél que dijo: Venid a mi todos los que os sentís fatigados y abatidos, que yo os aliviaré (Mt 11,28). Ayudadles a ver que en el encuentro espiritual con Jesucristo, en la componía y comunión con É1, Dios se convierte en nuestra Vida inseparable 1i, en el Médico (ex 15,26) que escucha el clamor de su pueblo (Ex 3,7), que endereza a los que ya se doblan (Sal 145, 8), que sana los corazones desgarrados y venda sus heridas (Sal 146,3).
Al anunciar a Jesucristo a los enfermos, haceos eco del mensaje tocante a la salud ya anticipado por los profetas: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los abatidos de corazón: ¡ánimo, no temáis! Mirad que viene vuestro Dios (Is 35, 3s), mensaje que E1 vino a convertir en realidad. Aseguradles que entra dentro del plan providencial de Dios el que el hombre luche ardientemente contra cualquier enfermedad y busque solícitamente la salud, para que pueda seguir desempeñando sus funciones en la sociedad y en la Iglesia, A quienes tengan posibilidades de restaurar su cuerpo o su mente mediante diversos tipos de terapias, animadles a pedir al Señor la energía espiritual requerida para coronar satisfactoriamente su proceso de sanación. A quienes padezcan, en cambio, una enfermedad incurable, crónica o terminal, ayudadles a ver que la salud humana en este mundo acaba consistiendo en la persecución y el hallazgo progresivo de la verdad latente en la propia vida , y que esa búsqueda y hallazgo no sólo son compatibles con la enfermedad avanzada, con el sufrimiento intenso o con la aproximación a la muerte, sino que en estas situaciones puede latir un saludable, aunque doloroso, acicate para tal búsqueda y hallazgo.
Sed en todo momento ante todos ellos un fiel reflejo del Señor, que no hizo un discurso acerca de la salud pero su persona, sus intervenciones sanadoras, sus gestos, sus palabras, toda su actuación y su vida eran saludables, es decir, despertaban y promovían la salud del ser humano y de la comunidad. Jesús irradiaba salud amando, liberando a las personas de aquello que las oprimía, poniendo paz y armenia en sus vidas y fomentando una condolencia más humana y fraterna. Contribuid, mediante vuestra visita fraternal, a despertar en los enfermos esa salud de Cristo sembrada en su interior ya desde el momento del bautismo por la gracia del Espíritu Santo, y exhortadles a la unión espiritual con Jesús, ya que quien está unido al Señor se hace un solo espíritu con Él ( 1 Cor 6,17). Así experimentarán, como San Pablo, que incluso cuando se sienten débiles, habita en ellos la fuerza de Cristo (cf. 2 Cor 12,9-11). Decidles que con su muerte en la Cruz trajo la salud, la salvación al mundo. Estamos llamados a completar lo que falta a la pasión de Cristo.
Esa fuerza de Cristo es la que os convierte a vosotros mismos, queridos enfermos, en evangelizadores de la Salud, la que os rescata en el plano pastoral de la consideración de simples pacientes, seres meramente pasivos, aptos sólo para recibir cuidados y no para prestarlos, como tanta gente piensa que sois. A vosotros os invito especialmente a participar en esta misión evangelizadora. Podéis aportar a la misma vuestra oración penosa y esperanzada, así como el testimonio inapreciable de vuestro dolorido sentir transformado en gracia de Dios para los demás, enfermos o sanos. Os transmito lo que la Iglesia os pide específicamente a vosotros: Los enfermos, con su testimonio, deben recordar a los demás el valor de las cosas esenciales y sobrenaturales, y manifestar que la vida mortal de los hombres ha de ser redimida por el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. E1 enfermo puede y debe sentirse testigo vivo de Cristo Crucificado y Resucitado.
8. Junto a los enfermos encontraréis muchas veces a sus familiares, y eso os dará ocasión de extender a ellos la misión evangelizadora. A1 hacerlo, tened en cuenta que cuando una persona enferma, la familia suele también enfermar y necesita -igual que aquélla y, a veces más- una amplia gama de ayudas sanitarias, incluida la espiritual y pastoral. No olvidéis que la primera y más importante institución asistencial del mundo sanitario no son los servicios públicos o privados de salud, sino la familia. Lo ha sido a lo largo de toda la historia, y lo sigue siendo hoy día, tanto por su presencia junto al enfermo como por la cualidad y cercanía íntima de las prestaciones que le ofrece, sobre todo en el caso de los enfermos más necesitados y desasistidos. De aquí que os pida a los evangelizadores que, en vuestro primer contacto con las familias de los enfermos, les expreséis mi gratitud y la de toda la Iglesia diocesana de Madrid por su gran labor, insustituible, continua y abnegada, en pro de la salud de los suyos, y de la de toda la sociedad.
A las familias cristianas, recordadles que son Iglesia doméstica, verdadero Cuerpo de Cristo en pequeña escala, genuina representación de la Iglesia y, por ello, signo de Jesucristo, Salud de Dios para los hombres ante cada uno de sus miembros, así como ante sus vecinos, allegados, amigos y conocidos. Animadles a que sean
un saludable estímulo y un potente fermento del sano estilo de vida que es el seguimiento de Cristo; a que muestren tan claramente cómo en É1 la salvación de Dios se va haciendo realidad en la promoción y restauración de la salud total de los hombres; a que acepten de buena gana que las familias tienen una parte primordial en este ministerio reconfortador, y a que ejerzan ese servicio al menos dentro del propio cuerpo familiar, sin delegar en otros todo aquello que puedan y deban hacer, cuando uno de sus miembros caiga enfermo.
9. Un aspecto muy importante de nuestra misión evangelizadora es el que tiene que ver con los trabajadores y profesionales sanitarios pertenecientes a cualquiera de los estamentos o corporaciones que componen este amplísimo colectivo de médicos, promotores de salud, sanadores y aliviadores de la enfermedad y dolores de sus prójimos. También para ellos la misión evangelizadora debe implicar un agradecido y entrañable reconocimiento a su labor asistencial, inmensa, tan callada en la mayoría de los casos y a menudo, por desgracia, tan poco reconocida en sus aspectos humanos por los que ejercen responsabilidades públicas y por la misma sociedad. Que vuestro primer mensaje para ellos sea expresar la honda convicción de la Iglesia de que toda la atención que cordialmente se presta a los enfermos, sean quienes sean los que así procedan, debe considerarse como una preparación evangélica y, de algún modo, participan en el ministerio reconfortador de Cristo.
En nuestra archidiócesis de Madrid, igual que en otras muchas iglesias particulares de España, la presencia cristiana en este complejo colectivo asistencial se hace significativamente visible en los profesionales sanitarios cristianos (PRO.SA.C.), que colaboran estrechamente con nuestra Delegación de Pastoral Sanitaria. Ellos, como laicos cristianos, tienen encomendada una doble función evangelizadora, que en el contexto de la misión deben ejercer con especial intensidad. En primer lugar, les ruego que sean evangelizadores dentro de la misma Iglesia, es decir, que resalten ante toda la comunidad diocesana cómo el mundo sanitario es urgente y apremiante lugar de salvación, teniendo en cuenta el modo como el apóstol Pedro expresó la misión salvadora de Jesús: pasó por el mundo haciendo el bien y cuando (Hech. 10,38); y que contagien sanamente a otros muchos sanitarios cristianos, aun no comprometidos como ellos en la Pastoral de la Salud, la firme osadía de San Pablo: No me avergüenzo del Evangelio, que esfuerza de Dios orientada a la salvación de todo el que cree (Ro»., 1,16). Les invito también a que sean en el mundo sanitario testigos de Jesucristo, Salud de Dios para los hambres, y de la Iglesia, generadora y dispensadora a lo largo de los siglos del ministerio de la misericordia corporal. Que, mostrando al mundo sanitario el carácter medicinal de la persona del Señor Jesús, anuncien que el fundamento de su acción es la Caridad, el ser mismo de Dios, que se hace efusivo, visible y operativo mediante la ciencia y la compasión sabiamente combinadas del profesional sanitario cristiano.
10. Sé que también puedo contar para llevar a cabo esta misión evangelizadora con las religiosas y religiosos sanitarios y otros consagrados laicos. Todos ellos son una garantía de buen hacer evangelizador y caritativo, gracias a su dilatada tradición asistencial que llena tantas y tan bellas páginas de la historia de la Iglesia, y gracias también a la experiencia que acumulan hoy tanto en la atención preferente a los enfermos más necesitados y desasistidos, como en la promoción de obras propias destinadas a mostrar que es posible humanizar la técnica y hacer de ella el vehículo del amor de Cristo. Colaborar en nuestra misión significará para ellos ser fieles al carisma propio de las comunidades religiosas en las instituciones sanitarias, carisma consistente en cuidar a los enfermos en nombre de la Iglesia, como testigos de la compasión y ternura del Señor
11. Los capellanes y sus colaboradores en los Servicios de Asistencia Religiosa Católica de los hospitales tienen una difícil pero al mismo tiempo inapreciable tarea que cumplir en esta misión evangelizadora. E1 hospital ya no es el centro en torno al cual gira todo el mundo sanitario pero sigue, y seguirá siendo, un lugar sanitario y pastoral de capital importancia. Lo es desde el punto de vista asistencial porque, tal como está estructurada hoy la sanidad, todos pasamos a lo largo de nuestra vida en numerosas ocasiones por los hospitales como enfermos que necesitan su ingreso en el mismo, o como familiares o amigos de enfermos ingresados. Este carácter de lugar público donde se restaura y se espera recobrar la salud, por donde todos transitamos a menudo, es lo que convierte al hospital en un terreno pastoral privilegiado en orden a la evangelización. Pero también es enorme su importancia como institución docente para los futuros profesionales de la medicina, la enfermería y otras ramas de la asistencia, y como centro pionero de investigaciones biomédicas. En estos dos últimos aspectos, las posibilidades que el hospital ofrece a la evangelización desde la perspectiva del diálogo entre la fe cristiana y la razón científica, entre la medicina y la religión, entre la asistencia técnica y la asistencia pastoral son inmensas, aunque no siempre es fácil convertirlas en realidad.
Proponer en el hospital el Evangelio como la Buena Noticia de la Salud, y a Jesucristo como Salud de Dios para los hombres, es situar a esta institución de origen cristiano ante sus propias raíces históricas, ante su razón de ser primera y más profunda. Es recordar a las hospitalarias y hospitalarios del tiempo presente que el término hospital comenzó siendo, antes que un nombre para designar un lugar concreto de acogida y asistencia, un adjetivo que expresaba la adquisición de la virtud humana y cristiana de la hospitalidad, actitud que el cristianismo mostró y promovió a partir de la figura de Jesucristo, el Buen Samaritano (Lc 10,3037). Es recuperar para el mensaje cristiano la memoria histórica que el hospital de hoy necesita para no perder su verdadera identidad, su carácter más genuino. Es impulsar el desarrollo de la conciencia hospitalaria hacia su dimensión más profunda de la Salud, la de Jesucristo, el primogénito de la nueva humanidad, en quien la salvación se presentó bajo forma de salud y la salud encontró su realización definitiva en la vida eterna.
12. La evangelización del mundo sanitario debe hoy extenderse más y más hacia todo el campo extrahospitalario, pues la sanidad ha salido decididamente del hospital a la calle y, a través de las estructuras de atención primaria y especializada, llega en Madrid a la práctica totalidad de los ciudadanos, extendiendo incluso la asistencia al domicilio de quienes han caído enfermos. Esta vertiente del mundo sanitario coincide territorialmente con el campo pastoral de las Vicarías, arciprestazgos y parroquias que es el propio de los equipos de visitadores parroquiales de enfermos.
Convocar a las comunidades parroquiales a esta misión evangelizadora es tocar una de las fibras más íntimas y radicales de su ser y función cristianos, aquélla que resaltaba San Pablo al hablar del Cuerpo de Cristo y del carisma de sanación ( 1 Cor 12, 9) inherente a él. Es, por tanto, animarles a que despierten en todos sus miembros la vocación sanadora a la que está llamado todo cristiano. Es también invitarles a que el hondo sentido comunitaria, que poseen y viven por su carácter eclesial, lo ofrezcan al mundo sanitario para que la salud sea cada vez más una empresa para todos, de todos y promovida por todos. Es mostrar cómo el Cuerpo místico de Cristo tiene, por su misma naturaleza salvadora, una dimensión asistencial hacia dentro y hacia fuera de la propia comunidad.
13. Por último, pero no por ello menos importante, invito también a sumarse a esta misión a los movimientos y asociaciones que en el seno de nuestra Iglesia de Madrid promueven iniciativas de participación ciudadana y eclesial dentro del mundo sanitario, para que a través de sus miembros sean transmisores de la Buena Noticia de la Salud, el Evangelio, y testigos de Jesucristo, Salud de Dios para los hombres. Y no quiero dejar pasar la ocasión de agradecer a las comunidades de vida contemplativa el firme apoyo que con su oración prestan a esta misión evangelizadora.
Que Santa Mana, la Mujer en quien Dios se hizo carne por nosotros y por nuestra salud, dirija y acompañe vuestros pasos, ella que es Salud de los enfermos, Consuelo de los afligidos y Madre de la lglesia.
Contad para ello con mi bendición y afecto,