Plan Pastoral (Curso 2000 – 2001)

La transmisión de la fe: esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia

I. De una fe fortalecida a una fe transmitida

– Los trabajos realizados dentro de los anteriores Planes de Pastoral
– En un mundo de increencia
– Repercusión de la increencia en la vida de los creyentes
– La propuesta para el nuevo curso 2000-2001

II. Orientaciones teológico – pastorales

– Dar a conocer a Jesucristo es la misión de la Iglesia
– La Iniciación Cristiana como don eclesial

III. Principios de actuación pastoral

– La transmisión de la fe que busca la adhesión plena a Jesucristo, como discípulos suyos
– La transmisión de la fe como acto de la Tradición viva de la Iglesia
– La transmisión de la fe ofrecida de modo sencillo e íntegro con el lenguaje propio de la fe
– La transmisión de la fe implica formación y celebración sacramental
– La transmisión de la fe comporta un aprendizaje integral de toda la vida cristiana

IV. Personal y lugares para la transmisión de la fe

PERSONAS

– El Obispo «catequista por excelencia»
– El presbítero «catequista de catequistas»
– La peculiar aportación de la vida consagrada
– Los laicos, indispensables transmisores de la fe

LUGARES

V. Acciones pastorales

– Acciones de ámbito diocesano
– Acciones por Vicarías territoriales, arciprestazgos, parroquias, colegios y asociaciones

«Hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confiado a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros» (2 Tim 2,1-2).

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

La recomendación del apóstol san Pablo a su fiel discípulo y compañero, Timoteo, resume una de las preocupaciones fundamentales de mi ministerio pastoral al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia en la Archidiócesis de Madrid: fortalecer la fe de cada cristiano de modo que sea en medio del mundo testigo y apóstol de Jesucristo, el Señor.

I. DE UNA FE FORTALECIDA A UNA FE TRANSMITIDA

1. El Plan Pastoral para la Archidiócesis de Madrid 1996-1999, que tuvo en cuenta los datos de la encuesta realizada en el año 1996 y las situaciones más urgentes que en aquel entonces fueron detectadas, concluía con la siguiente propuesta:

«Al contemplar estas situaciones e interpelados por la Palabra de Dios, sentimos cómo resuena de nuevo en lo más intimo de nuestro ser la llamada a la evangelización…, Esta urgencia evangelizadora compromete a toda la comunidad diocesana y a cada cristiano en particular a situarse en estado de misión, es decir, ‘a dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización’, de modo que toda su vida esté marcada por su acción evangelizadora»‘ .

Precisamente, a partir de este diagnóstico, se propuso, para el referido trienio que ha culminado con la celebración del Ano Jubilar 2000, la tarea urgente de fortalecer la fe y el testimonio cristiano de todo el pueblo de Dios que peregrina en Madrid. Como señalaba Juan Pablo II, este es el objetivo prioritario del Jubileo, que acogimos en nuestros Planes Pastorales, y que debería aunar y encauzar todos los esfuerzos para alcanzarlo . Este ha sido nuestro empano pastoral a lo largo de los últimos cuatro anos en gozosa comunión con toda la Iglesia Universal y atentos al presente de nuestra Iglesia particular.

Las orientaciones pastorales -La acogida y acompañamiento de los alejados que se acercan a la iglesia con motivo de los sacramentos- del año 1997 querían prestar una ayuda más para no ahorrar esfuerzo alguno a la imperiosa tarea de la evangelización. Al mismo tiempo, quisimos que en los sucesivos anos del trienio, hasta llegar ‘u este ano 2000, los respectivos Planes Pastorales favorecieran el cumplimiento del objetivo general que nos habíamos marcado.

2. Doy gracias a Dios porque en nuestros frecuentes encuentros con los sacerdotes, religiosos, catequistas, educadores, padres y madres de familia, y cuantos participan en la vida eclesial, tanto en el ámbito parroquial, como en el de los movimientos apostólicos y de las asociaciones de fieles, todos han acogido el vivo deseo de que el objetivo de nuestro Plan de Pastoral se llevara a la práctica. Deseo manifestar mi reconocimiento a los que han hecho posible que nuestro trabajo y entrega estuviera marcada por el signo de la comunión.

Todos los que vivimos en el mundo sin ser del mundo, comprendemos claramente la necesidad de fortalecer la fe y el testimonio misionero en un mundo como el nuestro. Son muchos los que ya advierten lo peligroso que resulta para el hombre, la sociedad y la cultura contemporáneas que Dios y la esperanza cristiana sean realidades que se pretendan desterrar o, al menos, arrinconar o marginar. No son pocos los testigos del drama de comenzar con Dios para terminar sin Él. A ninguno de estos hermanos nuestros se le escapa que la descristianización creciente de nuestra sociedad lleva aparejada una peligrosa deshumanización con consecuencias imprevisibles.

En el ejercicio de mi ministerio episcopal he podido sentir el aliento y la fuerza del Espíritu Santo que nos hace experimentar la solidez y la firmeza de nuestra Roca: Jesucristo «el nuevo comienzo de todas las cosas». Este es el único Nombre en el que podemos ser salvados y por eso es a Él, y únicamente a Él, a quien queremos anunciar .

Los trabajos realizados dentro de los anteriores Planes de Pastoral

3. Anunciar a Jesucristo con obras y palabras es lo que hemos pretendido por medio de las misiones populares en las parroquias, en las universidades, en los hospitales y en otros lugares, para responder de una forma concreta a la llamada urgente a la evangelización que a todos nos apremia.

Ha habido un gran interés por favorecer y cuidar encuentros con personas alejadas, de forma que éstas tuvieran ocasión de poder reavivar su fe a la luz del anuncio del Evangelio de Jesucristo.

Las comunidades cristianas han intentado orientar las catequesis y la celebración de los sacramentos de tal modo que se hiciera patente cómo ambas acciones están al servicio de la verdadera Iniciación Cristiana.

Se ha hecho especial hincapié en promover acciones pastorales conjuntas entre las parroquias de los distintos arciprestazgos, colegios, congregaciones y órdenes religiosas, para dar un mayor testimonio de unidad y fraternidad. Entre todos hemos dado un paso adelante en el trabajo común que aligera el peso de nuestra labor pastoral.

No han faltado iniciativas para impulsar la participación de los laicos en la vida pública, al tiempo que se ha buscado ofrecer un mayor acompañamiento, iluminación y apoyo desde la comunidad cristiana para que los bautizados puedan perseverar, a pesar de las dificultades, en su misión de dar testimonio en medio del mundo.

Por último, se han iniciado y mantenido nuevas acciones en el campo de la caridad y de la justicia, que son el testimonio que los creyentes ofrecen al mundo del amor de Dios y de la esperanza cristiana: fuente de vida y compromiso con el hombre y con la creación, que Dios Padre ha puesto en nuestras manos.

Son muchos los que, a lo largo de estos años, han participado, con fe y alegría, en la realización de estas tareas. El Padre del cielo no dejará de recompensar a quienes tan generosamente han respondido a su llamada. A cada uno de ellos les debemos gratitud, pues han hecho posible que el Plan de Pastoral que propuse haya llegado a ser una esperanzadora realidad.

4. Parece que se impone reconocer, con sencillez, que en estos años hemos avanzado hacia un talante más misionero en nuestras tareas pastorales. Hemos descubierto, con gozo, el impulso y la fuerza del Espíritu Santo, siempre eficaces en quien se deja guiar por Él. Es necesario, una vez más, seguir animándoos a que «continuéis sin desfallecer en la carrera emprendida» (cf. Heb 12,3; Gal 6,9). Conviene que la siembra realizada crezca y llegue a madurar completamente y se convierta en fruto granado, pues esa es la voluntad del Señor Jesús para mayor gloria del Padre (cf. Jn 15,8).

Os exhortamos a que no desfallezcáis en vuestro testimonio vivo de fe, esperanza y caridad. Viene a la memoria lo que os escribíamos hace cuatro años:

«El camino normal por el que los hombres de hay -especialmente los no creyentes, los cristianos alejados y no practicantes- descubren al Dios de Jesucristo es el testimonio vivo de los creyentes testimonio de fe, esperanza y caridad» .

5. El desarrollo del Plan de Pastoral nos ha servido para ver con mayor claridad los caminos de la tarea evangelizadora.

Una mirada sobre el itinerario recorrido, el conocimiento cotidiano de la realidad de la diócesis, la reflexión que provocan los acontecimientos que se suceden en el contexto de nuestra vida nacional, tan condicionada, a su vez, por cuanto acaece en Europa, aceleradamente cambiante, son signos que, discernidos a la luz del Espíritu, nos invitan a exponeros algunos problemas a los que urge responder con fortaleza y amor cristiano.

Unos son de orden intraeclesial, otros tienen su origen fuera de la Iglesia, pero que llegan a afectar al mismo núcleo de la fe y a su transmisión.

En un mundo de increencia

6. En las numerosas Visitas Pastorales a las Vicarias, arciprestazgos, parroquias, Seminarios diocesanos, comunidades religiosas, colegios y asociaciones de fieles, se percibe cómo aflora la preocupación, cada día mayor, por la situación de increencia que nos rodea y, sobre todo, cómo ésta puede llegar y de hecho llega a Influir en nuestros ánimos.

La creciente aceptación del fenómeno de la increencia invade amplios sectores de la sociedad y gana a una considerable mayoría, hasta el extremo de que va haciéndose normal vivir inmersos en una cultura de escéptica increencia que afecta incluso a lo más hondo de la conciencia popular. Más aún, hoy en día el agnosticismo se mezcla con el aire espiritual que respiramos; es, además, un fenómeno que va acompañado de prestigio social y de aparente éxito para quienes lo profesan.

A pocos se les escapa que en la situación cultural y social en que vivimos Influye activamente el olvido del Dios verdadero, para colocar en su lugar al hombre, haciéndolo centro absoluto de toda la realidad creada. Muchos ya no niegan a Dios sino que lo consideran una mera proposición virtual. Otros no tienen inconveniente en afirmar un Dios uno pero no único: por lo tanto mera proyección del hombre. Estas negaciones, precisamente porque han olvidado que es Dios quien da la vida al hombre y con ella le otorga su dignidad, han generado un tipo de persona individualista y relativista, pragmática y hedonista, que cae finalmente en la tentación del nihilismo; y han puesto igualmente en crisis valores tan fundamentales y sagrados como, entre otros, la familia, la dignidad del trabajo honrado, del esfuerzo humanizador, de la solidaridad y de la lucha por la justicia.

Sobre esta nueva situación cultural el Magisterio de la Iglesia nos ofrece abundantes y ricas iluminaciones. El Papa Juan Pablo II la ha tenido presente en sus Encíclicas y escritos, desde la Redemptor hominis (1979) hasta la Veritatis Splendor (1993), la Evangelium Vitae (1995) y la Fides et ratio (1999). También los documentos de los obispos españoles y los Planes de Pastoral de nuestra Archidiócesis han afrontado esta misma cuestión.

La cultura ambiental a la que aludimos nos ha urgido, en los años pasados, a promover y animar una nueva evangelización. Con los odas de la fe, percibimos este momento histórico con la esperanza de un nuevo Pentecostés. De nuevo el Padre derrama abundantemente su Espíritu sobre nosotros y nos empuja a salir de nuestros cenáculos y a que vayamos a anunciar la Buena Noticia de la Salvación, para que el mundo crea y se convierta.

Repercusión de la increencia en la vida de los creyentes

7. Además del panorama socio-cultural al que nos hemos referido, y que tanto nos preocupa, observamos situaciones dentro de la Iglesia, cuya raíz y explicación están en el ambiente exterior que respiramos y que, de un modo u otro, condicionan el modo de vivir y comprender la experiencia de fe, la existencia cristiana.

En la catequesis, en la liturgia, en la acción caritativa se detectan síntomas de contagio del ambiente cultural y social que han de servirnos de alerta y de reto a las comunidades cristianas.

En la Relatio, presentada en el Sínodo de los Obispos de Europa de 1999, se llamaba la atención sobre las consecuencias a las que puede arrastrarnos un humanismo concebido de forma puramente inmanentista cuando se adueña de nuestra cultura. La primera es que muchos cristianos «han privado a la fe de su vigor propio, hasta llegar incluso… a abandonarla por completo». Y la segunda es que «la secularización interna de la vida cristiana… lleva también consigo una profunda crisis de la conciencia y de la práctica moral cristiana que pone en peligro la unidad eclesial e imposibilita la obra evangelizadora» .

Se señalaba asimismo que la mentalidad inmanentista, que tanto nos fascina y envuelve, ha traído como resultado negativo la erosión de la Verdad de la fe. «En efecto, casi todos los problemas más acuciantes con los que la Iglesia se enfrenta en esta hora de Europa hunden sus raíces en la crisis de la Verdad de la fe, que origina a su vez una grave fragmentación doctrinal que llega a afectar la conciencia de los creyentes».

El Directorio General para la Catequesis presenta también situaciones que es preciso tener en cuenta en el momento presente. En primer lugar, el debilitamiento del sentido de pertenencia eclesial que llega en algunos casos a una «desafección hacia la Iglesia», pues «se la contempla de forma unilateral como mera institución, privada de su misterio». Y, en segundo lugar, las «posiciones parciales y contrapuestas en la interpretación y aplicación de la renovación pedida a la Iglesia por el Concilio Vaticano II. Tales comportamientos han conducido a fragmentaciones y a dañar el testimonio de comunión, indispensables para la evangelización».

8. Se comprende en este contexto socio-cultural y eclesial que cunda entre nosotros desconfianza y desánimo ante el apasionante reto de la evangelización. Por una parte, se desconfía del hombre contemporáneo, como si fuese incapaz de acoger la of erta de salvación y el contenido de la Verdad revelada en Jesucristo. Y, por otra, se desconfía del dato mismo de la Revelación y de la realidad salvíf1ca del Evangelio, considerándolas como irrelevantes para el hombre de nuestros días y como respuestas carentes de actualidad.

Esta doble desconfianza en Dios y en el hombre, a la hora de la transmisión de la fe, hace aparecer un cierto miedo y prevención a presentar de modo sencillo, gradual e integro el depósito vivo de la Tradición recibida del Evangelio, conf1ado a la Iglesia, dando por supuesto que son más aceptables y comprensibles para la salvación del hombre de hoy propuestas y fórmulas difuminadoras de lo específico e insustituible cristiano. La búsqueda de nuevos paradigmas de comprensión pesa más que la Verdad recibida, que Jesucristo «Camino, Verdad y Vida».

Los que han de ser iniciados en la fe deben de recibir todo aquello que la Iglesia misma considera fundamental para llegar a ser y a vivir como auténticos creyentes. De aquí que algo que es tan digno de ser tenido en cuenta como los métodos, haya de ser puesto al servicio la transmisión de la fe, y no al revés, de forma que no se pierda de vista en la práctica la acción de Dios y la obra de la gracia en la creación y en la redención.

La firme, sólida y viva comprensión del auténtico significado del ministerio sacramental, es decir, del ministerio ordenado, favorece el aprecio del servicio imprescindible del Magisterio, para la transmisión viva y verdadera de la Fe recibida de los Apóstoles. Sólo cuando se opera con una deficiente y oscura intelección del ministerio apostólico, o con el prejuicio de un pesimismo antropológico, se puede llegar a confundir la ayuda del Magisterio con actitudes de negación del valor legítimo del progreso y de la autonomía logradas por el hombre de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, tal como nos ha enseñado el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo de nuestro tiempo.

Es evidente que el conjunto de estos problemas, que nos preocupan e inquietan, condiciona nuestro trabajo diario, sobre todo al ver que los frutos de nuestra entrega son limitados. Podemos sentir la tentación del cansancio y del desasosiego. Es este un riesgo inherente al evangelizador. Pero no debemos olvidar que el Espíritu del Señor resucitado es la fuente de una ilusión inmarcesible y una fuerza siempre victoriosa para no detenernos en el camino.

La Propuesta pastoral para el nuevo curso 2000-2001

9. A la vista de las urgencias del momento presente, descubriendo sus luces y sus sombras, aceptando los retos que nos plantea, conscientes también de las dificultades que lo condicionan y valorando muy positivamente el trabajo realizado en estos años pasados, os proponemos que para el próximo curso pongamos el acento de todas las acciones pastorales en:

La transmisión de la fe, de nuestra fe, de le fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Jesucristo, Nuestro Señor.

Os invito a que todos nos sintamos llamados a anunciar explícita y gozosamente, con nuevo vigor, a Jesucristo, Señor de la vida y de la historia; a proclamar la fe que nos salva, la fe de la Iglesia que, fiel al mandato del mismo Cristo, no ha dejado de transmitir y celebrar a lo largo de estos veinte siglos los Misterios que nos dan vida y que nos anticipan una plenitud dichosa junto al Padre en la vida eterna.

Esta propuesta va unida al comienzo de la preparación del Sínodo diocesano que, Dios mediante, tendrá su inicio el 2001. Acojamos, en el umbral del nuevo milenio y sin descuidar el ritmo ordinario de nuestra vida diocesana, esta iniciativa extraordinaria como una oportunidad, una gracia de Dios, para que la Iglesia en Madrid sea cada vez más fiel a su Señor y más capaz de anunciar más honda y eficazmente a Jesucristo a todos los madrileños, especialmente a los más necesitados de los dones del Evangelio de la salvación de Jesucristo.

II. ORIENTACIONES TEOLÓGICO-PASTORALES

Dar a conocer a Jesucristo es la misión de la Iglesia

10. Para responder más fielmente a esta llamada evangelizadora es necesario que todos nos situemos en el mismo camino, atentos a las orientaciones que nos permitan conseguir la meta y que nos impidan extraviarnos de nuestros propósitos.

La expresión transmisión de la fe nos remite a la misión que la Iglesia ha recibido de su Señor, Jesucristo, y que está al servicio de la voluntad salvífica del Padre (cf. Mt 28,20).

Dios, tal como se nos revela, quiere darse a conocer para que los hombres alcancen la salvación a la que han sido destinados (cf. Lc 1, 77). El apóstol san Pablo subraya que es Dios mismo quien quiere darse a conocer a todos, pues su voluntad es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad (cf. 1 Tim 2,4). Podemos afirmar, a la luz del evangelio de san Juan, que el hombre alcanzará la ansiada libertad si se abre a la Verdad y la conoce (cf. Jn 8,22). Y la vida en plenitud, es decir, la vida eterna que todo hombre anhela y busca, será alcanzada por los que conozcan al Dios verdadero: para lo cual es necesario, a su vez, conocer a Aquel que lo revela, el Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 17,3).

11. La Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Revelación afirma que es voluntad de Dios que todo lo que nos ha sido enseñado para la salvación de los hombres permanezca íntegro y para siempre, y que se transmita a todas las generaciones . A esta misma voluntad obedece tanto el que Cristo, plenitud de la Revelación del Padre, enviara a los Apóstoles a predicar el Evangelio a todos los hombres, como el que, por su parte, los Apóstoles eligieran como sucesores suyos a los Obispos, confiándoles su propia misión de enseñar a todas las gentes lo que Él les había enseñado.

La misma Constitución conciliar añade que lo «que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que ella es y lo que cree».

12. La doctrina del Concilio nos recuerda que en la transmisión de la fe no sólo es importante quién la transmite, o qué es lo que se transmite, sino que en el acto mismo de la transmisión interviene decisivamente el Espíritu Santo. Es por su medio como la Buena Noticia, que la Iglesia hace resonar por todos los rincones de la tierra, va conduciendo con suavidad a los fieles a la Verdad plena, haciendo que la Palabra de Cristo realmente se haga carne en sus vidas.

El evangelizador, por tanto, ha de ser fiel a esa acción interior del Espíritu que guía a cada uno hasta la Verdad completa (cf. Jn 16,13). De ahí la necesidad de cuidar y cultivar la vida interior y, sobre todo, la celebración de los sacramentos, pues en ellos es donde el Espíritu hace realidad actual y eficaz la gracia salvadora que significa y contiene cada uno de los signos sacramentales.

El evangelizador tampoco ha de olvidar la atención cuidadosa a la obra del Espíritu Santo en el corazón de los demás hombres, para saber animar, alentar y discernir lo que Él vaya suscitando, tanto para el bien de cada uno, como para el bien de la Iglesia y del mundo (cf. 1 Tes 5,21).

Por último, el evangelizador ha de dejarse acompañar por el ministerio apostólico: ministerio que se enraiza en la misión que ha recibido la Iglesia, por voluntad de Cristo y bajo la guía del Espíritu, de ser Maestra de la Verdad en favor de los hombres y para su salvación (cf. Mt 28,20; Ef 3,8-10).

Como el mismo Concilio ensena, la misión de la Iglesia «consiste en anunciar y enseñar auténticamente la Verdad que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana». Cumplir con esta tarea supone, por una parte, fidelidad y obediencia al mandato del Señor, pero además significa y realiza la caridad, que, como don del Espíritu Santo, busca y quiere que todos los hombres y todos los pueblos sean conducidos, por medio del ejemplo de su vida y predicación, con los sacramentos y los demás medios de la gracia, a la fe, a la conversión plena, a la libertad de los hijos de Dios y a la paz de Cristo

La Iniciación Cristiana como don eclesial

13. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo e instruida por el ministerio apostólico, realiza la transmisión de fe a través de toda su vida; pero de un modo especial y preeminente lo hace por medio de la Iniciación Cristiana.

Un cristiano no nace, se hace. La Iniciación Cristiana es el proceso o el camino por el cual la Iglesia engendra a la persona a una nueva vida, gracias al anuncio de Jesucristo, de su enseñanza y de su celebración en los sacramentos, del testimonio de la caridad. De este modo la Iglesia permite a cada hombre que libremente se haya abierto al don de Dios y se haya hecho bautizar, que pueda ser transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, se ponga a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprenda siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello

Los sacramentos de la Iniciación Cristiana -Bautismo, Confirmación y Eucaristía- requieren, como elemento propio, la profesión de la fe de la Iglesia, y la catequesis es la acción eclesial propiamente dicha que propicia una viva, explícita y operante profesión de fe Por ello, mediante la Iniciación Cristiana, «la Iglesia transmite a los catecúmenos y a los catequizandos la experiencia viva que ella misma tiene del Evangelio, su fe», para que puedan profesa1la en los sacramentos. «La profesión de fe sólo es plena si es referida a la Iglesia. Todo bautizado proclama en singular el Credo… Pero lo recita en la Iglesia y a través de ella, puesto que lo hace como miembro suyo.

La íntima e irrenunciable conexión entre anuncio del Evangelio y celebración litúrgico sacramental es la razón por la que el Magisterio más reciente sobre la catequesis y la Iniciación Cristiana ha puesto el acento en el eslabón que une catequesis y sacramentos de iniciación. Ese eslabón es la profesión de fe.

III. PRINCIPIOS DE ACTUACIÓN PASTORAL

14. Para integrar las distintas acciones pastorales en las parroquias, comunidades religiosas, colegios católicos, asociaciones, movimientos, y grupos eclesiales de nuestra Iglesia particular dentro del Plan de Pastoral de este ano, han de tenerse en cuenta unos principios de actuación que nos ayuden a aunar esfuerzos y a facilitar el que podamos tener presente más fácilmente el objetivo pastoral propuesto para este curso: la transmisión de la fe.

La transmisión de la fe que busca la adhesión plena a Jesucristo, como discípulos suyos

15. «La fe cristiana es, ante todo, conversión a Jesucristo, adhesión plena y sincera a su persona y a su doctrina, y decisión de caminar en su seguímiento». El encuentro personal con Jesucristo, el hacerse discípulo suyo, nos pide el compromiso permanente de vivir en y con Él, para llegar a pensar como El, a juzgar como El y a vivir como Él lo hizo.

«La adhesión a Jesucristo», por otra parte, «da origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida. Quien accede a la fe es como un niño recién nacido que, poco a poco, crecerá y se convertirá en un ser adulto, que tiende al ‘estado de hombre perfecto’, a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13)»

No hay posibilidad de que haya transmisión de la fe en las distintas acciones pastorales si nos quedamos sólo en un testimonio, difuso, vago o puramente teórico. «Éste sería incompleto si no es esclarecido, justificado y explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús». Por tanto, «la Buena Noticia proclamada por el testimonio de vida deberá ser, tarde o temprano, proclamada por la Palabra de Vida; y no habrá verdadera transmisión de la fe mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios», y se facilite así que el iniciado se ponga no sólo en contacto y le conozca externamente, sino que entre en comunión íntima con Jesucristo

La transmisión de la fe como acto de la Tradición viva de la Iglesia

16. La fe recibida es la fe de la Iglesia. Ella es quien transmite la fe y la garantiza en continuidad con la misión de Jesucristo y el mandato apostólico, bajo la inspiración constante del Espíritu Santo. La Iglesia no transmite sino «su comprensión del misterio de Dios y de su designio de salvación; su visión de la altísima vocación del hombre; el estilo de vida evangélico que comunica la dicha del Reino; la esperanza que la invade; el amor que siente por la humanidad y por todas las criaturas de Dios» Este es el servicio propio y singular, el único e insustituible servicio, que la Iglesia puede prestar al hombre y al mundo de hoy, pues sólo así éste puede alcanzar la realización de su más alta vocación y de lo que constituye el fundamento primero de la dignidad humana: el conocimiento del amor de Dios y la comunión con Él.

La transmisión de la fe ofrecida de modo sencillo e íntegro con el lenguaje propio de la fe

Como consecuencia de este principio, conviene subrayar que, en la transmisión de la fe, la fidelidad al mensaje evangélico, tal y como nos ha sido entregado desde los apóstoles y que está asegurada por la asistencia constante del Espíritu Santo, es garantía de fecundidad evangelizadora, al mismo tiempo que es un servicio al hombre concreto, a quien por amor se le transmite esa misma fe apostólica. En el acto propio de la transmisión de la fe habrá que procurar, por tanto, que los fieles acodan los misterios de la fe como un valioso don que les entrega la propia Iglesia. La Iglesia aparecerá así ante ellos como una verdadera Madre, y la acogida de la fe será un acto gozoso, que abrirá a los iniciados al centro mismo de la comunión eclesial .

17. «La fe, transmitida por la comunidad eclesial, es una sola. Y, aunque los discípulos de Jesucristo formen una comunidad dispersa por todo el mundo y aunque la catequesis transmita la fe en lenguajes culturales muy diferentes, el Evangelio que se entrega es sólo uno, la confesión de fe es única y uno sólo el Bautismo». Por eso, aun reconociendo la necesidad de la inculturación de la fe, la Iglesia considera necesario ofrecer «un lenguaje de la fe que sea patrimonio común de los fieles, y por tanto factor fundamental de comunión». Y, en la transmisión de la fe, se debe «respetar y valorar el lenguaje propio del mensaje, sobre todo el bíblico, pero también el histórico-tradicional de la Iglesia (símbolo, liturgia), y el así llamado lenguaje doctrinal (fórmulas dogmáticas)».

La comunidad de fe implica un lenguaje necesariamente común «en aquellas expresiones de fe acunadas por la reflexión viva de los cristianos durante siglos y que están recogidas en los Símbolos y en los principales documentos de la Iglesia» .

Este lenguaje común en el que expresamos nuestra fe permite que los cristianos nos reconozcamos, nos expresemos y nos comuniquemos, pues es signo inequívoco de aquello que en común sentimos y vivimos.

Y todo ello no está en contra de que en la transmisión de la fe se adopten «formas y términos propios de la cultura de las personas a las que se dirige» y que se busquen «nuevas expresiones del Evangelio en la cultura en la que se implanta». No se debe tener «miedo a emplear fórmulas tradicionales y términos técnicos del lenguaje de la fe, si bien habrá que ofrecer el significado que tienen y mostrar su relevancia existencial». Para lograr todo esto «es necesaria una iniciación ordenada y sistemática de la Revelación, conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante una Traditio viva y activa, de generación en generación» .

Para que sea una transmisión fiel, sencilla y completa de la fe de la Iglesia. asumiendo el lenguaje común de la Tradición viva en el momento actual, se hace imprescindible la docilidad cordial a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica, pues en él «se presenta fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los padres, de los santos y las santas de la Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del pueblo de Dios» de forma verdaderamente acorde con la renovación pastoral del Concilio Vaticano II.

El Catecismo es, por tanto, la medida segura para la enseñanza y la transmisión de la fe de la Iglesia, recibida de los Apóstoles. Sirviéndonos de las palabras de san Ireneo, autor del primer Catecismo para adultos, diremos que el Catecismo nos regala la «predicación de la verdad y la imagen de nuestra salvación: así es el camino de la vida que los profetas han anunciado, el que Cristo ha instituido, que los Apóstoles han consignado y que la Iglesia transmite a sus hijos a través de toda la tierra. Debe ser custodiado con mimo y con voluntad decidida para agradar a Dios con las buenas obras y con un modo sano de pensar»‘ .

Cimentados en los cuatro pilares sobre los que descansa el Catecismo, a saber: el Símbolo de la fe, los Sacramentos, el Decálogo y el Padre nuestro, encontraremos todo lo necesario para que la fe pueda ser creída, celebrada, vivida y orada, permitiendo de este modo que su transmisión sea íntegra y fiel y hecha con un lenguaje común, vivo y actual, en el que nos reconocemos todos.

La transmisión de la fe implica formación y celebración sacramental.

18. En la transmisión de la fe, la palabra y la instrucción son fundamentales, pero no se puede olvidar que a lo largo de toda la historia de la Iglesia, ya desde sus orígenes, la celebración de los Misterios ha sido entendida como el calmen y la fuente de donde brota toda la vida cristiana. En expresión conciliar: «toda celebración litúrgica es acción sagrada por excelencia a cuya eficacia no iguala ninguna otra acción de la Iglesia»

Es evidente que la celebración de los Misterios de la fe requiere un corazón bien dispuesto y preparado para que se desarrolle toda la virtualidad que le es inherente y participemos en ella de un modo consciente, activo y fructífero. Por eso es muy importante que vaya precedida por un tiempo suficientemente prolongado de formación. Mas ésta no puede superar en importancia y valoración pastoral a las acciones salvífica s del propio Cristo realizadas por la Iglesia, que son los sacramentos.

Así, pues, la transmisión de la fe no puede agotarse en una comunicación de contenidos doctrinales, ni reducirse a un mero despertar sentimientos religiosos, por muy nobles que éstos sean. La finalidad de la transmisión no se puede contentar con una mera información 0 comunicación de saberes al catecúmeno. Para llegar a profesar la fe es menester una iniciación sistemática y gradual en los contenidos de la misma.

La fe profesada se entraña en la celebración litúrgica de los Misterios de la Salvación, pues es en ellos donde se realiza el acto mismo de la entrega o donación de aquello que la Iglesia invita a creer, a esperar y a amar. La misma celebración de los sacramentos comunica el verdadero y propio conocimiento de la fe de la Iglesia, su experiencia eclesial, pues, en la celebración, la fe se propone, se confiesa,, se explica y se vive. Por medio de la acción litúrgica el catecúmeno recibe la fe y la vida teologal que brota de la misma; y, alimentada por los sacramentos, la vida de la fe crece y se desarrolla, al tiempo que va siendo sostenida y acompañada por la formación y la educación permanente de la Iglesia.

Sin celebración de los sacramentos la transmisión de la fe puede quedar reducida a una mera instrucción doctrinal, y corre el grave riesgo de terminar en un adoctrinamiento y/o en un moralismo estéril.

En suma, en la transmisión de la fe se asocia indisolublemente la profesión de fe del Credo con la celebración de los sacramentos, entendidos como lo que son: acciones salvíficas de Jesucristo, que prolonga su obra en el tiempo por medio de la Iglesia. Los misterios de la fe que profesamos en el Credo los celebramos en los sacramentos.

La transmisión de la fe comporta un aprendizaje íntegro de toda la vida cristiana.

19. Transmitir la fe implica un estilo de vida que brota de la gracia del Bautismo, de la Confirmación y de la participación frecuente en la Eucaristía, porque «fuimos, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom. 6,4).

Los llamados a la Vida en Cristo recorren un camino espiritual por el que pasan de la vieja a la nueva condición del hombre perfecto en Cristo (cf. Ef 4,13). «El transito de una a otra comporta un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, y debe manifestarse con sus consecuencias sociales».

Es decir, en la transmisión de la fe, para que alcance en toda su verdad al destinaba1io, debe existir un periodo de tiempo en el que tomando cuerpo la conversión a Jesucristo, se fortalezca la primera adhesión a Él. Los convertidos, pues, mediante la enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongados de toda la vida cristiana, son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida evangélico. Se trata, en efecto, «de iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana»

El Concilio Vaticano II y Documentos poste1iores del Magisterio recomiendan el catecumenado bautismal como proceso formativo y «verdadera escuela preparatoria de toda la vida cristiana» . Por su propia naturaleza. inspira todas las acciones pastorales; y debe, sobre todo, ser un lugar típico para la transmisión y formación de la fe al servicio de la Iniciación Cristiana de niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

IV. PERSONAS Y LUGARES PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE

20. En la misión de anunciar y enseñar que Jesucristo encomendó a su Iglesia participan los ministros ordenados, obispos y presbíteros que enseñan «en su nombre y con su poder»; y los laicos que, por el sacramento del Bautismo y de la Confirmación y, gracias al Espíritu, son hechos «sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra» .

Quienes participan de esta 1nisión tienen conciencia de que la transmisión de la fe se realiza siempre en el seno de la iglesia particular en comunión con la Iglesia Universal. De ahí que realicen su misión de forma integrada y conjunta, como miembros de un solo cae1po que contribuyen a un fin común (cf. Rom 12,4-5).

PERSONAS PARA LA TRANSMISION DE LA FE

El Obispo «catequista por excelencia»

21. El Concilio Vaticano II puso de relieve la importancia que el ministerio episcopal tiene en el anuncio y la transmisión de la fe. A los obispos se les llama «pregoneros de la fe», «maestros auténticos» y «dotados de la autoridad de Cristo». Y, como tales, su misión, en relación a la transmisión de la fe, es predicarla, iluminarla, hacerla fructificar y velar para que el pueblo de Dios no se aparte de ella .

El Concilio señala también que es misión del ‘Obispo estar atento a que se de con diligente cuidado no solo a los niños y adolescentes sino también a jóvenes e incluso a los adultos la instrucción catequética, que tiende a que la fe iluminada por la doctrina, se haga viva, explícita y activa en los hombres y que se enseña con el orden debido y el método conveniente. Y «que los catequistas se preparen adecuadamente para su función de suerte que conozcan con claridad la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las leyes psicológicas y las disciplinas pedagógicas».

El Directorio General para la catequesis, recogiendo los elementos señalados por el Concilio Vaticano II, afirma que «los obispos son los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por excelencia».

El presbítero «catequista de catequistas»

22. El presbítero, como cooperador del orden episcopal, ha de procurar que todas sus acciones pastorales, al servicio del pueblo de Dios que le ha sido confiado, sirvan para que los fieles conozcan la fe verdadera, la celebren y vivan conforme a sus exigencias.

Es necesario, y cada vez más, que los presbíteros se sientan colaboradores del obispo, en la misión que éste tiene de velar por la autenticidad de la confesión de la fe. Cuando actúan de esta manera, están sirviendo a la unidad de la fe en la que hemos sido bautizados dentro de la Iglesia, y colaboran, en verdad, con el obispo en su misión de «pregonero de la fe» y «maestro auténtico.

Es misión suya, en colaboración también con el obispo, velar por la calidad de los textos e instrumentos que deban utilizarse al servicio de la transmisión de la fe.

El presbítero, como maestro de la fe en virtud del sacramento del Orden, cuida que, en su comunidad cristiana, la fe sea recibida y transmitida con fidelidad y en comunión con el ministerio episcopal.

Testigo de Jesucristo, no sólo enseña con palabras, sino que su propia vida se convierte en testimonio de Aquel a quien anuncia.

Pastor y apóstol del Señor, fomenta y discierne vocaciones para el servicio catequético, cuida, como «catequista de catequistas», de su formación, y dedica a esta tarea sus mayores desvelos .

Tal importancia tiene el ministerio presbiteral en la transmisión de la fe, que este es su principal cometido. «La experiencia atestigua que la calidad de la catequesis de una comunidad depende, en grandísima parte, de la presencia y acción del sacerdote» .

La peculiar aportación de la vida consagrada

23. Las personas de vida consagrada están especialmente entregadas a la Iglesias y al servicio de la misma según su propia vocación, de forma que el Reino de Cristo se asiente y consolide entre los hombres y se dilate por todo el mundo.

Muchos miembros de Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, están dedicados a la transmisión de la fe y, en sus comunidades y obras apostólicas, dedican sus mejores capacidades y posibilidades a esta tarea.

La misión de transmitir la fe se realiza en la Iglesia particular, por lo que los consagrados han de ejercer su ministerio o vivir su carisma en comunión con el obispo diocesano y sus orientaciones y directrices (o planes) pastorales. La aportación peculiar que prestan a esta misión brota de su condición de consagrados. Una rica experiencia, que vivimos con gozo y agradecimiento hacia ellos, nos enseña, que cuando es así, son cualificadísimos y eficacísimos testigos y transmisores de la fe.

Los laicos, indispensables transmisores de la fe

24. Por el Bautismo y por la Confirmación los laicos han sido hechos partícipes del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo según su modo y vocación propias, y como tales están llamados a cumplir su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios, tanto en la Iglesia como en el mundo. Es, por tanto, también misión suya el colaborar en la tarea de toda la Iglesia de transmitir y comunicar la fe a todos los hombres.

Por esta misma razón es una «obligación grave de los fieles laicos para con Cristo Maestro, la de conocer cada día mejor la verdad que de Él han recibido, y, de este modo, poder anunciarla fielmente y defenderla con valentía».

Entre los laicos, en orden a la transmisión de la fe, juegan un papel singular, los padres de familia, los catequistas, los educadores, formadores y todos los colaboradores en el servicio de la acción pastoral.

25. Los padres de familia reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana de sus hijos, a los que transmiten, con el testimonio de la palabra y

de la vida, la fe y los valores morales y religiosos que van a conformar la vida de sus hijos. Esta acción educativa la ejercen como «verdadero ministerio por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio hasta el punto que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y escuela de vida cristiana».

El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, es el mejor ambiente para que los hijos perciban y vivan gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús. Ahora bien, hay que hacer un especial hincapié en la necesidad de ofrecer la fe al niño desde los primeros momentos. En expresión clara e inequívoca de la Catechesi tradendae: «El despertar religioso infantil en un ambiente familiar propicio tiene un carácter insustituible». Con todo’ corresponde a los padres acompañar todo el itinerario catequético de sus hijos.

Este ministerio de educación de la fe de los hijos necesita un acompañamiento muy especial de toda la comunidad cristiana, en especial de los presbíteros. Mediante contactos personales, encuentros pastorales y, a ser posible, con una catequesis de adultos dirigida a los padres (una buena práctica extendida en muchas parroquias de la Archidiócesis), toda la comunidad ha de estar atenta a ayudarles en la tarea de la educación cristiana de sus hijos.

26. La vocación del laico para la transmisión de la fe brota, como ya hemos visto, del sacramento del Bautismo y se robustece por el sacramento de

la Confirmación. Pero, «además de la vocación común al apostolado, algunos laicos se sienten llamados interiormente por Dios para asumir la tarea de ser catequistas. La Iglesia suscita y discierne esta llamada divina y les confiere la misión de catequizar. El

Señor Jesús invita así, de una forma especial, a hombres y mujeres a seguirle colaborando en la misión de hacer discípulos a otros. Esta llamada personal de Jesucristo, y la relación con Él, son el verdadero motor de la acción del catequista. «De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de evangelizar, y de llevar a otros al «sí» de la fe en Jesucristo».

La misión propia de los catequistas es anunciar y transmitir la fe que brota del evangelio, tal y como la Iglesia la conserva y la entiende. «Por ello deben estar dotados de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social».

En el ejercicio de esta misión eclesial los catequistas han de considerarse siempre como «maestros, educadores y testigos».

27. Los profesores de religión católica, tanto en la escuela pública y en las de iniciativa social sin ideario católico como en las escuelas confesionales, están al servicio de la transmisión de la fe. Su cometido específ1co tiene como finalidad la presentación del mensaje cristiano en diálogo con la cultura en la que el niño, el adolescente o el joven viven. Su fidelidad, por tanto, también será doble: por una parte ha de ser fiel al mensaje que la Iglesia le entrega para ser transmitido, y, por otra, a los destinatarios a quienes sirve que. a su vez, tienen derecho a conocer fielmente cuanto la Iglesia enseña a propósito de la fe y de la moral cristianas.

Dadas las características propias donde realizan su función, conviene mencionar específicamente a los profesores de religión en los centros públicos de enseñanza o en centros no confesionales, donde se imparte la asignatura de Religión y moral católicas.

Estos profesores deben recordar que por la naturaleza misma de lo que explican, y en atención a aquellos niños, adolescentes y jóvenes a quienes forman, incluso si se confiesan no creyentes, éstos tienen el derecho de recibir fielmente lo que la Iglesia enseña sobre Dios, sobre el Misterio de Salvación que nos ha revelado en Jesucristo, el hombre, el mundo, la moral, el destino de las cosas creadas, etc. Obrando así podrán servir de instrumento valiosísimo para que, quienes les escuchan, puedan abrirse a la acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere.

LUGARES ECLESIALES PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE

28. La familia es el ámbito originario, primario y ordinariamente insustituible de la educación y también de la transmisión de la fe. De hecho, la familia cristiana, nacida de la celebración del sacramento del matrimonio, es considerada como la Iglesia doméstica90, y su misión, por lo que se refiere a la transmisión y educación de la fe, es reconocida como un autentico «ministerio La vida de familia está llamada a convertirse en camino de fe y en escuela de seguidores de Jesucristo.

La familia cristiana, aún con las gravísimas dificultades por las que pasa actualmente, no puede renunciar a su misión insustituible de educar en la fe a sus miembros.

La atención pastoral a la familia ha de ser un objetivo prioritario de cuantas acciones estén en marcha o se puedan emprender.

29. La parroquia es un espacio eminente para realizar la transmisión de la fe en todas sus facetas, pues es el lugar ordinario donde «se nace y se crece en la fe». La parroquia está llamada a ser el lugar «donde los cristianos se hacen conscientes de ser Pueblo de Dios», dentro del cual el Espíritu hace surgir diferentes carismas y servicios para la edificación de la Iglesia y la’ transformación del mundo.

El párroco, junto a los otros sacerdotes que colaboran con él en el trabajo parroquial, los religiosos, otros consagrados y los miembros del Consejo Pastoral, asociaciones laicales, etc., se esforzarán en proveer los medios suficientes que permitan a todos recibir una auténtica Iniciación Cristiana, donde estén presentes cada uno de los elementos que la integran, facilitando así una incorporación real, viva y consciente a la vida de la Iglesia.

30. La escuela católica, como institución eclesial, sirve a la formación integral de niños, adolescentes y jóvenes, y es por tanto un lugar relevante para su formación cristiana.

Cuando la escuela católica realiza su misión, trata de formar íntegramente a la persona, en orden a su último fin y, al mismo tiempo, para el bien común de la sociedad.

Cuando educa con la Palabra de Dios y el encuentro siempre renovado con Jesucristo y, a la vez, colabora coordinadamente con la Iglesia particular, entonces la escuela católica se convierte en mediación eclesial privilegiada para la transmisión de la fe a sus alumnos.

31. Dentro de la escuela católica la enseñanza religiosa escolar es parte de su tarea educativa y fundamento de su propia existencia como institución eclesial. Ella, junto a la catequesis y la educación cristiana familiar, cada una según su propio carácter, contribuye a la transmisión de la fe a los niños, adolescentes y jóvenes.

La enseñanza religiosa escolar en los centros públicos de enseñanza es un derecho que asiste a padres y alumnos, y un deber de las autoridades públicas, que han de garantizar este derecho.

La misión de la transmisión de la fe en la escuela, sea confesional o no confesional, ha de hacerse siempre en comunión con la Iglesia, y con el obispo diocesano, cuidando, de modo especial, la formación y acompañamiento espiritual de los profesores de religión y de la presentación fiel de los contenidos de la fe eclesial.

32. Las escuelas de formación son medios con que cuentan las Iglesias particulares para favorecer la formación de agentes de evangelización. Su principal función es «proporcionar una formación orgánica y sistemática, de carácter básico y fundamental.

Para el cumplimiento de este fin han de ofrecer a quienes asisten a ellas, sobre todo, una presentación sencilla, completa y fiel del mensaje cristiano, además de un conocimiento suficiente del hombre a quien ha de anunciarse el Evangelio y el contexto sociocultural en que vive. Habrá de tenerse en cuenta, además, un conocimiento básico de la pedagogía propia de la fe y adecuada al tipo de persona con quien se trabaja. Sin perder nunca de vista que la Sagrada Escritura debe ser el alma de toda la formación, el Catecismo de la Iglesia Católica ha de ser la referencia doctrinal fundamental junto al Catecismo de la propia Iglesia particular o local aprobados en nuestra Archidiócesis de Madrid

33. Las diversas asociaciones, movimientos y otras agrupaciones de fieles, como son las cofradías, hermandades, etc., han de ser consideradas como ámbitos idóneos donde niños, adolescentes, jóvenes y adultos reciben la fe y son educados en ella, en una cultura y sociedad cada vez más descristianizadas. Estas asociaciones están llamadas a ser, en muchos casos, ambientes en los que puede iniciarse y crecer la fe de un niño, de un joven o de un adulto, y poder incorporarse libre y responsablemente a la comunidad de la Iglesia particular..

No pocas de estas asociaciones están muy interesadas en que sus miembros ejerzan su misión cristiana como laicos en la Iglesia y en el mundo, según el carisma propio suscitado por el Espíritu.

La formación que proporcionan las asociaciones a sus miembros ha de tener como fundamento la Iniciación al conjunto de la fe de la Iglesia, la acentuación de lo que es básico en la formación, la asunción gozosa de lo que es común y esencial, por encima de las diferencias específicas de la propia espiritualidad.

Todo carisma en la Iglesia está al servicio de la comunión, y esto debe reflejarse en la transmisión de la fe. De la educación en la fe, propia de las espiritualidades de cada una de las asociaciones o movimientos, se espera una gran riqueza para el conjunto de la Iglesia.

V. ACCIONES PASTORALES

34. De acuerdo con los criterios expuestos proponemos para toda la diócesis una serie de acciones pastorales que puedan ser llevadas a cabo en el próximo Curso pastoral. Se trata de acciones globales y amplias, que permitan que, desde las Delegaciones diocesanas, las Vicarias territoriales, arciprestazgos, parroquias, colegios, movimientos apostólicos, grupos y asociaciones se tome conciencia de la urgencia de la transmisión de la fe a todas las personas y en todos los ámbitos de la Archidiócesis.

A todos, sacerdotes, religiosos, catequistas, padres de familia, educadores y cuantos participan en las distintas acciones eclesiales, os invito a promover iniciativas, revisar las existentes y profundizar en las tareas que incidan directa o indirectamente en la transmisión de la fe.

Acciones de ámbito diocesano

35. 1) Encuentros diocesanos con especial convocatoria a sacerdotes, miembros de Institutos de vida consagrada, catequistas y educadores:

– Un encuentro inicial tendrá lugar en la Iglesia Catedral de la Almudena el día 28 de octubre, a las 12 de la mañana, haciéndolo coincidir con el día jubilar de los catequistas. En este encuentro se presentará el Plan de Pastoral y los materiales que servirán de ayuda para la formación y reflexión sobre la transmisión de la fe.

– Un encuentro final de carácter celebrativo, en que se ofrezca al Señor y a los hermanos el trabajo realizado durante el año.

2) Elaboración de tres instrumentos de trabajo que ayudarán a la reflexión y toma de conciencia de las personas implicadas en la transmisión de la fe sobre:

– La transmisión de la fe.

– Los contenidos de la transmisión de la fe.

– Los agentes de la transmisión de la fe: sacerdotes, padres de familia, educadores, profesores de religión…

3) Comenzar la elaboración de un Directorio diocesano para la Iniciación Cristiana, como fruto final de todo el Plan Pastoral, que sirva de ayuda y orientación a nuestra Iglesia particular en su cometido propio de iniciar la vida cristiana, bajo la autoridad del Obispo, maestro de la fe y principal dispensador de los Misterios de Dios.

4) Preparar la elaboración de un Proyecto diocesano de formación, al servicio de las Escuelas diocesanas. En él se tendrán en cuenta los distintos niveles de la formación, así como los contenidos específicos de cada uno de ellos. Con este instrumento queremos prestar una atención especial a la formación y acompañamiento de los distintos agentes de pastoral al servicio de la transmisión de la fe.

5) Promover la instauración del Catecumenado de adultos en la Archidiócesis.

6) Adoptar como tema de reflexión y oración la transmisión de la fe, para retiros espirituales, encuentros y jornadas de pastoral de sacerdotes, religiosos y laicos.

Acciones por Vicarías territoriales, arciprestazgos, parroquias, colegios y asociaciones

36. Estas acciones son aquellas que precisan de la colaboración de personas y en ámbitos más reducidos y concretos para llegar a todas las comunidades cristianas:

1) Encuentros de Vicarías territoriales para agentes de evangelización, siguiendo las pautas del encuentro diocesano.

2) Cuidar, de forma especial, la Iniciación Cristiana de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, con particular atención a los niños después de recibir la primera comunión y a los padres de familia.

Para esta Iniciación Cristiana se cuenta ya con los materiales elaborados por las distintas delegaciones diocesanas, que deben ser conocidos, divulgados y utilizados:

– Catequesis para los padres que presentan a sus hijos para el sacramento del Bautismo.

– Materiales para los padres que promueven y acampanan el despertar religioso de sus hijos.

– Materiales para la Iniciación Cristiana de niños.

3) Promover desde las parroquias y comunidades cristianas, la presencia y seguimiento del presbítero en las distintas etapas de la Iniciación Cristiana, suscitar y acompañar nuevas vocaciones de catequistas y favorecer su formación.

En el corazón del Ano Jubilar, ponemos este Plan Pastoral bajo la protección de Nuestra Madre y Señora La Virgen de la Almudena.

Con mi afecto y bendición,

Madrid 29 de junio de 2000
En la fiesta de san Pedro y san Pablo

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