Mis queridos hermanos y amigos:
De nuevo la noticia fresca de un terrible atentado terrorista –la muerte a tiros de un concejal del Partido Popular en San Adrián de Besós en las cercarnos de Barcelona- nos ha vuelto a recordar sangrienta y cruelmente la situación de amenaza permanente en la que se ven envueltos muchos conciudadanos nuestros, modestos servidores de sus convecinos en ayuntamientos unas veces; y, otras, agentes de la autoridad, funcionarios y profesionales de las mas distintas áreas de la vida económica y social. De algún modo se puede afirmar que es toda la sociedad la que se siente amenazada. La banda terrorista ETA recurre al asesinato con la máxima frialdad como método habitual de una supuesta acción política.
El recuerdo se nos hace especialmente vivo y lacerante en la celebración del Domingo, Día del Señor, en el que toda la Iglesia se congrega en tomo al Sacramento de la Eucaristia para la alabanza y la acción de Gracias a Dios por el triunfo pascual de Jesucristo sobre el pecado, el odio y la muerte: triunfo de su amor obediente al Padre y de su amor sacrificado y entregado a los hombres. Son millones de cristianos los que participaran en la Eucaristía de este Domingo en toda España y muchos también los que lo harán en el País Vasco. Sin quererlo, y como insidiosa tentación y casi siempre como expresión involuntana de un incontenido dolor, nos asalta la pregunta: ¿es qué ha sido inútil la sangre derramada por Cristo? Y también, en este caso, como una gravísima interpelación a nuestra conciencia: ¿no seremos nosotros mismos los que la desperdiciamos ignorándola en nuestra propia existencia y cegando u obstaculizando los conductos que permiten que llegue a todo el tejido de la vida social?
Muchos son los análisis del terrorismo de ETA que se han hecho y publicado en estas últimas, dramáticas semanas de un verano de tanto dolor y luto dentro y fuera del País Vasco. Y que se continúan haciendo y formulando en estos días. Aspectos jurídicos, relacionados con la legislación antiterrorista,, la jurisprudencia y la acción policial… aspectos sociológicos y políticos… factores psicológicos e históricos… se han subrayado con fuerza por los comentaristas. Con sorpresa horrorizada se descubre que el compromiso con los objetivos y los métodos de los terroristas ha prendido y prende entre las nuevas generaciones de adolescentes y de jóvenes con inédita y salvaje virulencia . Sin duda todo ese esfuerzo por desentrañar el fenómeno terrorista en sus distintos elementos y causas a fin de conseguir su erradicación definitiva es valioso y necesario. No debemos, sin embargo, vacilar en adentrarnos en sus raíces más hondas, las de naturaleza ética y moral; incluso, religiosa.
Los terroristas matan con una programación tan sistemática, con tal implacable crueldad y con unas justificaciones tan cínicamente falsas que no se puede deducir de sus conductas otra conclusión que la de un absoluto desprecio al hombre y a Dios Se consideran dueños de las vidas de sus semejantes, a los que eliminan cuando les conviene, plantando cara a su Creador y Señor. El grado de perversión de la conciencia moral que se ha producido –y continúa produciéndose- en la conciencia de esos jóvenes terroristas es estremecedor. Y mucho más estremecedor el hecho de que existe un entorno social próximo -de dirigentes, instructores, inductores y simpatizantes etc.- donde se genera, cultiva y propaga esa ideología de la negación radical de la dignidad inviolable de toda persona humana, exigencia y principio fundamental de la ley de Dios y, aún, de cualquier elemental humanismo.
¿Cómo responder a este reto moral y espiritual que supone ese ambiente de odio obcecado y de revolución negadora de los más elementales valores humanos? Para un cristiano no debe caber ninguna duda en la respuesta: reformando y purificando su propia conciencia y su comportamiento personal y social por la vía de una nueva conversión a la ley y a la gracia de Dios que se nos ha revelado plenamente en Jesucristo. Es preciso y urgente crear entre todos -en toda España- un clima de renovación ética de las personas y de la sociedad inspirado en el respeto inviolable a todo ser humano, especialmente al más indefenso e inocente, que impregne y conforme desde dentro todo el contexto educativo de las jóvenes generaciones. Al final ese será el único camino que nos puede conducir con éxito a la superación definitiva del terrorismo.
Un empeño difícil, pero posible y alcanzable para todos los que viven de la esperanza en el poder del amor infinito de la sangre de Cristo derramada por nosotros. Esperanza invencible que se alimenta y sostiene por una perseverante oración de todos y cada uno de los creyentes y de los hombre de buena voluntad, en la intimidad de nuestra vida interior y en las preces públicas de todas las comunidades eclesiales.
¡Que la Virgen, Madre de Misericordia, acompañe y encomiende nuestras plegarias a Jesucristo misericordioso por el pronto y total cese de los atentados terroristas y por la conversión de sus autores!
Con mi afecto y bendición,