Mis queridos hermanos y amigos:
En esta semana se ha puesto en marcha la Campaña Nacional que «Manos Unidas» lleva a cabo anualmente en su permanente empeño de combatir el Hambre en el mundo, que a todos nos reclama en lo más hondo de nuestro ser, y de manera especialmente viva en estos comienzos del nuevo milenio que ha abierto sus puertas tras cerrarse la Puerta Santa del Gran Jubileo del Dos Mil aniversario de la Encarnación y del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Como nos ha dicho el Papa Juan Pablo II en su preciosa Carta Apostólica Novo millennio ineunte, la Puerta Santa se cierra, pero «para dejar abierta, más que nunca, la Puerta viva que es Cristo», deseoso de decirnos: «Venid benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde el principio del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer» (Mt. 25, 34-35).
Hoy domingo 11 de febrero de este año 2001, se celebrará la Jornada de «Manos Unidas» en la que tendrá lugar la Colecta Extraordinaria para paliar el gravísimo problema del hambre en el mundo —con la humildad y sencillez, y del modo concreto y eficaz, que caracteriza a los miembros de «Manos Unidas»—, después de que el viernes pasado, día 9 de febrero, hubiésemos vivido el «Día del Ayuno Voluntario», como momento privilegiado para prepararnos con espíritu de penitencia a realizar una Campaña que ha de nacer de la caridad de Cristo y que ayuda a incrementarla. A todos, sacerdotes y fieles, os invito a vivir estas jornadas con el máximo interés, como viva expresión del amor cristiano, enriquecido con las abundantes gracias recibidas en el Año Santo Jubilar, que se expresa en frutos concretos de un corazón que abraza a la Humanidad entera.
El Santo Padre, en su Carta Apostólica Al comenzar el nuevo milenio, aviva nuestras conciencias poniendo el dedo en la llaga de nuestro mundo, que «empieza el nuevo milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana». Por ello se pregunta el Papa: «¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; que está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse»?
La Campaña de «Manos Unidas» es un momento de gracia para responder, con sencillez de corazón y con la eficacia de unas obras de amor concreto, a esta acuciante pregunta que hace Juan Pablo II a todos los hombres, pero de modo especialmente directo a quienes «hemos conocido el amor de Cristo y hemos creído en él» (cf. 1 Jn. 4,16). La generosidad que brota de este amor es el único modo auténticamente humano de restablecer la justicia tan gravemente quebrantada en un mundo, en el que no sólo se produce la hambruna de millones y millones de seres humanos, sino toda clase de violencias. El lema de la Campaña contra el Hambre de este año, «Si quieres la paz, defiende la justicia», es una llamada a ese único modo de procurar y conseguir verdadera justicia que es la caridad que Cristo ha traído en aquella noche bendita en que los ángeles cantaron el «gloria a Dios» en el cielo y «paz a los hombres», que ama el Señor (cf. Lc. 2,14).
Ante el reto de un nuevo milenio que reclama superar estas terribles contradicciones que tan claramente señala Juan Pablo II, es precisa una mirada nueva sobre el hombre, la que nos desvela el hecho cristiano mostrando la infinita dignidad de todo ser humano, verdadera «imagen de Dios». No hay, pues, justicia con el hombre sin este reconocimiento de su auténtica dignidad; y sin tal justicia, evidentemente, no es posible la paz. Lo dijo el mismo Santo Padre en su Mensaje para la primera Jornada Mundial de la Paz del nuevo milenio, celebrada el pasado 1 de enero: «No se puede invocar la paz y despreciar la vida».
Exhorto vivamente a toda la Iglesia que peregrina en Madrid a poner en juego el propio corazón participando con toda generosidad, cada uno según su específica vocación y sus posibilidades, en esta Campaña de «Manos Unidas» de este año primero del siglo XXI, que se acaba de abrir tanto con el gesto del ayuno voluntario del viernes 9 de febrero como en la colecta extraordinaria de hoy domingo, de modo que esta caridad sea auténtica y se mantenga viva todos los días del año. En definitiva, como nos recuerda también el Papa en su Carta Al comenzar el nuevo milenio, «se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad. Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno».
En manos de la intercesión de Nuestra Señora de la Almudena pongo todos los trabajos de esta primera Campaña de «Manos Unidas» en el nuevo milenio, para que sean fecundos y multipliquen el gozo de la caridad de Cristo, la única fuerza capaz de humanizar verdaderamente el mundo y la sociedad de nuestros días.
Con todo afecto y mi bendición,