Carta Pastoral con motivo del «Día del Seminario de 2001”

Mis queridos hermanos y hermanas:

La cercanía de la festividad de San José nos recuerda también la proximidad del «Día del Seminario», celebración tradicionalmente vinculada a la del glorioso Patriarca en la mayoría de las diócesis españolas. Finalizado felizmente el Jubileo del año 2000, el Papa Juan Pablo II, en la carta Apostólica «Novo millennio ineunte» (NMI) ha invitado a toda la Iglesia a adentrarse en el mar de la historia, confiando en la palabra poderosa del Señor:«¡Duc in altum! Esta palabra resuena hoy para nosotros, y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8)» (NMI, 1). Son palabras que, aplicadas a nuestro Seminario, estimulan su quehacer en la delicada tarea que tiene encomendada, y orientan las actitudes y sentimientos de la Iglesia diocesana en «la gracia y la responsabilidad de acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio» (PDV, 65).

«Recordar con gratitud el pasado…», nos invita el Papa. La celebración de esta jornada es, por tanto, una buena ocasión para agradecer a Dios la siembra y cosecha del Seminario de Madrid en su historia casi centenaria. Ubicado geográficamente en el barrio castizo de las Vistillas, por él han pasado numerosas generaciones sacerdotales que, en la entrega generosa de sus vidas, han pastoreado y pastorean la vida cristiana de nuestro pueblo como verdaderos «modelos de la grey» (1Pe 5,3). Entre los innumerables frutos de santidad sacerdotal salidos de sus aulas, y que sólo Dios conoce, ¿cómo no recordar a D. José Mª García Lahiguera, o a D. Antonio Aparici, o a D. Abundio García Román, todos ellos en proceso de beatificación?, ¿y el ejemplo de los sacerdotes y seminaristas mártires en la guerra civil? Como dice Juan Pablo II, «con su ejemplo nos han señalado y casi allanado el camino del futuro. A nosotros nos toca, con la gracia de Dios, seguir sus huellas» (NMI, 41).

Asumiendo con lucidez y gratitud tan inestimable herencia, nuestro Seminario se empeña «por vivir con pasión el presente», acompañando las vocaciones sacerdotales y diponiéndolas para dar, en su día, la respuesta gozosa y libre que les consagrará, en el don de sí mismos, a Jesucristo, a la Iglesia y a todos los hombres. En el curso actual, son ciento cincuenta los seminaristas mayores, de variadas y plurales edades, biografías y procedencias. Unidos por el don de la misma vocación, el Seminario quiere ser para ellos, en expresión del Santo Padre, «la casa y la escuela de la comunión» (NMI, 43) anticipando así la fraternidad sacramental del presbiterio y su servicio futuro a la edificación de la Iglesia. Serán enviados el día de mañana para «que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente, mediante el testimonio de los valores evangélicos, en la sociedad y en la cultura» (NMI, 29). El Seminario desea latir al ritmo de la vida diocesana con la pasión apostólica que brota de la caridad pastoral de Jesucristo, sembrada como un grano de mostaza en el corazón de los jóvenes discípulos.

Con el inicio del nuevo milenio la Iglesia comienza una nueva andadura por la historia del hombre «entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (LG, 8). En el Plan Pastoral para la Archidiócesis que os he propuesto para este curso, «os invito a que todos nos sintamos llamados a anunciar explícita y gozosamente, con nuevo vigor, a Jesucristo, Señor de la vida y de la historia; a proclamar la fe que nos salva, la fe de la Iglesia que, fiel al mandato del mismo Cristo, no ha dejado de trasmitir y celebrar a lo largo de estos veinte siglos…» (PPA, 9). No son pocas las dificultades que se derivan de la situación de increencia que nos rodea; tantas que incluso condicionan el modo de vivir la experiencia cristiana de muchos hermanos nuestros (cf. PPA, 6-8). Contar con número significativo de futuros sacerdotes contribuye, sin duda, a que podamos «abrirnos con confianza al futuro», afrontando con la ayuda del Espíritu Santo los retos de la nueva y necesaria evangelización, y saliendo al paso de posibles tentaciones de desánimo, cansancio o desasosiego.

«El Seminario, corazón de la diócesis» es el lema que preside y orienta la campaña del «Día del Seminario». Se trata de una metáfora tomada del Concilio Vaticano II (OT, 5) que exhorta a todos los sacerdotes a que consideren el Seminario como tal «corazón de la diócesis», y le presten gustosamente su personal colaboración. Con toda razón podemos hacer extensiva esta exhortación a toda la comunidad diocesana. Contemplar el Seminario bajo esta imagen, bella y sugerente, nos ayuda a valorar su lugar y su significado en la Iglesia de Madrid: en el centro del cuerpo eclesial y en cordial relación con él; órgano vital para el ser y la misión de la Iglesia, e instrumento de la renovación de su presbiterio.

El Seminario necesita de la cercanía y el cuidado de la Archidiócesis —como el corazón en el cuerpo— en una íntima relación de afecto mutuo que se manifiesta, ante todo, en la oración constante y confiada por los futuros sacerdotes. Todos cuantos lo integran, y todo lo que en él se realiza es fruto de la gracia del Señor, y a Él debe estar referido, porque «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer» (1Cor 3,7). Y, al mismo tiempo, en la preocupación por buscar y promover vocaciones sacerdotales, como recuerda el Santo Padre: «Es necesario y urgente organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y familias, suscitando una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, (…), especialmente cuando pide la total entrega de sí y de las propias fuerzas para la causa del reino» (NMI, 46). No olvidemos que la hondura y calidad de toda educación cristiana o acción pastoral está en relación directa con las vocaciones sacerdotales y de especial consagración.

Os agradezco de antemano todas las atenciones para con nuestro Seminario. También la generosidad de vuestra ayuda económica, necesaria para poder dotar a nuestros seminaristas de los medios necesarios para su mejor formación sacerdotal. Y os invito a todos a encomendar a nuestra Madre, la Virgen de la Almudena, esta querida institución, sus formadores y alumnos, sus intenciones y su trabajo de cada día. Que Ella, como en Caná de Galilea, interceda ante su Hijo, para que no falten apóstoles que distribuyan entre sus hermanos el vino nuevo del Reino de Dios.

Os bendice con todo afecto,

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