A propósito de la XXXV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

«Pregonadlo desde la azotea»

Mis queridos hermanos y amigos:

¡Pregonad el Evangelio desde las azoteas! Ese es el mandato de Jesús a sus primeros discípulos (cfr. Mt 10, 27): «Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea». «La Buena Noticia», que ha de ser pregonada por todos los discípulos de Jesús ha culminado en el acontecimiento que celebra la Iglesia de forma solemnísima en las Fiestas de la Pascua de Resurrección: ¡Jesucristo ha resucitado verdaderamente! «Ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, 10-11).

El Evangelio que hemos de anunciar al mundo —en todos sus «areópagos»—, públicamente, es buena noticia de lo que Dios ha obrado en la Pascua de su Hijo por la salvación del hombre y noticia del hombre salvado por el agua del bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y por el don del Espíritu. ¿Cómo vamos a callar la noticia los que la conocemos por la fe y vivimos de ella por la esperanza y la caridad? ¿Y cómo no vamos a reaccionar con valiente y empeñada gallardía cuando se trata de acallarla o se intenta silenciarla? El domingo próximo —tercero de Pascua— la Iglesia se hace eco en la celebración de la Palabra de cómo los Apóstoles habían llenado literalmente a Jerusalén con sus enseñanzas, a pesar de la prohibición de las autoridades judías de que hablasen de Jesús, y de las amenazas vertidas contra ellos. Su respuesta al Sumo Sacerdote es conocida: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (cfr. Hch 5, 7b-32).

En este marco «pascual» de los primeros testimonios apostólicos de la Resurrección del Señor se sitúa la XXXV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales y el lema con el que quiere el Santo Padre que se viva en la Iglesia en este año primero de un siglo inmerso plenamente en el mundo de la comunicación global. Nuestra Archidiócesis de Madrid se prepara para aprovechar pastoralmente a fondo esta Jornada ya clásica, iniciativa directa y fruto maduro del Concilio Vaticano II, con el PRIMER ENCUENTRO DIOCESANO DE COMUNICADORES SOCIALES que organizan para los próximos días 27 y 28 de abril nuestro Consejo Diocesano de Laicos y Delegación Diocesana de Medios de Comunicación Social. «Los medios de Comunicación Social» son las más grandes azoteas que uno pudiera nunca soñar para proclamar el Evangelio de Jesucristo Resucitado, Salvador del hombre. La humanidad de nuestros días es una de las más ansiosas de escuchar ese anuncio y palabra de la Verdad de Cristo —como la única de la que le puede venir la respuesta salvadora que espera— que ha conocido la historia. En «esa azotea» de «los Medios de Comunicación Social» se juega en gran medida el futuro de la Evangelización. Muchos y muy poderosos son los que intentan acallar en ellos la voz del Evangelio, que tratan de impedir por los medios disuasorios más refinados de que se asomen a ellos sus testigos. Muchos de los llamados a serlo, por su condición de cristianos, se acobardan y callan en ese mundo mediático tan difícil y competitivo. Les cuesta extraordinariamente dar testimonio de su fe en Cristo Crucificado y Resucitado por la salvación del hombre.

La llamada del Santo Padre, dirigida a todos los comunicadores católicos en su Mensaje del próximo Domingo, no tiene desperdicio. En ella resuena con toda nitidez la misma voz del Señor que les apremia con el amor del «amigo» definitivo del hombre y con la fuerza del Espíritu Santo: proclamadlo desde las variadísimas y prodigiosas «azoteas» de los medios de comunicación social donde trabajáis —desde el clásico «periódico», pasando por la Radio y la Televisión, hasta el Internet—; proclamad sin miedo explícita e implícitamente que Jesucristo ha resucitado, que nosotros podemos y estamos llamados a resucitar con Él. ¡Que se oiga la noticia en toda su concreción histórica y en toda su hondura teológica! ¡Que su eficacia salvífica se muestre en la iluminación y tratamiento informativo de todas «las realidades temporales» según el Evangelio! Buscarlo, intentarlo una y otra vez, promover la síntesis entre fe y vida en el mundo de la información actual resulta además de apasionante, de una gravísima urgencia. Todos sabemos hasta dónde se cruzan y condicionan mutuamente en «los medios» de nuestros días el plano de lo realmente sucedido y de lo verdadero con el plano de lo sugerido, manipulado y hasta «inventado» virtualmente por la información ofrecida.

Nos encontramos, por ello, ante un reto formidable —tanto por los riesgos como por las oportunidades excepcionales que encierra en orden a la Evangelización— y que afecta a toda la Iglesia: a sus pastores y fieles; y no solamente a los profesionales y agentes directos de la información. Estos necesitan, por un lado, todo nuestro apoyo en lo espiritual y lo pastoral, pero también en lo humano, lo social y cultural. Y, nosotros, además de prestárselo con clara conciencia apostólica y afecto fraterno de modo directo o a través de las iniciativas institucionales propias de la Iglesia en este campo, lo debemos de articular también indirectamente en nuestro comportamiento como usuarios de los mismos «medios», sabiendo crear opinión en torno a ellos y señalando preferencias y subrayando rechazos con nuestra forma personal y familiar de elegirlos o de negarles audiencia y seguimiento. Cada vez es más claro que la hora ha llegado para todos los católicos de dar el paso a una nueva presencia apostólica en los medios de comunicación social: evangélicamente auténtica, y técnica y profesionalmente imaginativa y valerosa; social y culturalmente abierta y sin complejos, y claramente comprometida con el hombre de nuestro tiempo, con sus angustias y alegrías, con sus temores y esperanzas.

Nuestra Señora, Santa María de La Almudena, la que ha compartido ya en toda la verdad de su alma y de su cuerpo «el paso» de su Hijo por la Cruz y la Resurrección a la Gloria del Padre, no nos faltará con su amor de Madre en este empeño.

Con todo afecto y mi bendición,

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