Mis queridos hermanos y amigos:
La celebración de Santiago Apóstol, día de precepto para los católicos, –aunque lamentablemente continúa siendo laborable en la mayoría de las comunidades autónomas– ha sido fiesta grande en España a lo largo de muchos siglos, prácticamente de todo el segundo milenio que acaba de expirar. Era y es la Fiesta de su Santo Patrono, su “cabeza refulgente, defensor y protector familiar” como reza el antiguo himno litúrgico.
La España que se recuperaba y renacía después de lo que los historiadores llaman la invasión musulmana en el año 711 a través de un proceso histórico –multisecular, de reencuentro y renovada configuración espiritual, cultural y política de si mima– reconocía y veneraba al Apóstol como padre de su fe cristiana, abogado intercesor de sus pueblos, en expresión cervantina “uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo”, para Dante el “grande príncipe glorioso”, y para todos vínculo de unión con la Europa naciente.
La suerte y futuro de España en el tercer milenio que comienza va a depender decisivamente de si mantiene o no su fidelidad al legado jacobeo y, sobre todo, si acierta y sabe actualizarlo como el trasfondo común –espiritual, moral y humano– de sus ideales de vida, de sus criterios básicos de conducta, personal y social, y de la definición de su identidad propia en el concierto de una historia compartida con los pueblos hermanos de Europa y de Hispanoamérica, al servicio de la justicia, de la solidaridad y la paz en el mundo “globalizado” que se avecina.
La historia más objetiva conoce muy bien la figura de Santiago, el Mayor, uno de los doce Apóstoles que Jesús llama para que le siguiesen incondicionalmente, dejándolo todo por Él. Hermano de otro de los más íntimos discípulos de Jesús, de Juan el evangelista. Hijos del Zebedeo, conocidos como hijos del trueno por la “grandeza y firmeza de la fe” (san Isidoro). Al igual que los demás Apóstoles salió en misión para anunciar el Evangelio en todo el mundo. Fue de los primeros que inició los caminos de la Católica con la “dispersio apostolorum”. Los testimonios antiguos de la tradición, literarios e iconográficos –y no en último lugar los vestigios arqueológicos hallados en el subsuelo de la Basílica y ciudad de Santiago de Compostela– apuntan a la presencia evangelizadora, primero en la “Hispania” romana y después en la España visigótica que deviene cristiana en la comunión católica que preside la Sede de Pedro en Roma. Santiago el Mayor “fue el primero que convirtió las gentes hispanas con su apostolado” dejó escrito, en unos de sus poemas, el abad Adelmo de Maldesbury, continuador del legado isidoriano que, posteriormente, sería acogido por Beato de Liébana. Desde el hallazgo de su Sepulcro en la necrópolis de “Compostela”, en los inicios del siglo IX, su figura va a acompañar para siempre el futuro de la fe y los destinos de todos los pueblos de España. La urbe de Santiago ya no dejará de estar vinculada al Apóstol y a la fe de los españoles. España y, luego, América, se van a poblar muy pronto de iglesias, monasterios, hospitales y toda suerte de instituciones y comunidades eclesiásticas y civiles que tendrán como titular y patrono a Santiago Apóstol.
El Sepulcro del primer Apóstol mártir se convirtió en lugar sagrado de atracción y convergencia. Desde todos los puntos de España se abrían, al ritmo liberador de “la Reconquista”, los caminos que llegaban al Santuario del Apóstol en Compostela, Casa del Señor Santiago. Santiago Protector, Santiago Peregrino es percibido cada vez más intensa y unánimemente como el Apóstol de la Fe y testigo del Evangelio en las tierras de España, como Patrono de todos sus pueblos. Dos preguntas se nos hacen gravemente urgentes, casi lacerantes, en esta primera Fiesta de Santiago Apóstol del tercer milenio: ¿los católicos españoles estaremos dispuestos a anunciar el Evangelio de Jesucristo a las nuevas generaciones con palabras y obras al modo de Santiago, con talante apostólico, desprendido, valiente y humilde a la vez, confiados en el amor de la Virgen María, firme y seguro como el de una Madre santísima, como “un Pilar” espiritual inconmovible? ¿Estamos dispuestos a vivirlo en la diaria tarea de construir la convivencia, la cooperación social y cultural y la comunidad de empeños y objetivos humanos últimos como un mensaje y experiencia de unión respetuosa, solidaria, de comunión fraterna en un amor que arranca del Corazón de Cristo?
Uno de los frutos más significativos del culto jacobeo y de la veneración al Apóstol Santiago ha sido “el Camino de Santiago” como itinerario de peregrinación cristiana. O, mejor dicho, los múltiples y variados “caminos de Santiago” que arrancando de los lugares más alejados de la geografía española e, incluso, de los límites de la europea han confluido a las puertas de la Ciudad del Apóstol, Santiago de Compostela. En ellos han dejado sus pisadas santos y pecadores públicos en busca de penitencia y perdón. Por ellos, en una andadura común de sacrificios y oraciones compartida, se han encontrado hombres y pueblos de España y de Europa, en búsqueda de la Fe y de la conversión a la gracia y a los mandamientos de la vida, nacidos del Evangelio de la Paz: de la Paz de Cristo. Lo que Goethe ha afirmado del nacimiento y de la conciencia de Europa como un continente homogéneo y unido espiritualmente, cuando dice que “ha nacido peregrinando”, como mucha mayor razón histórica y con mucho más empeño y vigor de futuro hay que proclamarlo de España y de todos sus pueblos y comunidades. España, más que Europa, nació, se desarrolló y cuajó en lo mejor de sus creaciones y obra histórica a lo largo del segundo milenio, peregrinando. Mantendrá la esperanza que no defrauda, y florecerá con nuevos frutos de solidaridad compartida entre todos sus pueblos, de compromiso con los más débiles, de unión sin fisuras en la defensa y promoción de la dignidad y los derechos de toda persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural, donde no cabe el terrorismo y ningún germen de violencia y, en definitiva, en el fruto de un futuro en paz, si sigue peregrinando a SANTIAGO.
La peregrinación jacobea de España la confiamos al amparo maternal de la Virgen del Pilar y a la intercesión poderosa del Apóstol Santiago con la conocida oración. “Udiuva nos, Deus et sancte Jacobe”.
Con mi afecto y bendición,