En la festividad de La Almudena
Mis queridos hermanos y amigos:
Todavía resuenan cálidos en nuestro corazón los ecos de la Festividad de nuestra Patrona, Nuestra Señora La Real de La Almudena: la Vigilia de los jóvenes en la Catedral en su víspera, transida de fe y de devoción a María, y la gran Eucaristía en la Plaza Mayor el día de la Fiesta con la procesión de regreso con la imagen de La Almudena hasta la entrada de la Basílica y la interminable y conmovedora ofrenda de flores. Las familias madrileñas destacaron en todo momento como protagonistas de este gran día de proclamación y vivencia de nuestra Fe en Jesucristo, Hijo de la Virgen María. Hemos vuelto a aprender la vieja máxima de la espiritualidad cristiana: «ad Jesum per Mariam»: «A Jesús por María». Lo hemos vuelto a aprender en el contexto de la Familia de Jesús, la de Nazareth, y en el de nuestras propias familias donde hemos nacido y crecido en la fe y en el amor de Jesús, María y José y, así, en la Fe verdadera en el Dios que ha venido a salvarnos y nos salva de todo mal, de todo pecado y de la muerte eterna. El que por la Resurrección de Jesucristo y el don del Espíritu nos ha hecho renacer a una vida nueva en gracia y en santidad. También en Madrid, con la decisiva mediación maternal de la Virgen de La Almudena, trasmitida y vívida en el seno de las familias cristianas, nos encontramos ya en la era de los santos,
No es extraño pues que en la celebración solemnísima de la Santa Misa de nuestra Patrona me dirigiese a Ella, diciéndole: «ruega, sobre todo, por los matrimonios y las familias madrileñas, «santuario de la vida y esperanza de la sociedad», sometidas a tantas pruebas y dificultades, si quieren permanecer fieles a la vocación recibida de Dios, y tan olvidadas …
Desde el próximo viernes día 16 y hasta el domingo inclusive 18 de noviembre tiene lugar en el Palacio de Congresos de Madrid el Congreso Nacional sobre «la FAMILIA, ESPERANZA DE LA SOCIEDAD», organizado por la Subcomisión de la Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española y nuestra Delegación de Pastoral Familiar. Son precisamente esos problemas que acucian a las familias los que nos han movido a prepararlo y a convocarlo. La hora actual es una hora grave para el futuro de la familia, no solamente por las circunstancias derivadas del marco jurídico-social y las dificultades económicas con las que se deben de enfrentar, especialmente acuciantes en el caso de las familias numerosas, sino también por el ambiente moral y cultural tan negativo en el que tienen que desenvolverse. En el fondo de las propuestas tan corrientes de los llamados nuevos modelos de familia y que tanto se airean en grupos políticos e intelectuales y en los Medios de Comunicación Social lo que se cuestiona y niega es el concepto mismo, la verdad de la familia, que nace y se sustenta de la unión y comunión de amor y de vida del hombre y la mujer que se donan mutua y totalmente para siempre. ¿Y cómo va a renovarse de verdad, incluso, desde el punto de vida más material -y no digamos desde las perspectivas espirituales- y avanzar hacia el futuro una sociedad en la que «no nazca el hombre» de generación en generación, donde no haya niños, y niños criados y educados con el amor paterno -de su padre y de su madre- y en el calor fraterno de los hermanos? No hay esperanza para la sociedad que renuncia a la familia como su célula y fuente básica de su existencia y vertebración humana, cultural y jurídica.
Comprender este dato tan elemental parecería que es fácil, lo obvio para cualquier persona de buen juicio y de buena voluntad. La realidad lo desmiente ¡Qué difícil resulta mantener y guardar esa rectitud de entendimiento y esa bondad de corazón y de voluntad! La luz de la Fe deviene imprescindible también aquí y la acción de la gracia inexcusable. El Evangelio se ha convertido así en factor esencial para la familia. Jesucristo ha querido incorporar a su propio misterio de amor a la Iglesia y a la humanidad sanando, transformando y elevando el matrimonio a sacramento. Convirtiéndolo en una parte integrante de la Buena Noticia para el mundo.
Cuánto necesitamos orar por los matrimonios y familias de Madrid, cuánto necesitarnos tomar en serio nuestra formación en todo aquello que se refiere a su concepción cristiana y como urgen que seamos testigos valientes también del Evangelio de la Familia en la vida cotidiana y en el amplío campo de la opinión pública. Por ello ¡acudid y participar en el Congreso Nacional sobre la Familia! Que suponga un avance en el compromiso de la católicos en pro de la Familia para que pueda ser de verdad «esperanza de la sociedad».
Con todo afecto y mi bendición,