Día de la Caridad
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la Iglesia celebra el «Día de la Caridad». La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos ayuda no sólo a vivir con clara conciencia la íntima relación entre el Culto Eucarístico y el Testimonio del amor cristiano en medio del mundo, sino también a practicar la caridad con los que nada o casi nada tienen. El amor, que tiene su origen en Dios, alcanza en la Eucaristía su expresión más clara que nos urge, como hizo Jesucristo, a entregar nuestra vida por los hombres, en especial por los más pobres y necesitados. En nuestra sociedad, llamada paradójicamente «sociedad del bienestar», aumentan las formas nuevas de indigencia y marginación. Nos recuerda el Santo Padre en su Carta Apostólica «Al comenzar el nuevo milenio»:
«Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando a millones y millones de personas no sólo al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muera de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social.
El cristiano que se asoma a este panorama debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que Él dirige desde este mundo de la pobreza (…). Es la hora de una nueva «imaginación de la caridad», que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, si no la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno»(NMI. 50).
Cáritas ha elegido para este año el lema ACEPTA como premisa para comprender la situación que padecen muchos de nuestros hermanos, anclados en situaciones injustas, excluidos por no tener recursos económicos, por padecer enfermedades, por no valerse por sí mismos, o simplemente por pertenecer a otras culturas.
Este lema, ACEPTA, nos invita a mirar al mundo que nos rodea con la mirada de Cristo, que en su humanidad abraza a todos los hombres; a escuchar los gemidos de tantos hermanos nuestros que sufren, los nuevos pobres de hoy: ancianos solos, enfermos terminales, madres abandonadas, drogadictos, alcohólicos, familias sin trabajo, emigrantes «sin papeles»; y actuar y acompañar como Él lo hace. Al ver y al escuchar a tantos caídos y heridos en la cuneta del camino de la vida, el «Buen Samaritano», que habita en nosotros por la Eucaristía, se detiene de su cabalgadura, nos invita a no pasar de largo y «limpiar las heridas», «montar en la cabalgadura» al caído, acompañarlo, sanarlo y «sentarlo a la mesa». Ésta es la caridad que coopera en la redención del mundo y llena de sentido la vida.
En mi última carta «El Voluntariado y las Instituciones Caritativas Católicas», os recordaba que «el cristiano, tocado por el amor de Dios en Cristo, reconoce en todo hombre, principalmente en el pobre, solo y necesitado, el rostro de un hermano, más aún, del primogénito de los hermanos, que se refleja en muchos hermanos: el rostro de Cristo. En el rostro del hermano necesitado que me interpela y reclama, y a través del cual descubro mi responsabilidad moral, se refleja para el cristiano la presencia religiosa del Absoluto, de Dios, del Hijo de Dios encarnado, que me llama y me vincula con el otro y me hace su hermano» (Nº 3).
Con nuestra Cáritas Diocesana quiero animaros a todas las comunidades cristianas de nuestra Diócesis a estar cercanos de los más débiles y a acompañarles en sus situaciones difíciles, tejiendo redes solidarias en medio de esta sociedad consumista, intentando llegar al corazón de los hombres y, así, «entrar en la dinámica del don de sí mismos, como fruto de haber experimentado el amor de Dios manifestado en Cristo, y en fidelidad a la misión, que Éste ha confiado a su Iglesia, de servir al hombre concreto en su vocación temporal y eterna y en la totalidad de sus necesidades materiales y espirituales» (Ib.4).
Nosotros, los que hemos conocido el amor y participado del «Amor de los Amores» en la Eucaristía, tenemos que ser sembradores, con nuestro ejemplo, compromiso y testimonio de una nueva cultura donde el amor de Dios cale en las entrañas del corazón de nuestros hermanos, edificando una sociedad más justa, menos desigual y más solidaria, según el designio de Dios, que a todos llama a la plenitud de la Caridad. Para ello, debemos sentarnos en la mesa del Señor y recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, capaces de transformarnos en imágenes vivas del Señor y ser así testigos de su Caridad.
Que la intersección de Nuestra Señora la Virgen de la Almudena nos ayude a acoger a su Hijo como ella y a ofrecérselo de nuevo al mundo en este día de «Corpus» y en «la procesión» por las Calles de Madrid que tendrá lugar al atardecer de este día, como Aquél que es «su fruto bendito», Jesucristo, Nuestro Señor, del que brota el verdadero amor, el que nos permite ver, descubrir y amar a los pobres.
Con mi afecto y bendición,