Herederos de la misma tierra
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Celebramos este año la Jornada mundial de las migraciones bajo el lema «Herederos de una misma tierra» para profundizar en el tema «Migraciones y diálogo religioso propuesto por Juan Pablo II».
Con esta ocasión, quiero animaros a todos -inmigrantes y madrileños- a trabajar incansablemente a favor de una convivencia pacífica y solidaria entre todos nosotros. Juntos hemos de empeñarnos en derribar las barreras de la desconfianza, de los prejuicios y de los miedos, que por desgracia existen, y rechazar la discriminación o exclusión de cualquier persona, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables para que aumente la comprensión y la confianza. No podemos considerar lo que nos diferencia como un muro infranqueable. Hemos de crear espacios de encuentro entre los miembros de nuestras comunidades cristianas y los inmigrantes en orden al conocimiento y enriquecimiento mutuos.
Somos herederos de una misma tierra, creada por Dios para todos sin excepción. Estamos llamados a crear un pueblo de hermanos, en este mundo cada vez más globalizado, donde se hace patente la necesidad de una convivencia profundamente humana. Aún contando con la importancia de las decisiones sociopolíticas, esta se construye, más bien, en la vida diaria con los gestos de respeto, de fraternidad, de mutua ayuda y amistad, realizados con sencillez y constancia, capaces de producir un auténtico cambio en la relación interpersonal.
No debemos magnificar nuestras diferencias, sino potenciar cuanto nos une. «El diálogo -nos dice el Papa- es el camino real que hay que recorrer, y por esta senda la Iglesia invita a caminar para pasar de la desconfianza al respeto, del rechazo a la acogida (…) Este esfuerzo sincero de diálogo supone, por una parte, la aceptación de las diferencias, y a veces de las contradicciones, así como el respeto de las decisiones libres que las personas toman según su conciencia».
En verdad no siempre es fácil. De ahí que el Papa nos anime a no desalentarnos en este esfuerzo. «El cristiano -dice el Papa-, dejándose guiar por el amor a su divino Maestro, que con su muerte en la cruz redimió a todos los hombres, abre también sus brazos y su corazón a todos. Debe animarlo la cultura del respeto y la solidaridad, especialmente cuando se encuentra en ambientes multiculturales y multirreligiosos». Hemos de creer «que realizar una sociedad nueva desde la aceptación del que llega porque es un hermano, no es una utopía, sino una realidad concreta, escogida y posibilitada por el Evangelio, porque la caridad es un don de Dios».
Por ello, recuerdo a todas las comunidades parroquiales que estamos «urgidos a vivir la catolicidad no sólo en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, sea cual sea su raza, cultura y religión, y a perseverar con valentía en la labor iniciada a favor de la creación de una nueva opinión pública, propiciando el reconocimiento pleno y efectivo de los derechos de los inmigrantes». Pues, como nos dice el Papa en su mensaje, «la parroquia representa el espacio en el que puede llevarse a cabo una verdadera pedagogía del encuentro con personas de convicciones religiosas y culturas diferentes. En sus diversas articulaciones, la comunidad parroquial puede convertirse en lugar de acogida, donde se realiza el intercambio de experiencias y dones, y esto no podrá por menos de favorecer una convivencia serena, previendo el peligro de tensiones con los inmigrantes que profesan otras creencias religiosas. Si todos tienen la voluntad de dialogar aun siendo diversos, se puede encontrar un terreno de intercambios provechosos y desarrollar una amistad útil y recíproca, que puede traducirse también en una eficaz colaboración para alcanzar objetivos compartidos al servicio del bien común».
Y, una vez más, invito a los inmigrantes católicos a ocupar el lugar que les corresponde en nuestra Iglesia diocesana; y a todos los inmigrantes y a sus familias a que se abran a los valores de nuestro pueblo. No perdáis vuestras raíces, pero sed lúcidos y realistas: el tiempo que habéis proyectado trabajar en España puede prolongarse más de lo que imagináis y sería una grave pérdida prescindir de vuestros valores y desaprovechar la ocasión para un diálogo integrador de los mismos, con el pretexto de que será sólo por poco tiempo. Enriquecednos con vuestro patrimonio espiritual y cultural y, juntos, por encima de las diferencias de nuestros orígenes y nuestra condición, respondamos a la llamada del Dios vivo a construir un mundo de justicia y de paz.
Es posible llevar a cabo esta noble misión. Dejémonos guiar por el Espíritu Santo. «En el día de Pentecostés, el Espíritu de verdad completó el proyecto divino sobre la unidad del género humano en la diversidad de las culturas y las religiones. Al escuchar a los Apóstoles, los numerosos peregrinos reunidos en Jerusalén exclamaron admirados: «Les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios» (Hechos, 2, 11). Desde aquel día, la Iglesia prosigue su misión, proclamando las maravillas que Dios no cesa de realizar entre los miembros de las diferentes razas, pueblos y naciones» (Juan Pablo II, Mensaje del Día de las Migraciones, 2002).
Que María, Madre de Jesús y de la humanidad entera, nos disponga al diálogo sincero y fraterno con todos nuestros hermanos y hermanas. A ella le encomendamos las alegrías y los esfuerzos de cuantos recorren con sinceridad el camino del diálogo entre culturas y religiones diversas en el vasto mundo de las migraciones.
Con mi afecto y bendición,